Con cierta premura, Valery Gergiev (Moscú, 1953) llega a la estación de Atocha, donde en poco más de diez minutos tiene que tomar un AVE que le llevará a Lérida -trayecto en el que le acompañará ABC-, desde donde un coche le trasladará a Andorra. Es su última parada en su gira por la Península, que inició el pasado martes en Barcelona y que ha hecho escala en Valencia y Madrid. Unas horas antes, en el Auditorio Nacional, ha ofrecido una sublime «Novena» de Mahler. Sorprendido, en la puerta de la estación, por Isabel, la fotógrafa de ABC, desenfunda rápidamente un peine para arreglarse el cabello y cerrarse la chaqueta de lana. «¿Dónde puedo mirarme?», pregunta algo azorado, desvelando una faceta de coquetería que desconocíamos.
Su semblante no denota cansancio, y sí un gesto relajado. La gira está marchando bien, y eso se refleja en el talante del director de orquesta, que ha vuelvo a nuestro país con la formación del Mariinsky, con la que viene de manera regular desde su debut en Mérida, hace ya 23 años. Durante estas dos décadas Gergiev ha liderado más de un centenar de conciertos en diferentes escenarios españoles.
A diferencia de la escolta de guardaespaldas que le acompaña en San Petersburgo, donde recibe trato de ministro y dirige el que es tal vez el complejo cultural más grande del mundo, el Mariinsky (integrado por dos teatros de ópera y un auditorio), aquí su séquito se reduce a dos personas de la agencia de conciertos La Filarmónica y el periodista francés Bertrand Dermoncourt, que desde hace cuatro años prepara una biografía sobre el músico ruso. La orquesta ha partido ya hacia Lérida a las 9 de la mañana.
«Sin el trabajo duro hubiera sido imposible alcanzar la calidad y el público que tiene hoy el Mariinsky»
Ocho meses fuera de casa
Como director de la orquesta, marca la diferencia entre liderarla «en horizontal, cuando tocas con colegas y compartes con ellos el hecho de hacer música; y en vertical, cuando tú asumes todas las decisiones. Dirigir -continúa- es un proceso de aprendizaje de cómo tocar, pero también a la hora de cómo organizarse, cómo utilizar el tiempo de la mejor manera... Esa es mi responsabilidad. Soy yo quien está arriba, pero eso no significa que sea un adicto a la batuta. Simplemente quiero que todo funcione. Que yo dirija todos, o casi todos los días no es algo excepcional, también trabajan así los periodistas o quien tiene una tienda», afirma el músico, que pasa ocho meses al año fuera de casa en San Petersburgo, donde vive con su familia -su mujer, sus tres hijos, su madre, su hermana...-, todos ellos instalados en un mismo edificio.
«No quiero que mis hijos sufran la presión de tener un padre músico»
A pesar de esa imagen de entrega incondicial a la interpretación, el maestro ruso -de quien dicen dirige más con la mirada que con la batuta- confiesa algunas de sus otras pasiones, «como ir a la sauna, nadar o pasear por las montañas del Caucaso». Un lugar muy vinculado a su infancia pues aunque nació en Moscú, cuando era muy pequeño sus padres se trasladaron a vivir a Ossetia, de donde proceden sus antepasados y donde se siente muy enraizado.
Rechazado a los 7 años
Los carritos de las bebidas, el revisor pidiendo los billetes, de nuevo otra vez el dichoso carrito, ahora con la prensa..., interrumpen en ocasiones la conversación...
Y volvemos a su infancia y sus primeros contactos con la música. Con siete años, la madre de Gergiev le llevó para ver si le admitían en una de las mejores escuelas de la ciudad. La prueba fue un desastre y el tribunal dictaminó que el niño no tenía oído, memoria, ni sentido del ritmo. En definitiva, que no tenía ningún talento para la música. Más de medio siglo después, Gergiev, considerado hoy uno de los mejores directores de orquesta del mundo, recuerda aquel día. «Había muchos niños. Era una competición que no solo tenía que ver con ellos. Fue hace mucho tiempo. Y es demasiado tarde para cambiar aquello», pasa rápidamente página Gergiev.
Tanto la figura de su padre, militar, como la de su madre fueron decisivas en su carrera. «Mi madre siempre estuvo ahí y me animó a continuar. Desde el principio vio en mí un talento especial para la música». Mientras que fue su padre, de quien heredó el carisma y el liderato, quien le empujó de manera definitiva hacia ella. «Su fallecimiento cuando yo tenía 14 años me afectó mucho. En ese momento decidí centrarme en la música para apartarme de la calle y de las diversiones que esta ofrecía. Se puede decir que me encerré en mí mismo, y la música comenzó a ocupar cada vez más espacio en mi vida». Poco después ingresaría en el Conservatorio de Leningrado (ahora San Petersburgo), por cuyos pasillos se cruzaría con Shostakovich «pero entonces yo era muy joven y estúpidamente tímido y no me acerqué a saludarlo», lamenta el director de orquesta, que se ha convertido en el principal adalid del repertorio ruso en todo el mundo.
«Antes no podíamos competir con el Met o Salzburgo, ahora sí»
A pesar de llevar 36 años vinculado a la institución, rechaza considerla su casa. «Es hacia donde está enfocada mi vida. Cuando trabajo en el Met, o me pongo al frente de la Sinfónica de Londres o cuando lo haga con la de Munich (en 2015), en ellas no ejerzo una responsabilidad total, en el Mariinsky sí. Y me vuelvo a referir a la dirección vertical, en la que asumo toda responsabilidad». En la institución, entre orquesta (con un número de músicos que le permite salir de gira, mientras otros afrontan la temporada), coro y resto de departamentos trabajan alrededor de 2.000 personas.
De Londres a Munich
Culminado este, ¿cuál es su próximo reto ahora? «Que todos los estudiantes de San Petersburgo compartan este sueño del Mariinsky. Creo que en la ciudad hay un millón de niños. Me gustaría que cada año pudieran pasar por el Mariinsky al menos cien mil de esos niños».
¿Cuáles son los motivos para cambiar el podio de la Sinfónica de Londres por el de Munich? «La vida musical en Londres y en Alemania son diferentes. El sistema de organización, las salas y el público también. Después de trabajar tanto en Estados Unidos, en Japón, en Londres... me interesaba escribir una página nueva trabajando con las instituciones alemanas, que tienen además un repertorio históricamente diferente. Quería descubrir algo diferente. Lo importante para mí no es dónde dirijo sino lo que hago. Históricamente las orquestas alemanas tienen su propio repertorio, su propias tradiciones... Y creo que hay que aprender de ellas».