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¿Tiene futuro el actual sistema de abonos en la música clásica?

1/4/2014 |

 

Maestranza

Vista del patio de butacas del teatro de la Maestranza de Sevilla, desde el escenario. / García Cordero

Hace unos días, en una entrevista con EL PAÍS, el director de orquesta Kent Nagano deslizaba la pregunta sobre si sigue teniendo sentido el sistema de abonos para las temporadas de conciertos. Decía lo siguiente: “En el mundo sinfónico nos preguntamos, por ejemplo, qué será del sistema de abonos. En los años de posguerra tenía sentido. Ofrecía una estructura de la semana, actividad social regular… pero la gente ya no vive así. No hace planes con nueve meses de antelación. Así que el problema no tiene que ver con Beethoven. Sino con adaptar las infraestructuras a la manera de pensar del siglo XXI”. Pero, como en muchos otros negocios, mientras las viejas ideas mueren, esa nueva fórmula de pensamiento no acaba de nacer. En cualquier caso, como dice Nagano, la culpa no es de la música.

La mayoría de temporadas sinfónicas y operísticas del mundo pierden abonados estos días. Los motivos son variados, pero no siempre tienen que ver con ese argumento de la carencia de un público nuevo que renueve los auditorios. Sin embargo, el cambio de hábito en los modos de consumo -provocado es una variable imprescindible para entender el problema. El público, así como podría suceder con los lectores de periódicos, ya no quiere comprometerse por periodos largos. En tiempos de crisis ha aprendido la lección y ya solo quiere comprar lo que podrá consumir. La fidelidad es un valor a la baja. Pero los modelos de negocio en la música clásica, donde hay que planificar temporadas con años de antelación e invertir sumas de dinero que no se poseen antes de cobrar la taquilla, todavía está adaptándose a esta promiscuidad consumidora. En alguna conversación con el histórico promotor Alfonso Aijón ha salido el temaEn la mayoría de casos –es cierto que por motivos muy variados- la caída en la venta de abonos alerta de este nuevo paradigma. Hemos sondeado la opinión de tres grandes gestres del sector: uno del público (Félix Alcaraz), otro del privado (Josep Maria Prat) y un tercero de ópera (Joan Matabosch). Los dos primeros apuestan por introducir modificaciones, pero sin el abono, creen, todo esto sería inviable. El director artístico del Teatro Real, en cambio, reconoce que este sistema en España tiene todavía buena salud, pero que conviene ir pensando en alternativas y tomando nota de lo que sucede en el resto del mundo, donde ha ido menguando o desapareciendo.

En la Orquesta y Coro Nacional de España y sus ciclos, por ejemplo, el descenso de abonados ha sido de alrededor de un 7% por temporada  durante los tres últimos años. Su director técnico, Félix Alcaraz, obsesionado desde tiempo con la creación de nuevos públicos (el de la OCNE supera la media de edad de 60 años), confirma el cambio en los modos de consumo. Pero no cree de ninguna manera que el abono como concepto esté muriendo. “Lo que falla no es el abono. El abono consiste solo en ofrecer ventajas y descuentos la fidelización. Lo que sí está caduco es lo que contiene. No se pierden abonos porque compren menos abonos, sino porque no los compra gente nueva, no se reponen. El abono, como se entiende en la clásica, es complicado de vender al público actual”, explica.

Para Alcaraz, hay que convertir el abono en una experiencia. Que además de formar parte de algo, tenga unos beneficios tangibles más allá de un descuento. En países como EE UU o, incluso, Portugal, el 80% de las entradas se venden individualmente. “Pero es una cultura diferente. Nosotros vemos que los conciertos fuera de abono tienen una venta muy complicada. Para mí hay que trabajar en la creación de público y crear valor con el abono. Al final un abono es un tipo de liturgia. Salvo el público que le gusta picotear y no se abona, no considero que la gente prefiera mezclar”, insiste Alcaraz.

