8/9/2020 |
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El templo operístico de la capital austriaca suprime los vítores y los abucheos como medida de prevención sanitaria durante su vuelta a la normalidad
Para el cantante que regala su voz desde la soledad encogida de un escenario, igual que para el actor que ofrece su visceralidad interpretativa mientras somete su talento al escrutinio del espectador acomodado en la impunidad de una butaca, o incluso para el músico que comparte el sonido acompasado de unos acordes que nacen de sus dedos, el reconocimiento verbal que se efectúa después de una actuación es alimento. Los vítores, los aplausos, los silbidos, la proyección de los elogios en voz alta son el carburante más instintivo para los creadores. Una gasolina eufórica hecha de palabras y ruido. Pero en épocas oscilantes y ajenas como las actuales en las que todo parece ser susceptible de vetos, hasta las muestras de agradecimiento tiritan de miedo.
“No importa lo difícil que sea: exprese su entusiasmo exclusivamente aplaudiendo lo más fuerte posible y ni siquiera se quite el protector de boca y nariz por un bien merecido ’‘bravissimi’‘”, advierten desde la página web de la Ópera de Viena junto a un ilustrativo icono en el que puede apreciarse la clásica señal redonda de prohibición con la silueta de una cabeza masculina emitiendo ondas sonoras a la altura de la boca incrustada en el centro. El mensaje ya parece concreto como para requerir de una explicación gráfica, pero desde la prestigiosa institución han considerado necesario incidir en una transmisión rotunda y meridianamente clara del propósito: nada de “bravos” ni abucheos.
La indicación, lejos de responder a un capricho aleatorio del austríaco Bogdan Roscic, el recién estrenado director del coliseo musical de la capital vienesa, forma parte de un plan estipulado de medidas sanitarias que se efectuarán de cara a la reapertura después de unos aciagos meses de parón y pérdidas millonarias. No deja de resultar llamativo, pese a la insistencia de Roscic a la hora de relativizar esta recomendación y recalar que no habrá una “policía de los bravos”, el hecho de que durante los ensayos de “Madamme Butterfly”, la obra de Puccini con la que el teatro retomaba ayer su actividad, pudieran verse escenas como las que acompaña este texto, donde el tenor Freddie de Tommaso acaricia la cara y estrecha con delicadeza la mano de la soprano Asmik Grigorian.
¿Una alabanza resulta potencialmente más arriesgada que un acercamiento? ¿Puede un término pronunciado con fuerza transmitir el virus con mayor intensidad y velocidad que una caricia? Está claro que el concepto de seguridad en la ópera, igual que en otros espacios culturales, ha reforzado de forma considerable sus prácticas y que la disminución del riesgo de contagio debe ser garantista en todas y cada una de las partes que intervienen. Políticas masivas de test a los empleados, obligatoriedad del uso de la mascarilla dentro del recinto, mantenimiento de la consabida distancia y aforos reducidos. La Ópera de Viena apuesta desde luego por una rentrée de confianza, pero resulta difícil imaginarse la última actuación de Plácido Domingo -que tendrá lugar en enero- huérfana de “bravos” que precipiten la emoción del cantante. Parece que el manido “silencio en la sala”, adquiere más literalidad que nunca.
Marta Moleón
La Razón