La compañía catalana La Fura dels Baus lleva por fin a Nueva York la ópera contemporánea de Stockhausen «El viaje de Michael», lo que supone una reconciliación de la ciudad con el malogrado compositor, que calificó los atentados del 11-S como «la mayor obra de arte jamás hecha».
El alemán Karlheinz Stockhausen (1928-2007) murió con la amargura de que, cuando admiró en términos estéticos el ataque al World Trade Center, su querida ciudad de Nueva York (donde había dialogado en términos musicales y contemporáneos con John Cage y Merce Cunningham) le retiró la palabra para siempre.
«El viaje de Michael» fue concebido en los ochenta como parte de su monumental ciclo operístico de 29 horas «Licht» (luz), que le llevó 25 años de trabajo, y para el que imaginó un avión estrellándose contra las Torres Gemelas, entroncando con su discurso sobre la morbosa atracción que la destrucción generaba sobre el ser humano.
Hoy, de la mano escenográfica de La Fura dels Baus, con la ejecución musical de los alemanes Musikfabrik y dentro del Lincoln Festival, Stockhausen y su «viaje» volverán a sonar en la Gran Manzana cinco años después de estrenarse en Viena, al poco de morir el considerado como uno de los maestros de la música contemporánea del siglo XX.
«Estamos contentos por él, por reconciliarle con Nueva York y reparar la injusticia de unas declaraciones descontextualizadas. Nueva York es la primera ciudad que visita Michael en la ópera cuando sale de Europa y él murió con el mal rollo de que sus palabras habían sido malinterpretadas», explicó ayer Carlus Padrissa, miembro fundador de la Fura.
Sotckhausen matizó que los atentados no podían ser juzgados como arte. «(El 11-S) es un crimen, por supuesto que lo sabéis», escribió en su momento y, refiriéndose a las víctimas, ironizó: «Ellos no vendrían a este concierto. Esto es obvio». Por ello, Padrissa llama a dedicar una mirada más profunda y poética al que considera el réquiem de su autor.
Al margen de las polémicas, los miembros de la Fura -a los que hay que sumar al autor de las sensoriales proyecciones que sacuden la representación, Franc Aleu, y al director del vestuario entre espacial y subcutáneo, Chu Uroz- quieren que se aprecie el recorrido emocional y filosófico de este «viaje de Michael», que transita los claroscuros del alma con una trompeta y un clarinete como guías.
«Durante los veinte años y los treinta, uno tiene la fuerza física. Durante los cuarenta y cincuenta, los sueños. Esta obra va más por esa parte», asegura Padrissa. Quizá sea un paseo por el subconsciente, «un sueño húmedo», según él.
La habilidad visionaria de la Fura, reconocida a nivel internacional, convierte el escenario del Lincoln Center, con una palanca y una parabólica, en una experiencia polivalente e ingrávida, en la que fluye la mecánica apoyada por las proyecciones.
Pese a probar las susceptibilidades del público neoyorquino al reabrir las heridas del 11-S, «El viaje de Michael» no persigue la controversia. «Nosotros también estamos más cerca de la muerte» -dice Padrissa-, y quizá la mayor polémica sea el silencio».