En el sector privado, donde el riesgo es total y la única baza es el ingenio y la habilidad programando, todavía es más necesario el abono. O cualquier cosa que garantice un fondo económico para programar a medio plazo. Josep Maria Prat, presidente del Grup Càmera (con ciclos musicales como Ibercàmera en Barcelona o la Filarmónica en Madrid) y con más de 30 años de experiencia en el sector, no tiene ninguna duda: el abono es imprescindible. Prat, uno de los pocos promotores que ha visto crecer a sus abonados en los últimos tiempos con exitosas y equilibradas propuestas, recuerda que este sistema lo inventó Mozart cuando mandaba una carta que iban firmando los potenciales asistentes a sus conciertos en Salzburgo y luego terminaba volviendo a a sus manos con la respuesta exacta de con cuánta gente podía contar. “Más que discutir si es viable o no, la idea es que el sistema musical actual no es viable sin abono. La perspectiva de una gran institución como la de Nagano es distinta a la nuestra. Hay que adaptar el abono a la vida actual. Pero sin abono este negocio no funciona. La música necesita un compromiso de los filarmónicos y de los aficionados, que es lo que buscaba Mozart. Sin ese compromiso no tiene sentido que sigamos organizando esto. Lo tengo clarísimo. Nuestras temporadas están creciendo en abonados de una forma importante. Pero somos conscientes de que tienen ese compromiso para contribuir a la actividad musical”.

Si no hay abono, sostiene Prat, se intenta copiar al pop tirando de un starsystem musical que agote las entradas solo con el mero anuncio de su presencia.  “Pero además de ser inviable por caro, como empresario no me interesa. Estoy convencido de que el abono es imprescindible para que se mantenga la organización de la música. Un abonado no es un mero consumidor. Contribuye al sostenimiento de una tradición filarmónica civil que es la base cultural de Europa. No es consumir un bolso. Mantener esta tradición es el patrimonio común de Europa”. En cualquier caso, para Prat la voluntad masiva en la clásica es una utopía absurda. Y la media de edad de la gente que compra abonos seguirá siendo alta. “Un abonado joven para nosotros tiene 40 años, no 25”.

Si echamos un ojo al panorama operístico mundial, el abono cada vez tiene menos presencia. En EE UU casi no existe y en los teatros centroeuropeos alcanza cifras de entre un 7% y un 10% del total de las entradas que se venden. Covent Garden -es verdad que Londres es una ciudad mucho más estacional que puede permitirse estos experimentos- primero pasó a los abonos trimestrales y luego los abandonó por completo. "Es cierto que los abonos son muy importantes para los teatros y los ciclos sinfónicos. Desde el punto de vista de la tesorería te da un gran margen de maniobra y además hay una gran tradición en España. Los abonos tal y como están estructurados ahora tienen posiblidad de tener una vida mediana. Pero están condenados a muerte, eso es evidente. Puede que sea a largo término, pero lo que ha pasado en Reino Unido o EE UU acabará pasando aquí. Y el motivo es que los hábitos de consumo cultural han cambiado completamente. A la gente le cuesta más adquirer ese compromiso, sobre todo a la gente más joven. Y no ser consciente de esto es irresponsable, así que hay que empezar a imaginar productos alternativos. Acabará siendo imprescindible evolucionar hacia otra cosa.Lo importante no es si hay abonados o no, sino vender las entradas. Así que hay que buscar sistemas para compensar esta tendencia", explica Joan Matabosch.

Una de esos sistemas pasaría por implantar una estructura de precios dinámicos, como hace Covent Garden. Para las grandes obras del repertorio como una Madama Butterfly se puede llegar a cobrar el doble por el mismo sitio que en una obra contemporánea. "Esto implica un cambio de chip a nivel de gestión muy importante. No digo que este sea el ejemplo a seguir, porque aquí todavía tiene salud el sistema de abonos. Pero hay que ir reflexionando", insiste Matabosch.

Daniel Verdú
El Concertino

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