Aún así, y por más que todo parezca ya inventado y manoseado, el festival sigue guardándose ases en la manga y conejos en la chistera. Arte y ensalmo para un festival que, en la jornada inaugural de su XXIII edición, aparcó por un momento sus propios referentes para rendirse a esos otros pioneros llamados Chopin, Bach o Gluck. Nombres clásicos que se colaron en el gran zoco tecnológico de la mano de James Rhodes, pianista clásico aunque poco ortodoxo que combatió el arsenal de máquinas, samples, bases crujientes y ritmos trotones que habían tomado al asalto el resto de los escenarios con un piano y unas relucientes bambas espejadas. Nada más. Sólo eso.
El británico ya había ofrecido un pequeño aperitivo de sus actuaciones en la pasada edición del Primera Persona, pero fue ayer, con el Sonar Complex a oscuras y en silencio, cuando hurgó en la herida de «La Chacona» de Bach, aireó las miserias de Chopin y su turbulenta relación con la escritora George Sand y celebró que la música clásica hubiese enseñado la patita por fin en el Sónar. «Todos esos músicos fueron pioneros de la misma manera que lo han sido Kraftwerk o Jean-Michel Jarre», subrayó al pianista, convertido en estrella involuntaria y, sobre todo, en anomalía de una jornada que, ya fuera del recinto ferial de Montjuïc, lanzó un nuevo cabo a la música sinfónica para acoger el estreno en el Auditori de «Become Ocean», de John Luther Adams.
La excepción, sin embargo, no fue norma, y el festival barcelonés siguió el jueves por su derroteros habituales, tomándole el pulso a todas las mutaciones de la música de baile y encerando la pista de baile con la hormigonera electrónica de The Black Madonna o las sutilezas sintéticas de los canadienses Bob Moses. Otra de las actuaciones más esperadas del jueves era la Kelela, cantante californiana que se ha convertido en uno de los diamantes en bruto del nuevo pop negro. En Barcelona, sin embargo, se quedó a medio camino entre la balada soul robotizada y el impactante show que ofreció el año pasado esa FKA twigs que parece servirle de modelo y guiar sus pasos.
Una gran voz, sí, aunque al servicio de unas canciones algo cojas y encalladas en ese R&B ralentizado y repleto de injertos futuristas. Eso sí: su concierto estuvo plagado de mensajes aspiracionales y motivadores, recordando que hace solo cuatro años trabajaba como teleoperadora y ahora estaba ahí, subida a uno de los escenarios de la madre de todos los festivales de electrónica. Así que si ella puede, nosotros también. Y sino, siempre quedará el baile, algo a lo que se entregó en cuerpo y alma el siempre efectivo Fatboy Slim, antaño bajista de los Housemartins reconviertido en alquimista de la electrónica poco amigo de los matices y de las sutilezas. Suya fue la sesión inaugural en el recinto nocturno del Sónar y suya fue también la responsabilida de agarrar de la mano al público del festival y acompañarlo hacia ese otro extremo del festival llamado fiesta. Así , sin rodeos y a lo grande.