24/11/2011 |
En la Producción de la Ópera Nacional de París y el Festival de Salzburgo 'Pelléas et Mélisande', drama lírico de Claude Debussy, el mítico director de escena americano Robert Wilson ha ensayado una de sus delicadas inmersiones. Golaud el sufriente, Pelléas, Mélisande, de larga melena, y compañía se han desplegado este noviembre en el Teatro Real de Madrid con un agua minuciosa, un fondo abisal marino diáfano que, para ser tan estático, no para de transmutarse. Caen del techo nubes, velos musicados con arpas y bosques atmosféricos. A finales de junio de 2012 recalará en el Liceo barcelonés esta mistérica pieza con libreto de la obra original del dramaturgo y poeta Maurice Maeterlinck (uno de esos premios Nobel arrumbados en lo remoto del inicio del XX). En palabras del crítico Roger Alier, 'Pelléas et Mélisande' es "un modelo casi único de imbricación entre texto literario y música". Y con la escena además, si surge.
Habla elmundo.es con el "maestro imbricador" Robert Wilson, asociado desde 1976 al minimalismo de Philip Glass, con quien estrenó la ópera de vanguardia 'Einstein on the beach': "No sé qué significa minimalismo. Es frecuente que la gente lo use para hablar de mi trabajo. Mi estilo es de hecho muy barroco y complejo. Detrás de la superficie es muy complicado. Odio las etiquetas". Sombras archinítidas, anillos de luz, gamas entre gris y azul de 'spleen' y resol, actores entre lo japonés y el pierrot en un país inexistente, Allemond, una ensoñación medievaloide.
Clásico y moderno
"'Pelleas et Melisande' es para mí un drama que baila en la luz de la luna. Siempre se siente el sol tras la luna, el fuego que irradia en la luz helada", explica (o evoca) Robert Wilson. "Yo leí el texto, escuché la música y diseñé la puesta en escena, que fue independiente de las dos cosas anteriores pero que siempre tenía en mente la situación concreta. Este trabajo está lleno de valores opuestos. Es clásico y muy moderno al mismo tiempo. Conecta con mi propia sensibilidad de teatro épico, donde todos los elementos existen independientemente y completamente sin tener que ilustrar otras cosas, o estar subordinados. A través de una situación ideal se refuerzan unos a otros. Con su independencia ellos crean una situación diferente de una escena sola".
Wilson ha llevado a escena recientemente 'Katia Kabanova', de Janácek, y (mirando hacia atrás) a autores como Büchner, o Brecht, o Ibsen, o Wagner. Pero resalta su trabajo con figuras punteras contemporáneas. A parte del mentado título, otros con Glass son 'Monsters of grace', 'O corvo branco'. A esto se suman proyectos con el dramaturgo alemán Heiner Müller, y varios espectáculos con Lou Reed o David Byrne (de Talking Heads). Wilson también tiene un papel destacado dentro de la inclasificable carrera de Tom Waits. Así, de los espectáculos wilsonianos con el músico 'The black rider', 'Alice' o 'Woyzeck' nacieron los grandes discos del mismo nombre (salvo en el tercero, que se llama 'Mule variations'): "Cada una de mis colaboraciones me lleva en una dirección distinta. Mi trabajo es completamente diferente con Philip Glass o con Tom Waits o con Lou Reed. Mi trabajo siempre ha sido en natural colaboración y eso aporta las múltiples direcciones".
Proliferación de la oscuridad
Sin etiquetas. O sea, sin 'label Wilson'. "Mis trabajos son como olas que van y vienen", evoca ( o explica) el director de escena a este periodico. En poco se queda pinchándole en un corcho (o en Wikipedia) como minimalista. El teórico de teatro, profesor de la Sorbona, Georges Banu concibe la evolución del artista texano desde una "atracción de la superficie y el rechazo a toda profundidad", recibido de su querencia a la estilizada estampa oriental, a la proliferación de sombra (aquí en 'Pelléas...' por ejemplo). Especula Banu: "¿Es acaso signo de un acuerdo de Wilson con la aproximación progresiva de la noche? ¿Será que está dejando subir en su propio interior la oscuridad?". Rematamos con más palabras críticas. Esta vez de Álvaro Del Amo, colaborador de EL MUNDO: "En pocas óperas los escenarios juegan un papel tan determinante. El castillo brumoso frente a un mar inclemente impregna la acción como un personaje más. La música exquisita no describe, pero nos sumerge en una atmósfera opresiva de almenas escarpadas, estancias sombrías, y un laberinto de mazmorras encharcadas, sótanos que rezuman moho putrefacto, donde no llega nunca un sol escaso y esquivo".
Sylvain Cambreling dirige este espectáculo wilsoniano que llegará al Liceo, donde las voces de Laurent Naouri, Yann Beuron, y la robótica Camilla Tilling se funden en la orquesta, en estela postwagneriana, pero en un territorio totalmente original. Un arrecife de la historia de la ópera en el filo de un elegante desmayo condensado. Con estos trabajos de Wilson, en camino hacia a los barroquismos de la sombra y el sol esquivo, uno puede imaginar qué fueron las escenas del renovador suizo Adolphe Appia en los años 60.
Álvaro Cortina
El Mundo