Beethoven ha sido uno de los compositores capaces de consolidar la fama de Harnoncourt, quien en una carrera de sesenta largos años ha recorrido desde la Edad Media a Alban Berg con Schubert, Schumann, Dvorak, Bruckner, Verdi, Johann Strauss, Bizet o Gershwin de por medio. Ya es significativo que el propio Harnoncourt se haya mostrado distante de los «pequeños maestros» que siendo interesantes no son esenciales: «este tipo de música puede ser objeto de investigación aun no siendo capaz de intervenir en la vida de los seres humanos de hoy en día». Son sus palabras.
El valor de la tradición
Conviene circunscribir el paso de Harnoncourt por el mundo de la interpretación a la visión de un escéptico capaz de demostrar que las cosas pueden ser distintas a como se pensaba. En definitiva, que si algún mérito ha logrado Harnoncourt en estos casi 70 años como intérprete es el de haber negado el valor de la tradición con la simple estrategia de inventarse otra nueva. Harnoncourt fue precursor en la interpretación de la música antigua con instrumentos originales, pero también alguien capaz de adaptarse al medio transcribiendo en un contexto convencional el rigor filológico con la precaución de que «es preferible una interpretación musicalmente viva aunque sea históricamente errónea».
Para Harnoncourt, ser fiel ha sido penetrar más y más en el significado oculto de los textos
Para Harnoncourt, ser fiel ha sido penetrar más y más en el significado oculto de los textos: buscar el límite en la construcción del sonido un paso por delante del resto de intérpretes. Y en el camino ya quedan formidables aproximaciones a un repertorio de referencia… y hasta alguna duda razonable.
Ante alguno de sus conciertos ya hubo ocasión de escribir que Harnoncourt ha terminado por ser un pensador ensimismado, guardián vanidoso de sus descubrimientos y hacedor de un arte personal e intransferible. Toda una paradoja si se piensa en la influencia que muchas de sus propuestas han tenido sobre el criterio general. Lo refleja mil ejemplos de una discografía con varios centenares de discos ante los que es difícil resistir la tentación del refinamiento, la singular amalgama de timbres, la carnosidad de muchos momentos, la desnudez de otros, el sentido exigente del discurso, los mil y un matices de una prosodia que es un catálogo de detalles, acentos, ataques, respiraciones, dinámicas… Si a todo ello se le llama ser pionero, bien está. Por él y por el público al que ahora deja.