La Simfònica del Liceu asume a partir de mañana la partitura de Götterdämmerung ( El ocaso de los dioses), última entrega de la magna tetralogía wagneriana que el Liceu viene representando con montaje de Robert Carsen. Un final de ciclo para el que el director canadiense opta por una estética del poder y ambientada en el nazismo, con una escenografía bien podría haberla firmado Albert Speer, el arquitecto de Hitler. La soprano sueca Iréne Theorin y el tenor canadiense Lance Ryan vuelven a asumir los papeles de Brünnhilde y Siegfried, mientras que el bajo alemán Hans-Peter König es Hagen.
Grandes voces de Bayreuth para esta producción procedente de la Ópera de Colonia, cuyas funciones quiere el Liceu dedicar a la memoria del barítono Oleg Bryjak y la contralto Maria Radner, los cantantes que participaron en el segundo reparto del Siegfried del año pasado antes de fallecer trágicamente en la catástrofe de Germanwings.
Fue precisamente con la primera entrega de este Anillo del nibelungo con lo que Josep Pons inició su andadura como director musical del Gran Teatre, hace tres temporadas. Esa historia de autodestrucción y de lucha entre dioses, héroes y criaturas mitológicas por el mágico anillo que otorga la dominación del mundo es en sí misma, según el maestro, un largo y apasionante viaje.
“Es una aventura de vida en todos los sentidos: para Wagner, para nosotros... un viaje que sólo en composición abarca 40 años en los que el compositor logra condensar el lenguaje de forma extraordinaria”, apunta Pons. Cuatro décadas con un intervalo de doce años en los que Wagner aparca a Siegfried y compone Los maestros cantores de Nüremberg o Tristán e Isolda.
“Cuando retoma el ciclo después de esta pausa, Wagner ha cambiado totalmente el lenguaje: al inicio las resonancias de Beethoven son continuas, e incluso de Mendelssohn, a quien detestaba; hay una influencia directa del primer romanticismo o incluso del mundo del oratorio. Mientras que aquí todo eso se ha desvanecido: la orquesta y la instrumentación son mucho más exuberantes; ha hecho una desarrollo armónico a los largo del siglo XIX con una constante modulación en la tonalidad, va de un extremo al otro sin que nos demos cuentas. Ha llegado a tal condensación que no necesita ni exponer el leitmotiv entero para situarte, con una pincelada ya sabemos que va de valkiria, o un solo color de las trompas con sordina ya apunta que va del ángel…”
En este título Wagner pone en evidencia que no parte de una narración, no es un teatro de acción sino de pensamiento, de reflexión, una novedad en el siglo XIX. “En Göterdämmerung hay diversos planos, pues llega un momento en el que la reflexión no es un diálogo o que el personaje explique lo que siente, sino aquello que pasa por su mente. Y la orquesta no sólo ilustra y subraya lo que está diciendo sino lo que está pensando, un plano totalmente nuevo. Es puro psicoanálisis”, apunta Pons. “Ahora su dificultad técnica no es tan evidente, la eficacia de la narración es espectacular, te seduce, te hipnotiza”.
Por mor de dibujar un mundo decadente, que se hunde y se pudre, Carsen ha establecido una conexión entre la arquitectura grandilocuente de Speer, que ahora entendemos perversa, y el mundo que recrea Wagner en su Ocaso. Si en entregas anteriores de la producción eso se hacía evidente en el Valhalla, la morada de los dioses, ahora es el despacho del propio Hagen el que evoca al que el arquitecto construyó para Hitler. “Es una puesta en escena excepcional, sólo tengo un pero –advierte Pons–, y es que la inmensidad que se quiere recrear no es aconsejable para la buena recepción de las voces”. De ahí que toda la escena se haya adelantado unos metros hacia la boca del escenario.