Yuri Borísov heredó de su padre, el célebre actor Oleg Borísov, la veneración por Sviatoslav Richter. A finales de los setenta, y sin conocerle personalmente, Borísov hijo envió una carta al pianista –que entonces era ya una leyenda viva– pidiéndole tocar en la modesta representación de una ópera de Britten. Para sorpresa general, Richter se presentó (sin avisar). Aquello fue el comienzo de una intensa relación que se prolongó de 1979 a 1983 y tuvo su colofón en 1992. Por el camino de Richter es el testimonio de las muchas horas de conversación entre Borísov y el músico.
Richter fue una personalidad compleja tanto en lo humano como en lo musical. Arrastraba unas vivencias trágicas. El estallido de la Segunda Guerra Mundial le había separado de su madre (el pianista tuvo un reencuentro fugaz con ella en la Alemania Occidental en los años sesenta), mientras que su padre había sido fusilado en 1941 por los rusos bajo la sospecha de espionaje debido a sus orígenes alemanes.
Un hombre apolítico
Con estos antecedentes, el régimen comunista recelaba de él y no le permitió ofrecer conciertos en Occidente hasta finales de los años cincuenta. En realidad, Richter era un hombre fundamentalmente apolítico y nunca se planteó abandonar la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Tampoco le seducían lujo y riqueza: incluso en su época de mayor gloria siguió viviendo de forma austera en la decimosexta planta de un edificio ubicado en la calle Bolshaya Brónnaya de Moscú. «Tiene usted la habitación tal como me gusta: sin muebles», exclama el pianista en su visita al piso de Borísov.
Richter fue una personalidad compleja tanto en lo humano como en lo musical
Cuando estaba inspirado, Richter era una fuerza de la naturaleza, una mezcla de pasión rusa y «pedantería alemana» (son palabras suyas), dueño de una técnica poderosa aunque poco ortodoxa. «Nadie se sienta al piano como usted, Slava. ¡Es que usted se desmorona…! Stanislavski le habría suspendido», decía la actriz Olga Leonárdovna Knípper.
Programa imaginario
Los recuerdos, las anécdotas y las reflexiones se acumulan de forma no sistemática, por libres asociaciones más que siguiendo un hilo lógico. Hemos de suponer que el pensamiento de Richter procediese así: por iluminaciones repentinas, saltos, analogías. Richter poseía una impresionante cultura no sólo musical, sino también literaria, pictórica y cinematográfica. Más que conversaciones, los suyos son flujos de conciencia en cuyo discurrir hay afirmaciones que emergen con el resplandor de la verdad. Como cuando el pianista explica por qué, a diferencia de sus paisanos Rostropóvich y Áshkenazy, nunca se fugó a Occidente: «Toda huida conlleva una humillación terrible. Una vez has llegado a un lugar para quedarte, la gente te habla de otro modo».
A cuantos se han construido una imagen de Richter a través de sus discos, el libro de Borísov podrá causar cierta sorpresa. Quienes han experimentado el impacto sobrecogedor de sus versiones de la Appassionata, de Beethoven; el Segundo, de Brahms, o la Wanderer, de Schubert, tendrán sin duda la curiosidad de conocer el pensamiento que se esconde detrás de tamañas interpretaciones. Ahora bien, las observaciones de Richter en este sentido son de lo más pintoresco, y reducen el contenido de la música a un programa imaginario, un catálogo de imágenes subjetivas y arbitrarias.
Lo paradójico es que el libro explica el misterio de Richter en la medida en que no lo explica
Al leer Por el camino de Richter uno tiene a menudo la sensación de encontrarse ante un personaje ingenuo. Sin embargo, con el progresar de las páginas, el lector se percata de que Richter es un naif grandioso y revelador, un poco como las telas de Chagall. Es esta, quizá, una manera de transfigurar con ojos estupefactos una realidad que, de otra manera, nos devoraría. «Yo soy un peregrino que deambula por las sonatas y los impromptus. De un siglo a otro», dice Richter de sí mismo.
La visión de Delft
En un determinado momento, Richter se dirige a Borísov y le comenta con ironía: «Si pretende hacer algo con las anotaciones que toma, recuerde una cosa: son totalmente inútiles para la posteridad». ¿Estaba el pianista en lo cierto? ¿Consigue Por el camino de Richter desentrañar mejor al hombre y al músico? Personalmente, creo que el logro del libro de Borísov tiene algo paradójico: explica el misterio de Richter en la medida en que no lo explica.