Nacido en San Petersburgo (pronto Leningrado) en 1906, aún bajo el yugo de los Romanov, era un niño durante la Revolución de Octubre. Comenzó a estudiar música tarde, a los nueve años, pero su madre descubrió perpleja que poseía una asombrosa capacidad para aprender y para recordar en todos sus detalles cualquier obra que escuchara, don que suele denominarse "oído absoluto". A los 18 años se gradúa en el conservatorio y estrena su 'Primera Sinfonía', obra que le abre las puertas de la celebridad. No podía sospechar entonces lo difícil que le iban a poner las cosas las nuevas autoridades soviéticas. Acuciado por necesidades económicas tras la muerte de su padre y halagado por recibir encargos del Estado con apenas 20 años, el tímido e inseguro Shostakóvich compone dos "sinfonías proletarias" -como las llama Prieto- fruto de una confianza comprensible en el estrenado régimen. Al mismo tiempo, escribe otras obras, como la ópera satírica 'La nariz', que le interesan más y le permiten experimentar con más libertad caminos musicales nuevos.
Pero se acercaban los tiempos del Terror. Stalin mandaba asesinar a sus adversarios reales e imaginarios, a los que habían sido sus amigos hasta ayer. El más nimio motivo significaba la deportación a Siberia y las autoridades culturales imponían estrictas reglas contra el arte formalista y burgués. Todo se torció para el flamante compositor una noche de enero de 1935, cuando 'el Gran Conductor' se presentó en el Bolshói a ver su ópera 'Lady Macbeth de Mtsensk', en la que se había volcado mientras despachaba rutinariamente la música para varios espectáculos de las juventudes del Partido.
Stalin no mandó llamar a Shostakóvich ni en el primer intermedio, como era costumbre, ni en el segundo, tampoco al terminar el tercer acto. El autor se tapaba la cara cubierta de sudor mientras Stalin salía del palco murmurando: "¡Esto no es música sino caos!". Dos días más tarde, un editorial de 'Pravda' describía la ópera como "una corriente confusa, deliberadamente disonante de sonidos" y concluía con una admonición que, en el tiempo de las purgas indiscriminadas de millones de rusos, sólo podía interpretarse como una amenaza directa: "Estos juegos incomprensibles pueden terminar muy mal". Gorki escribió entonces que el artículo autorizó a "cientos de personas sin talento, escritorzuelos de todo tipo, a perseguir (...) al compositor soviético contemporáneo de más talento".
Cuando logró reponerse del susto, Shostakóvich acometió su 'Cuarta Sinfonía', una obra musicalmente muy atrevida y cuyo "carácter dramático y pesimista violaba todas las normas artísticas fijadas por el partido", recuerda Carlos Prieto. La música del realismo socialista debía de ser alegre y optimista por decreto.
El músico se vio obligado a cancelar el estreno de la sinfonía para evitar una desgracia. "Como tantos otros en aquellos años, tenía preparada una pequeña maleta y esperaba angustiado a que cualquier noche, muy tarde (...), los órganos de seguridad tocaran a su puerta". Por alguna razón que Prieto no se acaba de explicar, Stalin nunca llegó a tocar a Shostakóvich, igual que transigió con Pasternak.
La 'Quinta Sinfonía', bellísima pero de corte más tradicional -la más interpretada de su repertorio hasta hoy-, supuso la primera rehabilitación del compositor, que presenció pálido y mordiéndose los labios cómo el público lloraba al escucharla. Para congraciarse con las autoridades, tuvo que aceptar el capcioso subtítulo que le endosaron a la obra: 'Respuesta creativa de un artista a una crítica justa'. Shostakóvich volvía a ocupar el trono de los artistas soviéticos. Mucho se le ha criticado su falta de carácter, su ambivalencia hacia el poder que tanta tensión emocional -y seguramente tantos tics- le produjo, pero no conviene olvidar que el miedo todopoderoso llevó a Ósip Mandelstam a escribir una 'Oda a Stalin' que no le libró de ser deportado poco después, y a Jatchaturian y Prokófiev a confesar sus pecados de formalismo al tiempo que prometían partituras más normales.
Como escribe el novelista Jorge Volpi en el prólogo al libro de Prieto, "resulta absurdo querer demostrar que Shostakóvich fuese un mero peón del comunismo o un sagaz (aunque discreto) crítico de la Unión Soviética, puesto que lo más probable es que (...) fuese alternativa o simultáneamente las dos cosas: un colaboracionista y un prisionero". La Segunda Guerra Mundial relajó la represión interna del 'Gran Líder', que ahora disponía de un enemigo real e identificable en el exterior. El compositor se ganó su sacralización (provisional) escribiendo los tres primeros movimientos de su 'Séptima Sinfonía' bajo las bombas nazis que sacudían Leningrado. El 'Gran Líder' en persona ordenó evacuar de la ciudad a la poeta Ana Ajmátova y a Shostakóvich, que terminó la obra en Samara. La partitura microfilmada voló de Moscú a Teherán, de allí fue por tierra a El Cairo y luego de nuevo en avión a Casablanca, donde la recogió un barco de guerra norteamericano que la llevó a EEUU. Allí la estrenó Arturo Toscanini.