7/12/2010 |
España ha tardado en incorporarse a la revolución interpretativa del barroco. Existía el antecedente pionero de Jordi Savall, ahijado en Francia al abrigo de todas las mañanas del mundo, pero la proliferación de orquestas, solistas y cantantes se antoja mucho más reciente. Probablemente porque han regresado a Iberia los músicos que estudiaron en las grandes canteras continentales –Holanda, Alemania, Inglaterra- y porque se ha producido un interés musicológico hacia el repertorio nacional.
Es el contexto en el que hemos descubierto a De Nebra y a Literes, cabeza de lanza de una generación de compositores españoles italianizados y provistos de bastante ingenio que participaron del origen de la zarzuela y que empiezan a apreciarse en los circuitos europeos, desmintiéndose o cuestionándose las dimensiones del erial en que la música española se habría encontrado después del esplendor renacentista (Victoria, Guerrero).
La afinidad de las orquestas barrocas españolas al patrimonio ibérico -la linde hispano portuguesa no era entonces la que hoy nos aleja, experimentos mundialistas al margen- no contradice la solvencia en el repertorio de referencia. Sirvan como ejemplo los casos de Al Ayre Español, especialista de Handel a las órdenes de López Banzo, y de Forma Antiqua, cuya versatilidad tanto vale para Monteverdi como para el barroco germano.
Hay otras agrupaciones de mérito en juego. Se me ocurren, entre muchas otras, la Orquesta Barroca de Sevilla, Los Músicos de su alteza y la Compañía del Príncipe, artífice esta última de la “Clementina” de Boccherini con toda la solvencia de Heras Casado, aunque me ha sorprendido escuchar en Soria ayer el Concierto Español. Tanto por el sonido homogéneo y sobrio que obtiene Emilio Moreno como por el hallazgo de “Ifigenia en Tracia”, una ópera-zarzuela originaria de 1742 que reivindica la maestría y la audacia de José de Nebra en tiempos de fertilísima competencia.
Es verdad que el acontecimiento se había presentado 24 horas antes en León con las bendiciones del Ministerio de Cultura, pero desconcertaba el aspecto inhóspito del auditorio soriano. Muchos espectadores pensaban que iban a encontrarse con “El dúo de la Africana” (se anunciaba una zarzuela en los carteles sin otros detalles). Y a otros nos pareció que un proyecto de semejante interés bien merecía placearse en escenarios de enjundia y de credibilidad.
No sólo por los méritos del Concierto Español ni por las letras mayúsculas del reparto –María Espada en primer lugar, a la vera de Marta Almajano-, además porque “Ifigenia en Tracia” expone un filón musical, cultural y patrimonial que replantea el peso ibérico –otra vez Iberia- en el siglo XVIII y que debería formar parte de los proyectos de Estado culturales.
Rubén Amón
Bloc de pecho