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20/5/2004 |

 

Wagner en concierto

Orquesta de los Campos Eliseos. Director: Daniel Harding. Solistas: Judith Németh, Kim Begley y Alfred Reiter.

Una fatal casualidad hizo coincidir el programa Wagner de Daniel Harding con una sesión de Ensems donde el importante escritor italiano Edoardo Sanguineti, también conocido por su actividad política, actuaba como recitador en Postkarten, de Stefano Scodanibbio. Autor de los libretos de Passaggio y Laborintus II para Luciano Berio, a quien están dedicados este año los Ensems, su presencia en Valencia se había constituido en uno de los focos de atracción del festival de música contemporánea.

Por otro lado estaba Wagner, en dos de sus páginas más prodigiosas: el Preludio y muerte de amor, de Tristán e Isolda, y el primer acto de La Walkyria, en versión de concierto. Dirigidas por quien fuera asistente de Simon Rattle y Claudio Abbado, Daniel Harding, se constituían en alternativa también apetecible, aunque las expectativas, sin embargo, superaron a la realidad, sobre todo en la segunda obra. En el Tristán, la lectura de Harding fue preciosista y sensual, con una amplia gama dinámica dentro del pianissimo, y un esfuerzo manifiesto por la clarificación de las voces graves e intermedias. La Orquesta de los Campos Eliseos, trabajando con instrumentos de la época de Wagner, le siguió con limpieza en la plasticidad -quizá algo amanerada- de las oleadas sonoras en ascenso hacia el clímax. Judith Németh cumplió como Isolda, pero resultó menos convincente que en la Sieglinde de la Walkyria donde, con la voz más caliente, y situada en el contexto de un acto entero, fue creciéndose por momentos, y supo hacer que su personaje transitara de la curiosidad inicial al amor arrebatado. Kim Begley, con una voz más clara de lo habitual en Siegmund, le dio cumplida respuesta, más luminosa, eso sí, que dramática. Su Solb3 y Sol3 de la invocación a Wälse fueron limpios, aunque breves. Y cantó con energía, aunque quedó en el tintero el sombrío fatalismo del personaje.

El director, por el contrario, convenció más en el Preludio y muerte de amor, página que, con razón o sin ella, puede concebirse como un número cerrado, casi independiente de la ópera de la cual proviene. Es, maravillosamente descrito, un éxtasis femenino. Pero el primer acto de la Walkyria resulta más complejo: no puede desgajarse bien de los otros dos y, en conjunto, a su vez, son sólo una de las jornadas que componen la Tetralogía. Por eso su interpretación requiere un profundo conocimiento de toda la obra si se pretende dar a la música el significado que tiene. Además, centrándonos sólo en la Walkyria, encontramos un ambicioso proyecto de traducir el deslumbrante descubrimiento del amor por parte de dos seres condenados a la ruina. Harding no consiguió reflejar eso. Su lectura, más que global, parecía contarnos la historia por adición de segmentos, con los motivos sin surgir con naturalidad del discurso, sino dejados caer sobre él. Por otra parte, en esta obra, la orquesta no llegó a convertirse en ese fluido sonoro que todo lo envuelve, sin principio ni fin. Aquí, mucho más que en el Tristán, la orquesta se mantuvo separada del canto, y eso, en Wagner, es mala cosa.

Rosa Solà
El País

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