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Wagner: larga vida a mis enemigos

21/5/2013 |

 

Pocos compositores han sido capaces de provocar tantas adhesiones y también tantos rechazos. La grandeza de Wagner puede medirse por la talla de sus enemigos

Wagner: larga vida a mis enemigos
 
Igor Stravinsky (en la imagen) afirmó: «Bajo la influencia de Wagner, la música perdió la sonrisa melódica»
 

Si es cierta la afirmación de Oscar Wilde según la cual cada logro nos trae un enemigo, entonces la importancia de un artista podría medirse en función del número de sus adversarios. Aquí es donde la grandeza artística de Wagner se impone de forma definitiva, pues pocos compositores han provocado tantas adhesiones y también tantos rechazos. Wagner admite incluso una opción aún más singular: es un músico al que se puede amar y odiar a la vez. No hay contradicción alguna en ello: Wagner es tan «amplio» que se le puede considerar como uno de los más grandes genios y, al mismo tiempo, encontrar insoportables muchos aspectos de su obra.

«Wagner pertenece a mis enfermedades», reconocía Nietzsche. Ferviente wagneriano en sus comienzos, Nietzsche se convirtió en uno de sus más virulentos detractores. Sus objeciones son más de carácter filosófico que musicológico, pero es posible encontrar en ellas intuiciones capitales también en ese sentido. Me quedo con una. En «Nietzsche contra Wagner», el filósofo explica la melodía infinita wagneriana en esos términos: «Es un adentrarse en el mar: Poco a poco uno pierde pie firme y se abandona al favor o disfavor del elemento: uno tiene que ''nadar''». La observación es crítica, pero centra absolutamente los términos de la cuestión. Con su fluidez, con su renuncia a cristalizar en estructuras fijas (aria, melodía, tonalidad), la música de Wagner obliga al oyente a «nadar», mientras que la música del pasado obligaba a «danzar».

Puesta de sol

Claude Debussy fue otro wagneriano de primera hora que luego abjuró. Él mismo reconoció su pecado de juventud al afirmar que Wagner era una puesta de sol que muchos confundieron con un amanecer. Dos fueron los principales blancos de su polémica: la demasiado lineal correspondencia entre personajes y temas musicales establecida a través del «Leitmotiv» («El sistema del 'Leitmotiv' hace pensar en un mundo de locos inofensivos que presentan su tarjeta de visita y gritan su propio nombre mientras cantan») y el carácter tupido y homogéneo de la orquestación wagneriana («Una suerte de masilla multicolor esparcida casi uniformemente, en la que ya es imposible distinguir el sonido de un violín del de un trombón»).

A las sirenas de la música wagneriana siempre permaneció insensible Igor Stravinsky, quien en su «Poética musical» se permitió afirmaciones tan políticamente incorrectas como la siguiente: «Hay más sustancia y más invención auténtica en el aria de ''La donna è mobile'' que en la retórica y las vociferaciones de la ''Tetralogía''». Stravinsky achacaba a Wagner una incapacidad crónica para circunscribir la idea musical, dotarla de un perfil y una identidad bien definida. Por eso, «La obra de Wagner responde a una tendencia que no es un desorden, pero que trata continuamente de suplir una falta de orden. El sistema de la melodía infinita [...] es el perpetuo fluir de una música que no tenía ningún motivo para comenzar, ni razón alguna para terminar».

Difícil encontrar a enemigos más perspicaces. Stravinsky tiene razón cuando afirma que Wagner es el perpetuo fluir de una música que no tiene ningún motivo para comenzar ni razón alguna para terminar. Sin embargo, lo que se percibe como un límite insalvable, puede verse también como un logro genial.

Genio de la decoración

Otro implacable enemigo de Wagner fue Eduard Hanslick, el mayor crítico musical del siglo XIX. Con motivo de una representación de «Lohengrin» en 1858, Hanslick escribió un extenso artículo que constituye una pormenorizada y demoledora refutación de la estética del compositor: «La música de la ópera de Wagner se deriva esencialmente de la declamación y de la instrumentación. Estos dos factores, que hasta ahora han figurado como ornamento y apoyo del pensamiento musical básico, han sido ‘‘emancipados’’ y empujados a un primer plano como elementos dominantes. Presumir de reemplazar la melodía con un recitativo que sube y baja es al mismo tiempo la raíz y la flor del error de Wagner».

Hanslick tildó a Wagner de «genio de la decoración», una crítica que anticipa los irónicos reproches de Nietzsche («Wagner sólo es admirable en la invención del detalle») y que añade otro tema para la reflexión: pese a su presunta aparatosidad, la genialidad de Wagner se revela más en las diminutas solapas de la trama musical que en el control de las grandes extensiones.

Wagner se vengó de Hanslick inspirándose en él para el personaje de Beckmesser en «Los maestros cantores». Ahí se equivocaba. Porque, en contra de las apariencias, sus enemigos fueron los más lúcidos cómplices de su grandeza. Tanta diatriba envenenada abona la sensación de que Wagner fue una enfermedad por la que había que pasar, aunque fuera simplemente para liberarse de ella. Así terminaba por reconocerlo el propio Nietzsche en medio de sus invectivas más agrias: «Wagner resume la modernidad. No queda más remedio, hay que empezar siendo wagnerianos...».

STEFANO RUSSOMANNO
Abc

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