Quarteto Borodin: Regalo de Reyes
17/1/2003 |
Llega este ciclo de música de cámara en un momento muy oportuno; un empeño con riesgo que hay que aplaudir y que, a juzgar por la respuesta del público y el contenido de la propuesta, será un éxito. La apertura con este reconocido Cuarteto Borodin habla de la valoración de una forma de hacer música, aquella que remite a la larga duración, al trabajo sostenido en un género en el que el buen solista debe hacer ejercicio solidario con los demás, en ese camino que va casi desde el solo poético a la canción, a la fusión de la poesía con la música.
En esta ocasión el programa no resultó tan ambicioso como en las anteriores presentaciones o, en todo caso, no tan a la medida del perfil de este grupo. No obstante, su versión del “Cuarteto n.º 53, op. 64” de Haydn fue estupenda, y en particular el equilibrio del adagio, en una expresión homogénea del sonido, en una armonía planteada con color y con un tinte sumamente cálido. En el virtuosismo del “finale” el primer violín Aharonian exhibió un exquisito manejo del arco, en una versión equilibrada y de muy buen gusto.
El “Cuarteto en fa menor” de Teofil Richter (padre del gran Sviatoslav Richter), escrito en 1930, que el Borodin ha rescatado del olvido, propone un tema principal que recuerda mucho al “Americano” de Dvorák, especialmente en el ambiente inicial, aunque la resolución no alcanza su fuerza expresiva. El tercer movimiento, “Tempo giusto alla valse”, destaca por el trabajo sonoro y por la excelente versión del Borodin con un sonido tenue, de difícil equilibrio, en el que –a pesar de que la obra tiene un tratamiento temático algo superficial– brilló nuevamente la calidad de Aharonian.
Las “Tres piezas” para cuarteto de Stravinsky mostraron la afinidad del Borodin con ese repertorio, la comprensión de la intencionalidad expresiva, la justeza rítmica, el color con que las interpretan. El “Cuarteto n.º 3” de Schumann cerró el programa en plenitud, con la sensibilidad expresiva del violonchelo Berlinski, decano y fundamento del conjunto, y con un derroche de buen sonido y expresividad en el adagio, culminando con un elegante “finale”.
Jorge de Persia
La Vanguardia