Anner Bylsma: «Bach es mi primer plato y mi postre»
11/1/2003 |
Tras haber entregado más de medio siglo de su vida al chelo, el holandés Anner Bylsma sigue dedicándole ocho horas de cada jornada a su instrumento favorito. Bylsma, compañero de aventuras de Leonhardt y Brüggen en los primeros años de la «autenticidad», apenas se ha prodigado en nuestro país. Ahora nos visita como invitado de la Orquesta de la Comunidad de Madrid a las órdenes de Harry Christopher.
–El trabajo parece una constante en su vida.
–Pero a los que me preguntan cómo resisto ocho horas al día estudiando, les contesto que las administro en pequeñas dosis del mismo modo que otros comen pequeños pedazos a lo largo del día en lugar de darse grandes festines. En mi caso, trabajo unas cuantas líneas, pienso lo que hecho, y más tarde regreso para seguir.
–¿Tendrá su postre preferido?
–Tanto el primer plato como el postre es siempre Bach. Alguna suite de las que, cada vez que vuelvo, siempre encuentro algo nuevo. Es un fenómeno increíble, tanto es así que escribí un libro sobre las suites titulado Bach, the fencing master como un acto de responsabilidad.
–Después de ser primer chelo de la Concertgebouw entre 1962 y 1968, abandonó la orquesta: ¿sentido de la independencia?, ¿negativa al anonimato?
–Para ser justos, ni una cosa ni otra. Durante el tiempo que estuve en la orquesta me lo pasé muy bien haciendo las sinfonías de Bruckner y de Brahms, trabajando con muchos músicos que continúan siendo mis amigos. Lo que ocurre es que en aquellos tiempos empecé a descubir la música que denominamos «auténtica», junto a Frans Brüggen. Tras grabar un disco, me sentí fascinado por aquella cosa tan nueva que no sabíamos cómo potenciar, buscando nuevas posibilidades interpretativas. Hasta el punto que llegó a requerir tanto tiempo que me vi obligado a elegir. Y empecé a hacer más música de cámara dejando esa orquesta que me proporcionó la posibilidad de trabajar con los mejores directores, por la que pasaron Klemperer, Monteux... hasta el joven Boulez.
–¿Se olvida de Haitink?
–Porque no me interesó demasiado. Durante el tiempo que trabajé con él me pareció un director mediocre.
–Usted conoció personalmente a Casals.
–Naturalmente, cuando me dieron su premio en México en 1959. Debo decir que él, a quien recuerdo como alguien muy amable con quien mantuve una agradable conversación sentados en un banco, no estaba muy convencido de mi modo de tocar. Afortunadamente no era más que el voto del presidente frente al de los demás grandes chelistas del jurado, entre los que se encontraban Rostropovich, Navarra, Cassadó...
–Está a tiempo de enjuiciarlo, teniendo en cuenta que también tuvo sus detractores.
–Casals era capaz de unir tres o cuatro notas de un modo que jamás en tu vida podrías volver a escuchar. Te entraban por los oídos y se instalaban dentro de tu cabeza para siempre. Sólo Casals era capaz de hacer esto tan increíble. He trabajado horas y horas las notas primeras de la sonata de Brahms, intentando conseguir esa claridad suya y jamás he podido hacerlo. Y muchos colegas que escucharon a Casals, dicen lo mismo.
–¿Sería el mejor ejemplo para seguir?
–La música es más compleja que eso. Es como un puzle. Cuando te pones a elaborarlo, te das cuenta que necesitas más cosas para encajar en aquel invento. La manera de tocar de Casals es brillante y al tiempo muy difícil de copiar.
–Durante un tiempo formó con Leonhardt y Brüggen un trío. Ellos son hoy más «estrellas»; ¿tal vez por haber optado por la batuta?
–No lo sé. Admiro a ambos, pero estoy muy contento con lo que soy. También puedo decir que cuando en la Prensa se habla del grupo L'Archibudelli, uno de los proyectos más importantes de mi vida, me citan como su director. Y no lo soy, ni quiero serlo, porque cuando se hace música de cámara, el resultado se convierte en un todo compartido.
–En algún momento usted afirmó que sus barreras cronológicas del Barroco no coinciden con las habituales/convencionales. ¿Dónde encuadra el concierto de Haydn que interpretará en Madrid?
–Para empezar, debo decir que mi preferido es el Concierto en Re mayor opus 101. Pero éste está muy bien escrito, con un segundo movimiento precioso, y una partitura sencilla para la orquesta que parece convertirse en servidora del chelo.
–¿A cuál de sus tres instrumentos –el Goffriller de 1695, el Pressanda de 1835 o el de la escuela tirolesa– recurrirá en esta ocasión?
–Naturalmente que a mi Pressanda, teniendo en cuenta que voy a trabajar con una orquesta moderna.
–¿Lo hace con frecuencia?
–Cada vez menos. Lo que estoy haciendo cada vez en mayor medida es música de cámara. Incluso música moderna.
Juan Antonio Llorente
ABC