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Lissner y la ópera al servicio de la política

24/10/2012 |

 

 

Stephane_Lissner

El director de La Scala de Milán, Stéphane Lissner.

Finalmente, Stéphane Lissner será el director de la Ópera Nacional de París, compuesta por el Palais Garnier (1900 asientos) y la Bastilla (2700 asientos) a partir del año 2015, cuando dejara La Scala de Milán. Lo supimos hace un par de semanas cuando la ministra de Cultura de Francia, Aurélie Filipetti, lo anunció a bombo y platillo. Pero la decisión se ha tomado después de varios meses de discusión en los despachos del Elíseo entre los partidarios de Lissner y del otro candidato mejor colocado: Serge Dorny. La decisión final, como sucede siempre, desencadenó rumores de todo tipo sobre el efecto dominó que podía generar en los teatros europeos. Incluidos los que, como siempre, se suponía que afectaban a Madrid.

Según cuentan, era la jefa de Gabinete de François Hollande, Sylvie Hubac, quien más se inclinaba por el flamenco Dorny, actual director de la Ópera Nacional de Lyon. Pero también tenía el apoyo de la antigua ministra de Cultura, Catherine Tasca, y de algunos miembros del gabinete de Filipetti. Se buscaba un perfil más renovador, en la línea de lo que había sido Mortier para la institución unos años antes. Más, teniendo en cuenta las críticas que ha tenido que encajar Nicolas Joel, actual director, por sus inclinaciones conservadoras en la programación. Esa era la idea. Pero, al final, todo se dirime en los despachos de la política, propensos a contaminar a la ópera por encima de todas las artes (en Madrid muchos políticos se han permitido durante mucho tiempo opinar y sugerir cómo debía programarse).

Lissner (que tenía el apoyo directo de la ministra, su jefe de gabinete y del consejero cultural de Hollande, David Kessler), parisino de 59 años (como Joel), no es precisamente ese perfil más vanguardista que se reclamaba desde muchos sectores de la izquierda menos elitista. A Dorny se le atribuía mayor conocimiento y relación con directores de escena y musicales modernos. En cambio, el francés ofrecía una marca mucho más mediática, consolidada y segura en estos tiempos de inclemencias económicas.

Pero, sobre todo, representa un tipo de director con el que será mucho más fácil llegar a los patrocinadores que mantengan estable el presupuesto de la ópera parisina. Una tarea que ha llevado a cabo en La Scala de Milán (aunque a su partida de Châtelet y del festival d’Aix-en-Provence los dejase con déficit). Porque para 2013, 2014 y 2015, se anuncian más recortes en la ópera parisina y ya se sabe que todo el mundo quiere valores seguros en tiempos de crisis (precisamente cuando, qué lastima, habría que explorar nuevos caminos e ideas). Lo que no está claro es de lo que será capaz de hacer con mucho menos presupuesto. El mismo problema al que se enfrentan la mayoría de teatros de Europa. Como el Teatro Real.

Precisamente, a raíz de este movimiento de sillas, se empezó a hablar la semana pasada de la posible marcha de Gerard Mortier al puesto vacante que quedará en 2015 en La Scala. Algo que el director artístico del Teatro Real desmintió (desde que llegó le han colocado en la mitad de teatros del mundo). Eso sí, se queda, dice, a menos que haya más recortes: la situación actual (con una nueva tarascada del 33% es el límite). Si no hay ningún contratiempo de ese tipo, es probable que Mortier se quede en Madrid al menos hasta 2015 (cuando ya habrá cumplido 72 años) y que luego esté más interesado en otro tipo de proyectos que en dirigir un gran teatro de ópera, algo que lleva haciendo desde hace 30 años. Quién sabe.

En cualquier caso, llama también la atención que se busque siempre perfiles para gestionar los principales coliseos líricos de hombres que se encuentran al final de sus carreras. Se habla de un recambio generacional en el público, en los artistas… y es cierto que la juventud está en las ideas, pero al final, esa transformación biográfica nunca llega al sillón de la dirección del teatro. De hecho, para el nombramiento de Lissner, o bien se modifica una ley que obliga a los funcionarios y directores de instituciones públicas francesas a abandonar su cargo a los 65 años, o solo podrá cumplir tres años de los cinco que tiene el mandato. Quizá en estos tiempos convulsos esté más jusitificado que nunca acudir a la sabiduría y experiencia de una larga carrera, pero inquieta pensar en la falta de un relevo generacional para esta importante generación de gestores culturales cuando amaine el temporal.

Daniel Verdú
El Concertino

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