27/1/2021 |
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Fue una cenicienta que encontró y perdió su zapato en la lujosa vida social, pero quedan sus actuaciones.
La Callas fue un fenómeno social. Una figura de un arte minoritario que llegó a ocupar las portadas de la Prensa del corazón. Una cenicienta que encontró y perdió su zapato en la lujosa vida social. Pero hoy, por encima de todo, queda su influencia en el arte lírico. Sus interpretaciones, en discos o en vídeos de oro, son admiradas, analizadas y desmenuzadas por aficionados y profesionales. Desapareció, pero nos dejó una herencia imperecedera. Prueba de ello son las películas sobre su vida, las obras de teatro sobre sus clases en la Julliard o la que acaba de estrenar Boadella en los Teatros del Canal sobre sus últimos años. Repasémoslos.
En 1966 renunció a la nacionalidad americana conservando la griega como vía preparatoria para su matrimonio con Onassis. Un matrimonio que a decir de algunos no se produjo por falta de una partida de bautismo de María, cuando todo estaba preparado y ambos se encontraban en Londres esperando al sacerdote ortodoxo que llegaba en avión privado de Onassis. Incluso se llegó a hablar de un embarazo frustrado. La entrada en escena de Jacqueline Kennedy acabó de malograr estos proyectos y María se encontró sin una carrera y, según sus palabras, «incluso sin un buen amigo».
En los últimos 60 se proyectó la filmación de su más grande interpretación escénica: Tosca. A última hora se planteó el problema de la existencia de unos derechos exclusivos pertenecientes a una firma alemana cuyo director artístico era Karajan. Afortunadamente, quedan algunos maravillosos vídeos de segundos actos de la obra. El cine –una «Medea» con Pasolini–, las clases de canto en Nueva York y la pésima dirección escénica de una desgraciada producción de «Vísperas Sicilianas» en Turín junto a Di Stefano fueron sus penúltimos pasos.
En plena depresión, Di Stefano la invitó a pasar unos días en casa de George Moore en Sotogrande. Ella llegó medio despeinada, con la raíz del pelo gris, las medias descolocadas… un desastre. Era una mujer que había tirado la toalla con abandono. Pero el tenor, que la apreciaba de verdad y posiblemente quería resolver problemas financieros, logró cambiarla de ánimo con sus conocidas y jugosas anécdotas y convencerla para emprender la terrible tourné de despedida por EEUU, Japón y Europa. Di Stefano no arriesgaba nada mientras que Callas lo arriesgaba todo. Asistí a la gala del Palacio de Exposiciones y Congresos de Madrid. Pude advertir el desesperado intento de salir a flote con una voz que ya estaba rota. La habilidad para mantener frases largas había desaparecido, los recitativos y las florituras eran inseguros y se reflejaba únicamente una sombra de su anterior autoridad en ellos. Aplaudimos en recuerdo a la antigua grandeza, pero contemplar tal sombra del pasado resultó triste y doloroso. Lloré. A aquella Callas bien se podrían aplicar las palabras de Pauline Viandot: «Sí, es como el Cenacolo de Leonardo da Vinci, las ruinas de un cuadro, pero ese cuadro es la más grande pintura del mundo».
Después, sin vida ya aquellos seres para ella tan queridos como Visconti, Pasolini u Onassis, se refugiaría en un premonitorio silencio del que ya solo salió un 16 de septiembre de 1977. Su sirvienta la encontró muerta en la bañera. Se justificó como un colapso, pero fue incinerada sin autopsia, con sospechosa premura, y sus cenizas esparcidas por el Egeo. Callas se asienta cada día más como una figura de referencia y estudio obligado para cuantos se acercan a la lírica. Quince años de éxito y la gloria eterna. ¿Volverá a conocer la ópera algo igual?
GONZALO ALONSO
La Razón