Ni Europa ni Asia. Ni la escuela húngara representada por el fino János Palojtay, ni la excepción georgiana representada por la deslumbrante potencia de Tamar Beraia ni la pujanza asiática de los coreanos, encarnados en la simpatía y la dulzura de Ah Ruem Ahn, convencieron ni doblegaron la dureza y la exigencia del jurado presidido por Antoni Ros Marbà y configurado por un muy destacado puñado de figuras internacionales del piano.
No hubo manera. Palojtay y la georgiana Beraia lograron ex aequo un tercer premio y medalla de bronce. Fue lo máximo que les dejó su interpretación ayer en la final las piezas elegidas para la ocasión: el Concierto en La menor, de Schumann, por parte del húngaro y el Emperador, de Beethoven a manos de Beraia. En cambio si convenció algo más al jurado el Número 2 de Rachmaninov que ofreció Ahn. La interesante pugna intercontinental entre los asiáticos y los europeos, quedó del lado de Corea y he ahí una prueba de futuro.
Pero nadie mereció el primer premio a juicio de un jurado quizás demasiado imbuido de su alta exigencia para un concurso que sí podía haberse zanjado con un ganador. Cómo no. El propio Antoni Ros Marbà, que anunció sin cortapisas y directamente nada más agarrar el micrófono el fallido fallo, flanqueado por sus compañeros, confesaba hace días a este periódico que en estas ocasiones debe buscarse la excelencia y premiar al artista antes que al virtuoso. Pero también ahondaba en la creciente dificultad a la que se enfrentan las nuevas generaciones. Algo a lo que se han mostrado demasiado insensibles.
El nivel de exigencia de las jóvenes figuras del piano es hoy de tal magnitud, agobiados entre la demanda salvaje de virtuosismo, la exposición pública y las nuevas tecnologías, que labrarse un camino es muy difícil. Si a eso unimos las no muy alentadoras sobre exigencias de jurados que quizás se vuelvan demasiado insensibles a estas barreras, ayudamos poco a la búsqueda y el deseable desarrollo de nuevos talentos.
Es tan difícil e incomprensible no otorgar primeros premios como otorgarlos. Quizás los jurados deberían tener oídos y ojos más abiertos al mundo de hoy y a las dificultades mucho más agobiantes y mayores a los que se enfrentan los músicos de las nuevas generaciones. El pasado no siempre ha sido mejor. ¿Cuál es el grado de exigencia? ¿Quién la marca? ¿Quién juzga ahora a esos jurados que piden la luna en esta Tierra demasiado ya cargada de ultra demandas como para tener que soportar premios desiertos? ¿Cuál es la fina línea que separa ese primer galardón de un segundo? ¿No lo ven absurdo?
La gala dejó también otra sorpresa. Dedicada a la figura de Alicia de Larrocha, desaparecida en 2009, consiguió atraer parte de su desarrollo a la figura de esta excepcional pianista española. Fue de manos de su alumna Marta Zabaleta como descubrimos su faceta de compositora. La intérprete dio luz a tres piezas de la maestra catalana –un Andante y un Andantino Nostálgico en La bemol y una Burlesca en sol sostenido- que desprendieron destellos discretos y desconocidos de su enorme talla musical. Fue la sorpresa más agradable en mitad del desánimo que labró el jurado dejando desierto un premio que bien hubiera merecido alguno de los tres finalistas.