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Rolando Villazón: «Todos llevamos un payaso y un filósofo dentro»

7/4/2013 |

 

 

«Un autor no tiene derecho a joderle la vida a un personaje para encontrar respuestas a su propia vida. Escribir no es una actividad terapeútica. Escribir es una obligación, la de dar vida a ese universo paralelo que lo habita», dice Macolieta, un payaso que necesita relatar en un cuaderno azul ese otro universo por el que transita el payaso Balancin y su amada Verlaine. Ellos, junto a una galería amplia de personajes, son los protagonistas de «Malabares» (Espasa), el debut literario del tenor Rolando Villazón (México, 1972), que asegura encontrarse «en un momento muy lindo de mi carrera en el que no tengo que demostrar nada. Ese momento ya pasó, cuando tras la operación quise demostrarme a mí y al mundo que sí podía volver a cantar, a pesar de lo que me dijeron quince doctores». Ese ha sido el sino de su vida, derribar los límites impuestos por otros, al que se suma ahora el de la literatura.

La novela -aclamada por su compatriota Jorge Volpi-, sin ser autobiográfica, algo en lo que insiste repetidamente el tenor, se nutre de algunas de sus vivencias: el cantante trabajó como payaso cuando tenía 18 años, actividad que retoma de manera esporádica con la Asociación Roten Nasen. También, en un momento del texto Balancín sufre una dolencia que está a punto de obligarle a abandonar los escenarios, algo que casi le sucedió al tenor tras ser operado dos veces de un quiste en la garganta.

–¿Cómo surgió este libro?

–La figura del payaso siempre me ha atraído mucho y la filosofía siempre ha sido parte de mi vida -durante un tiempo quise ser filósofo- y tenía una deuda pendiente. El año que dejé de cantar, el de mi recuperación tras mi operación, me dio la oportunidad de decir: ¿Y ahora cómo me expreso si no puedo cantar? Yo he cantado toda mi vida. Siempre me ha gustado escribir aunque hasta ahora sólo había escrito cuentos. Y un día surgieron los personajes. La idea era usar desde un punto de vista psicoanalítico el ello, el yo y el superyó que cuentan la historia de estos personajes. La novela es un juego, como mi segunda novela, porque esto será una trilogía.

–¿En el segundo título también hay payasos?

–No, pero la lógica del payaso está presente. Una lógica que consiste en la transformación de la realidad, el malabarismo que realiza con los límites, con los conceptos y con las reglas. El poeta tiene mucho de payaso por la manera en que juega con las palabras... El payaso siempre triunfa, no huye del caos, vive en él y se transforma y transforma todo aquello que le rodea. Tiene mucho que contarnos y enseñarnos. Todos somos payasos y filósofos.

–¿Tiene mucho de autobiográfico?

–No quiero pensar que es una autobiografía sino que algunas de las cosas que aparecen en el libro son símbolos. Además era normal que en una primera novela resumiera mucho de mi pensamiento. También es un cuestionamiento de mis conceptos sobre el escenario, Dios, la amistad, la familia, el amor... Aunque he querido dar independencia a los personajes, quizá todos tengan algo de mí, incluso los femeninos. Lo que me gusta de la novela es que plantea constantemente el debate y que incluye un muestrario de vidas con distintas formas de pensar.

–Usted mismo se niega a encasillarse en una definición...

–Así es. Esta novela me enseñó mucho como persona a la hora de redescubrirme y de reinventarme...

–También acaba de publicar un disco de arias de Verdi (DG) en el que hace un recorrido por sus óperas («I due Foscari», «Rigoletto», «La traviata», «Don Carlo», «Falstaff»...) ¿Qué ha signficado este compositor en su carrera?

–Mi primer papel principal fue Alfredo de «La traviata», y con él debuté en el Met y en París, e hice la famosa producción de Willy Decker en el Festival de Salzburgo. Llevó mi carrera a otra dimensión. También desde la perspectiva del público, Verdi es un compositor con el que se puede entender la historia de la ópera, te ayuda a entender lo anterior y lo posterior. A través de Verdi se puede disfrutar a Haydn y a Mozart, a Britten... Es como una frontera. Es un estilo en sí mismo. Además no le tuvo miedo, sino todo lo contrario, cultivó el conmover al público. Nunca quiso impresionar a musicólogos ni a los críticos que le criticaron mucho por no alinearse con las nuevas tendencias musicales. Permaneció fiel a su propio estilo, el estilo verdiano. Esta conexión con el público le llega al cantante. Como ustedes dicen aquí es una pasada cantar a Verdi.

–¿Qué título de Verdi le gustaría incorporar a su repertorio?

–Quizá «Un ballo in maschera», pero no me lo planteo. Estoy contento con mi repertorio. Vengo de hacer «La Traviata». Tengo proyectos para hacer «Rigoletto», «Don Carlo». Estoy en un momento en el que no sigo la dinámica de los cantante de ópera, de ver qué personaje incorporo... Y tengo que decir que estoy muy contento, cuatro años después, de haber podido cantar y grabar así a Verdi.

–Actualmente está realizando, también con DG, el proyecto de grabar las siete últimas óperas de Mozart...

–Sí, es un proyecto con repartos espectáculares dirigido musicalmente por Yannick Nézet-Séguin. Comenzó el verano pasado con «Così fan tutte», después hicimos «Don Giovanni» y le seguirá «El rapto en el Serrallo». Concluiremos en 2020 con «Idomeneo». Tengo muchos proyectos, como el estreno este lunes en Berlín de una obra de Elliott Carter, «A Sunbeam’s Architecture», dirigida por Barenboim.

–Nunca ha desarrollado una carrera convencional, siguiendo las pautas de otros colegas...

–No. Así cuando canté Monteverdi, porque me interesó explorar este repertorio, me di cuenta de que muchas cosas de Haendel no era donde yo me sentía... Pero todo este camino me ha ayudado a abordar a Mozart y a través de esas experiencias la interpretación de Verdi también es diferente. Tu, como cantante, eres un instrumento que tiene que adaptarse, y esa metamorfosis se nota después. No siempre es fácil y eso supone un riesgo para el artista porque lo más fácil es repetirse en cualquier interpretación.

–¿Sigue con la dirección de escena?

–Sí, tengo en puertas «Rondine», «La traviata» y «Viva la mamma, en Berlín, Viena y Baden-Baden. Es algo con lo que me siento muy feliz porque te permite mucha creatividad, pues los cantantes la tenemos muy limitada.

susana gaviña
Abc

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