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Scelsi, el compositor sin sombra

27/2/2004 |

 

Aunque el abanico de personalidades fascinantes en el mundo de la música es muy amplio, el ciclo “Conciertos al límite” dará a conocer mañana uno de los individuos más curiosos, Giacinto Scelsi (1905 - 1988). Fue un aristócrata italiano que se movió al margen de los circuitos musicales pero que, por su talento y genialidad, ha sido reverenciado como uno de los mayores y más respetados gurús de la segunda parte del pasado siglo hasta el punto de ser admirado por figuras tan señaladas como Cage, Ligeti o Xenakis. Era, sigue siendo de hecho, un gran desconocido. Su enfermiza manía por su privacidad impidió cualquier contacto personal. No dio entrevistas, ni tampoco permitió que le fotografiaran. Mostraba incluso una extraña agresividad ante aquellos que le consideraban “compositor”, ya que se ubicaba sólo como un “mero transmisor de un ente mayor”. También se autocalificó como un mero “cartero, con suelas gastadas, entregando daguerrotipos llenos de sueños”. Muchas veces se negó a identificar sus obras, limitándose a firmarlas con un signo zen.

Scelsi pertenecía a una familia aristocrática y acomodada –su nombre completo era conde Giacinto Scelsi di Ayala Valva– que le permitió una cobertura económica que, en gran parte, le ayudó a desarrollar una vida fuera de cualquier estructura al uso. Su formación, en una primera instancia, fue autodidacta aunque posteriormente trabó contacto con Egon Koehler, por el que conoció las teorías de Scriabin, y con Walter Klein, un alumno de Schoenberg que le instó a trabajar en el campo del dodecafonismo. De hecho, fue el primer compositor italiano que llevó a cabo obras en este terreno antes de Luigi Dallapiccola. Tras la Segunda Guerra Mundial comienza una etapa muy difícil para él. Abandonó el serialismo, se entusiasmó con la filosofía oriental y se encerró en su casa. Únicamente mantuvo algún vínculo con el grupo Nuova Consonanza del que era responsable Franco Evangelisti.

Era un hombre de psicología muy débil, posiblemente atormentado por recuerdos infantiles, que llegó a ser internado en un hospital. Sus últimos años fueron, al parecer, muy tristes. Ha quedado una fundación, que lleva el nombre de su hermana Isabella, que sirve para mantener viva su memoria. Algunos compositores jóvenes como Tristan Murail, Gérard Grisey et Michäel Levinas lo han elevado a los altares de la creación contemporánea. Fue también un importante, y peculiar, ensayista y además escribió numerosas poesías.

Su música fue pronto valorada por algunas cabezas pensantes, aunque ha tardado –y de hecho, todavía no lo está– en llegar a los circuitos estables. En parte porque es una obra muy compleja y, a la par, está llena de elementos simples. Ahí están sus Cuatro piezas sobre una sola nota, de 1959, para veintiséis instrumentos, una creación que puso las bases de su leyenda y es una clara demostración del grado de experimentación al que había llegado. El ciclo “Conciertos al límite” presentará mañana sus Cantos del Capricornio, composiciones realizadas entre 1961 y 1972 y en lo que supone su estreno en España. Es una obra extremadamente compleja que demanda una soprano a cappella, con la colaboración de un gong y una flauta, aunque dos de los cantos incluyen saxo y otros dos, sendos percusionistas. Los intérpretes serán el Proyecto Guerrero junto a Michiko Hirayama, soprano de origen japonés aunque radicada en Roma, que grabó las obras y que desde los sesenta se convirtió en la principal intérprete de las piezas pre-silábicas de Scelsi, a las que aportó inflexiones y técnicas procedentes del No y del Kabuki. En estas canciones se prescinde de las palabras y la vocalización se asocia a instrumentos de los que obtiene resultados fascinantes.

Luís G. Iberni
El Cultural

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