Hace 20 años la sala y el escenario del Gran Teatre del Liceu se convertían en un amasijo de hierros humeantes. Reconstruido en tiempo récord y reinaugurado en 1999, hoy el coliseo atraviesa serias dificultades con un déficit acumulado y deudas por pagar que superan los 16 millones de euros. Por ello se encuentra inmerso en una profunda renovación esperando salir del pantano en un par de temporadas. Pero al menos está vivo, en plena actividad, acumulando éxitos y fabricando sueños.
Ese 31 de enero no lo olvidaremos los melómanos del mundo. Cuando se cumplen dos décadas del trágico incendio siguen vivas en la memoria imágenes intensas que sirvieron para unir a toda la sociedad que veía impotente como un símbolo de la cultura barcelonesa se convertía en cenizas. Muchos fuimos al Liceu a ayudar en lo que fuera y acabamos trasladando lo que pudo salvarse hasta el Palau de la Virreina, desde muebles a obras de arte. De la sala y del escenario nada quedó.
Esa mañana unos operarios devolvían a su lugar en la boca del escenario liceísta el telón cortafuegos que se había quitado por las exigencias de un montaje que acababa de verse en el teatro. Unas cuantas chispas durante esos trabajos bastaron para llevarse por delante uno de los teatros a la italiana más grandes del mundo; de acústica inimitable, era el buque insignia de la lírica española desde 1847. El desastre provocó la reacción unánime tanto de las administraciones como de la sociedad civil, optándose por una reconstrucción inmediata, en el mismo lugar en el que estaba situado y a imagen y semejanza de la sala consumida por las llamas.
Titularidad pública
Solo 80 millones de las antiguas pesetas (unos 480.000 euros) hubieran bastado para dotar al antiguo edificio de las medidas antiincendios que probablemente lo hubieran salvado, pero no pudo ser. El siniestro, en todo caso, sirvió de excusa para que la titularidad del teatro pasara a manos públicas —se trataba de un coliseo cuyos dueños eran numerosas familias que habían sufragado los gastos de su construcción— y para ampliar sus dependencias expropiando las fincas colindantes, transformando así a un anquilosado Liceu en un teatro moderno.
En octubre de 1999, el Gran Teatre barcelonés renacía de sus cenizas gracias a una inversión que superó los 130 millones de euros, continuando con una trayectoria que lo ubica como uno de los referentes líricos del sur de Europa. Su futuro ahora depende de la capacidad de sus gestores, de una programación que sepa adecuarse al gusto de su público y de una política de comunicación efectiva, que vuelva a convertir esta joya de La Rambla en un activo de peso para la ciudad y sus gentes.