16/10/2010 |
El director italiano, que dirige en Madrid a la Orquesta de Lucerna, recibió ayer la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes.
«Gracias por llamarme Maestro pero para los músicos soy Claudio», afirmaba ayer el director de orquesta Claudio Abbado (Milán, 1933) tras recibir la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de manos de su presidente, Miguel Hernández-León. Un premio con el que la institución madrileña quiso reconocer a quien «renovó la dirección y a una generación de músicos»; a un agitador cultural, «que ha abierto la música a otros públicos», y a un hombre «valiente y lúcido en sus propuestas, comprometido en especial con los jóvenes». Pero sobre todo, la medalla es un premio a «un músico apasionado». Una pasión que ha sabido transmitir desde el foso de la Scala de Milán, en el podio de la Filarmónica de Berlín o desde los atriles de las jóvenes orquestas que ha fundado, como la Mahler o la del Festival de Lucerna; o también aquellas que ha apoyado con fervoroso entusiasmo, como la Orquesta Juvenil Simón Bolivar de Abreu. «No hago distinción entre jóvenes y menos jóvenes. Todos deben tocar con la misma pasión y amor, no hacen falta más explicaciones a la hora de enseñar a hacer música», sostiene.
Abbado, de figura frágil pero de espíritu fuerte e intenso —lo saben aquellos que han trabajado con él—, no puede ocultar su extrema timidez. Algo intimidado, se refugió ayer en unas breves palabras de agradecimiento por el premio y hacia España, país por el que siente un entrañable cariño hasta el punto de reinventar el origen de su apellido. «Me gusta decir que viene de la palabra Abad, y que procede de Sevilla».
Incapaz de hablar de sus logros, lo hacen por él sus discípulos españoles que forman parte de la Orquesta del Festival de Lucerna, —«cuando empecé hace años no había tantos, ahora ha subido mucho el nivel», se congratula—. Unos jóvenes que han compartido «la magia de la música» con el director italiano. Ése es el caso de la flautista Julia Gallego, que coincidió con Abbado en 1998, en la Gustav Mahler, «e hice una gira con ellos por Venezuela, Cuba, Tanglewood. Fue mágico. Cambió mi vida». Para Lucas Macías, oboe, este encuentro de ahora en Madrid resulta muy especial pues interpretará la misma partitura con la que se inició con Abbado en 2004. ¿El secreto de Abbado? «Su carácter y su temperamento. Con pocas palabras es capaz de que alcancemos el máximo nivel. Nos ofrece la oportunidad de disfrutar al cien por cien de la música...». Si para José Puchades, viola, ha supuesto «una inspiración», al trompa José Vicente Castelló le ha hecho entender la música «como una forma de vida. El Maestro —perdón, a mí siempre se me escapa— nos hace fácil que saquemos de cada uno de nosotros el máximo para lograr que la música alcance toda su dimensión». ¿El objetivo de Abbado? Que una orquesta de 120 músicos suene como un cuarteto, donde todos los músicos «toquen juntos».
Ayer, el mejor regalo para Abbado fue la música, un breve concierto en el que varios de los jóvenes españoles interpretaron el primer movimiento del Trío para piano, oboe y trompa, de Reinecke. La proxima cita con Abbado será el domingo y el lunes, dentro del ciclo Ibermúsica. Dirigirá a la Orquesta del Festival de Lucerna en la «Novena sinfonía» de Mahler», partitura que representa «un puente a la música moderna. La última época de Mahler era más moderna que las primeras obras de Schoenberg. Es un paso a la modernidad», declaraba a ABC. Por último, una pequeña recomendación para los que asistan a sus conciertos, no aplaudan inmediatamente, sostengan la respiración al final de la interpretación y dejen que Mahler se funda con el silencio. Entonces Abbado culminará el milagro de la música.
SUSANA GAVIÑA
Abc