Cáustico con la mayoría de colegas presentes y pasados, Debussy fue sin embargo bondadoso con Jean-Philippe Rameau, una de las grandes figuras del Barroco musical francés: «La inmensa aportación de Rameau es la de haber sabido descubrir la “sensibilidad en la armonía”, la de captar ciertos colores, ciertos matices, de los que los músicos antes de él sólo tenían un sentimiento confuso».
Se pueden admirar las dotes descriptivas de Rameau, su sentido rítmico, su acrisolado gusto tímbrico, la riqueza polifónica de su escritura o la delicadeza de sus acentos melódicos, pero la coordinación de todos estos elementos, su sentido último, reside en la maestría con la que el compositor sabe conducirse por los más sutiles recovecos del parámetro armónico, una materia a la que dedicó también imprescindibles trabajos teóricos.
En Rameau, la armonía no evoca una idea de profundidad (como ocurre en Wagner), no da la sensación de moverse por debajo de los sonidos. Mucho más que la melodía, la armonía representa para Rameau una suerte de superficie, un afloramiento –entre sensual e intelectual– de la esencia de la música.Como la piel femenina en los cuadros de su contemporáneo Boucher.
Artificio al cuadrado
El conocimiento de Rameau por parte del público actual se limita en buena medida a sus espléndidas piezas para clave. No obstante, el legado más cuantioso del compositor es el destinado al escenario (tragédie lyrique, opéra-ballet, comédie-ballet, pastoral-héroïque), al que dedicó el tramo final de su carrera. Muchos de sus títulos líricos, rescatados en las últimas décadas después de un largo olvido, ofrecen una visión más redonda de su genio musical.
Rameau fue un cartesiano del sentimiento como no ha habido otro hasta Ravel
Tal vez Diderot y compañía no estuviesen del todo equivocados en su diagnóstico. Rameau fue un cartesiano del sentimiento como no ha habido otro hasta Ravel. Su música es una combinación extraña de cálculo y sensibilidad, distanciamiento y emoción. Su naturalidad es el paradójico resultado de un artificio ocultado por medio de otro artificio, es decir, un artificio al cuadrado. Como en su pieza L’Enharmonique, donde la misma nota es tomada como punto de partida de dos universos armónicos paralelos y distantes.
El amigo americano
El pasado 12 de septiembre se cumplieron 250 años de la muerte de Rameau, pero los ecos de las celebraciones aún siguen vivos en la multitud de iniciativas discográficas que la efeméride ha generado, encabezadas por los sellos franceses. Harmonia Mundi ha editado una caja de diez discos protagonizados por uno de los mayores intérpretes de Rameau: el director y clavecinista norteamericano William Christie. Los registros se remontan a los años ochenta y noventa pero no han perdido nada de su vigencia, como demuestran las espléndidas versiones de Les Indes galantes, Castor et Pollux y las piezas para clave. Christie firma asimismo un reciente y atractivo DVD, Rameau, maître à danser (Alpha), donde rescata dos partituras escénicas poco conocidas –Daphnis et Églé, La Naissance d’Osiris– en un montaje en el que destacan las coreografías de Françoise Denieau.
La música para el teatro convirtió a Rameau en blanco de las polémicas
Tampoco los intérpretes españoles han querido mantenerse al margen de las celebraciones y, casi al mismo tiempo, han salido al mercado dos registros de las Piéces de clavecin en concert, en versiones a cargo de los conjuntos Ímpetus Madrid Baroque Ensemble (CMY Baroque) y La Reverencia (Vanitas).