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Angela Gheorghiu: “Un artista nunca va a ser una persona normal”

20/3/2004 |

 

El regreso a España de la soprano Angela Gheorghiu para ofrecer la próxima semana un recital en el Liceo supondrá su debut en este teatro y la primera de una serie de actuaciones previstas en nuestro país. En una entrevista en exclusiva con El Cultural, la diva rumana anuncia su presencia en agosto, en el Festival de Santander. Posteriormente participará en la Carmen llena de estrellas de Sevilla a primeros de septiembre. Culminará su vínculo con los escenarios nacionales con sendas apariciones en L’elisir d’amore, de nuevo en la siguiente temporada barcelonesa.

Los cantantes forman parte de la cultura de la ópera como responsables de su difusión cuando no como catalizadores de su inspiración. Cada época tiene sus referencias y, posiblemente, Angela Gheorghiu lo sea en los comienzos del siglo XXI. En una suite del hotel Hilton de Bucarest, muestra su nerviosismo ante el atentado en Madrid. “¿Quién puede hacer cosas así? Es terrible. Viendo las imágenes me he puesto a llorar de tanto horror. Ante estas cosas, todo lo demás queda en un segundo plano”, afirma emocionada.

Sin embargo, su vuelta a España es noticia,y más después de la mala experiencia de La traviata del Teatro Real. “Han pasado demasiadas cosas después para ponernos a hablar de eso. No ha habido más problemas porque en mi contrato había una cláusula donde se señalaba que, para cantar, debía estar de acuerdo con la producción, cosa que no sucedió y, por eso, me fui”. Preguntada por si esta experiencia la aleja de volver a Madrid, afirma que “con buena voluntad creo que todo se puede lograr, especialmente para que el público no se lo pierda”.

Donde sí regresa es a Barcelona, la próxima semana al Liceo, teatro donde intervendrá también en la siguiente temporada, con dos representaciones de L’elisir d’amore. “Es una ópera que he cantado mucho. Con ella debuté en Viena y la he grabado. Actuaré el próximo verano en el Festival de Santander, en un concierto con orquesta, con un programa que todavía es un secreto”.
–Más curiosidad levanta su presencia en la Carmen “all-stars” de Sevilla, en septiembre.
–Es el proyecto más ambicioso en el que he participado en mi vida. No es fácil, pero espero que salga bien, teniendo en cuenta que hay personas muy cualificadas detrás.

Angela Gheorghiu, nacida en Rumanía, se siente muy orgullosa de sus raíces. En lo que se refiere a la escuela de canto de su país, llama poderosamente la atención que la cantante más globalizada del momento exhiba un acendrado nacionalismo: “Rumanía es uno de los países que más se ha distinguido por la calidad y cantidad de sus voces. Desde Hericlea Darclée que estrenó Tosca hasta Viorica Ursuleac, Maria Stalinaru, Virginia Zeani y un largo etcétera. No sé si es una característica de nuestra tierra o es que la lenguaje favorece las voces”, señala riendo y continúa sin parar: “El rumano es la lengua más latina de todas. Pero por otro lado, también tenemos influencias eslavas. Rumanía es un país políglota por nuestro sistema educativo, que favorece que se hablen muchos idiomas”.

–Su completa formación...
–(Sin dejar concluir la pregunta) Cuando yo era niña me parecía muy exigente pero ahora estoy contenta de todas las materias que estudié, desde historia de la música a armonía, junto a clases de danza, dramaturgia... E, insisto, tuve una gran formación en lenguas extranjeras (Angela Gheorghiu habla varios idiomas perfectamente). Pero eso no es suficiente. La sensibilidad artística es un don individual. Lo tienes o no. Luego, la cultura lo favorece, pero si no hay materia base y no cuentas con algo especial dentro de ti, lo demás no sirve de nada.

Una imagen más realista
–¿Cómo ve el factor negocio en el mundo de la ópera actual?
–Una profesión en la que hay tantos ingredientes no puede ser sólo un negocio. Pese a haber cantado mucho nunca me ha pasado por la cabeza pensar que estoy sólo ante un negocio. ¡Por encima de todo soy una artista! Es una realidad que implica la elección de mi destino y que me ha permitido poder elegir hasta llegar aquí. Hoy la ópera exige una imagen más realista. El público demanda unos artistas que pueda asimilar como personajes y, desde luego, no permite trucos. Porque aquí, lo fundamental, es siempre la voz. Por muy atractivo que seas, no es suficiente si no surge el verdadero artista que aporta elementos originales, cosas nuevas. Los papeles que yo hago están compuestos de notas que se han oído cientos de veces antes de que los haga yo. Sólo cuando el discurso se percibe como diferente quiere decir que mi aportación llega.

–¿Qué opina de las ediciones críticas que aspiran a limpiar aquellas notas añadidas por la tradición?
–(Con un tono sarcástico). Las ediciones críticas son, casi siempre, una excusa para ganar dinero. Son como los malos directores de escena, que se escudan en un montón de palabrería para hablar de sí mismos sin respetar al compositor.

