Vuelve Celso Albelo con dos nuevas e importantes muescas en la culata: el Metropolitan de Nueva York y el Bolshoi de Moscú, donde ha debutado esta temporada. «Ha sido poner la guinda a un pastel; ya he cantado, antes de cumplir los cuarenta años, en los teatros más importantes del mundo. Vivir de mi pasión, la ópera, es para mí un sueño, y verme en estos dos escenarios es un gran espaldarazo».
En los dos teatros ha cantado a Donizetti que, junto con Bellini, componen la columna vertebral del repertorio de Celso Albelo. «I Puritani», asegura el tenor, es un reto, «pero un reto de los que me gusta afrontar, y más en el Teatro Real. Creo que tenemos los mimbres necesarios para que sean noches bonitas».
Cantar «I Puritani» es un placer, asegura. Pero reconoce sus dificultades: «es una ópera muy traicionera; más allá de los agudos extremos -que los hay, y muchos-, es un auténtico tour de force; el tercer acto parece que no termina nunca. En esta versión, además, no se han hecho apenas cortes, con lo cual el reto es doble. Pero con Evelino Pidó, el director musical, me divierto y aprendo mucho».
A pesar de la dificultad, Albelo asegura que en óperas como «I Puritani» se puede disfrutar. «No solo eso; es que es fundamental hacerlo. Tiene unos agudos casi inhumanos, no solo por la tesitura sino por estar muy seguidos, pero para eso están las horas de estudio, para intentar que el zapato te apriete lo menos posible; todas las veces que la he cantado la he disfrutado».
No considera ingrato el repertorio belcantista. «Estás muy desnudo, eso sí: es súperdelicado porque se puede caer en el manierismo simplón y en el recurso fácil, algo que a mí no me interesa». El modo de afrontar este tipo de repertorio ha variado sensiblemente en los últimos años. «Ahora se tiene mucho más respeto al compositor y se canta con más rigor y menos comodidad».
Hay gente, sin embargo, que cree que hoy en día se canta peor que antes, dice Albelo. «Quizás antes había más paciencia para que los jóvenes cantantes maduraran a lo largo de una carrera, pero actualmente las exigencias vocales son mucho mayores; los cantantes están en general mucho más preparados. De todos modos, intentar entender cualquier manifestación artística fuera de su contexto no tiene sentido; las comparaciones entre épocas son absurdas en este aspecto».
La falta de paciencia en la ópera actual ha provocado no pocas crisis en voces jóvenes. «Los cantantes pasamos de moda mucho más deprisa; es el signo de nuestra época. La ópera, al fin y al cabo, es un mercado, y uno debe tratar de encontrar el equilibrio, reinventarse y tratar de ser interesante para ese mercado; no se puede cantar siempre lo mismo ni del mismo modo. Has de estar atento a la evolución de la voz, y no es sencillo».
Hablando de comparaciones, para un cantante de ópera canario Alfredo Kraus es -además de un espejo y una referencia ineludible-, una pesada losa. Su sombra es alargada, «pero no solo para mí, sino para cualquier tenor que aborde este repertorio... Bueno, es algo que se lleva con deportividad. La gente que me quiere bien dice que soy un digno sucesor; la gente que me quiere mal dice que cuando deje de imitarle puedo llegar a cantar algo. En fin... Claro que para mí es un referente, pero yo tengo mi propia personalidad».