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Hoffmann en el Liceu: romanticismo contra las penas

6/2/2013 |

 

El público del Gran Teatre supera la cruda actualidad sumergiéndose jubiloso en la fantasía de 'Les contes d'Hoffmann'

Fantástico, sobrenatural, satírico, grotesco... Como si estuviéramos en la cruda actualidad, "Les contes d’Hoffmann" se estrenó anoche en un Liceu jubiloso, feliz de poder sumergirse en el arte de alta calidad y olvidar el esperpento que copa estos días las primeras páginas de la prensa.

Es cierto que de nuevo vale la pena sobrevolar el argumento de este título de repertorio, de gran belleza musical. Porque volver a explicar a estas alturas la historia del poeta que se pasa la vida luchando entre la pasión y la vocación, víctima de ambas cosas –las mujeres y la poesía–, da una cierta pereza, la verdad. El punto de vista masculino sobre la creación no hace del romanticismo francés el mejor costumbrismo. Pero si de este "leit motiv" se deriva una dramaturgia como la que Laurent Pelly construye para el Gran Teatre, el efecto puede ser totalmente diferente. Hasta el punto de que haga olvidar, al menos durante cuatro horas y cinco actos, la podredumbre de la corrupción política.

Sin embargo, en el primer entreacto, el público del Liceu estaba ayer dividido. No sabía si dejarse llevar por la fascinante partitura de Jacques Offenbach, en aquel ambiente de azul noche que dominaba la escena, o seguir discutiendo en su interior sobre las consecuencias de la corrupción. ¿Quién es más romántico en el sentido memo de la palabra? ¿Hoffmann dándose cuenta de que se ha enamorado de una muñeca mecánica (magnífica Olympia la soprano Katheleen Kim, aplaudida con entusiasmo después de la popular "Les oiseaux dans la charmille"), o la gente horrorizándose de cómo circulan los sobres y las influencias? ¿Quién puede sentir más impotencia? ¿Antonia, la cantante que ha heredado una enfermedad que le impide cantar si no quiere morir (maravillosa Natalie Dessay, especialmente en la esperada "Elle a fui, la tourterelle", del segundo acto), o esta sociedad nuestra que tiene que rendir cuentas a Europa mientras le crecen malas hierbas por todas partes? Al final el demonio –el sobresaliente bajo-barítono Laurent Naouri– tienta a Antonia para que cante y... sí, sí.

Pero empecemos por el principio: Hoffmann, narrador y protagonista de esta ópera, explica a los compañeros de taberna (estamos en Nuremberg) tres fábulas que ilustran sus amores desdichados. Enamorado de una cantante llamada Stella, ve en ella la síntesis de tres antiguos amores: Olympia, Antonia y Giulietta, la cortesana que roba reflejos, es decir, almas. La historia acaba con la promesa de Hoffmann de vivir para la literatura. Sin fisuras. Sin excepciones. Porque con Hoffmann no valen salvedades del estilo “todo es falso #SalvoAlgunaCosa", como el hashtag que corría ayer por Twitter.

¿Aplausos? Muchos, porque el reparto es de ensueño y la ambición escénica pone el resto. ¿Momentos mágicos? Por citar uno, el de la famosa barcarola del tercer acto ("Belle nuit, ô nuit d’amour"), el dúo de Nicklausse, el amigo de Hoffmann, y Giulietta. La escenografía de Chantal Thomas favoreció el embelesamiento del público, con esta gran estructura que cambia constantemente de forma con el propio aliento de los cantantes, cobrando vida en la oscuridad. El estreno estuvo dedicado al periodista y crítico musical Agustí Fancelli, recién fallecido. Una noche emotiva para recordar.

Maricel Chavarría
La Vanguardia

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