–¿Qué piensa de la actualización de las puestas de escena?
–¿Cuál es la base para ello? ¿Se debe trasladar al público actual la atmósfera del pasado? No es fácil de saber. Yo creo que mientras no se toque la historia en sí misma, la base argumental, los conflictos, se puede jugar con el periodo. Pero cuando yo quiero hacer Traviata, quiero la de Verdi y no la del regista de turno.

–El repertorio es muy limitado si miramos la cantidad de óperas importantes olvidadas. ¿No siente la responsabilidad de recuperar algunas desconocidas?
–Tiene algunos inconvenientes. Si se monta para mí una nueva producción, ¿quién la canta después? Es el gran problema de los títulos menos conocidos. Yo hice y grabé La Rondine de Puccini, que es un título que no se suele representar.

–¿Cómo ve el panorama discográfico actual?
–Se habla mucho de crisis aunque no me la creo del todo (se ríe). Creo en la imagen, en el DVD, en el disco. Lo hago con gusto. Me encanta el micrófono (exclama con fuerza ¡guau!). No sé a los demás, pero yo no siento ninguna frialdad al grabar, ya que tienes a decenas de personas de la orquesta y el coro contigo, que son los primeros críticos. Particularmente, no hago diferencias si me escuchan 100 ó 1.000 personas. Es lo mismo. No siento esa frialdad de los estudios, resulta emocionante, aunque de un modo distinto a cuando estás en un teatro.

–¿Cómo planifica su carrera?
–(Corta de raíz). Es mi secreto. Lo que vaya a hacer ya se sabrá en el futuro. Y los resultados también.

–¿Pero, al menos, con qué criterios elige un repertorio?
–Saber qué rol es bueno o es malo es un talento individual. Un artista, si no tiene espontaneidad, si no siente la inspiración, no llega a nada. Qué, cuándo y dónde, todo esto se debe pensar mucho y no voy a negar que sea difícil. Cuando afronto un rol, mi profesionalidad me obliga a saber con quién lo canto, dónde y cómo antes de aceptarlo. Forma parte de mis obligaciones.

Admiración mutua
–Cuando canta con artistas veteranos de prestigio, como Domingo, ¿percibe su experiencia?
–Creo que los artistas sentimos entre nosotros una admiración mutua. Es normal. Para el artista no existe edad, no hay diferencia entre uno con más nombre y otro. Que un colega pueda ser más o menos importante, en alguna medida, viene a ser lo mismo porque todos queremos dar lo mejor. Yo he tenido satisfacciones con muchos compañeros. La única diferencia es cuando canto con Roberto (Alagna, su marido) porque sentimos una complicidad especial ya que somos algo más que colegas, y eso se percibe.

–¿Y con los directores? ¿Usted tiene fama de difícil?
–He cantado con todos los directores importantes sin problemas. Con Bertrand (de Billy), que es el director musical del Liceo, he trabajado mucho. Cuando el director de orquesta y yo servimos la misma causa, si hay amor y respeto por la ópera, el resultado siempre es fantástico. Si alguno viene y me dice “haz esto”, solamente porque él quiere, mi respuesta será nula. Hay que buscar la manera de llevar a cabo una perfecta colaboración porque somos colegas, cada uno con sus experiencias. Estamos preparados, venimos con todo nuestro talento para servir a la ópera. Es el punto de partida que hay que comprender. Mire, algunos dicen que han hecho treinta veces un título como si fuera su único mérito. Y a lo mejor lo han hecho treinta veces pero de forma equivocada y viene un maestro joven que, de repente, ilumina algo que estaba oscuro. No hago diferencias. Cada uno aporta su personalidad y ésta debe ser siempre libre.

–¿Qué dice ante quienes la acusan de comportarse como una diva?
–¡Claro que hay divismo! Creo en ello porque etimológicamente quiere decir próximo a Dios. Pensar que un divo sólo es aquél que genera problemas es una comprensión equivocada del término. Un artista no es una persona normal, no es posible. Tiene algo más en lo que pensar, debe soñar en lo que hace y su comportamiento es acorde. Es una categoría especial. Y no aprecio nada negativo en ello.

–¿Se siente privilegiada?
–Adoro mi trabajo. Me da un poco de vergüenza y me doy cuenta de ello en una realidad tan difícil como la actual. Pero los cantantes vivimos en un mundo donde todo lo que nos rodea es especial. Lo reconozco y no me excuso por ello... y creo que no lo haré. A cambio tú tienes la responsabilidad de dar el máximo al público. Porque la ópera no es únicamente la voz, hay una fuerza magnética alrededor que provoca que la gente perciba el mundo de otra manera.

–¿Qué proyectos afronta?
–Acabo de interpretar Simon Boccanegra en el Covent Garden, donde volveré en una nueva producción de Faust (de David McVicar) con Roberto, Bryn Terfel y Tony Pappano que me hace muchísima ilusión. También haré varios recitales.

Luís G. Iberni
El Cultural

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