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El pianista manco

15/5/2010 |

 

Los melómanos saben que Maurice Ravel escribió un concierto para la mano izquierda. Y que el destinatario de la composición era Paul Wittgenstein (1867-1961), hermano del eminente filósofo y víctima de una desgracia militar que provocó la amputación de la mano derecha.

 

 

El contratiempo no disuadió el pianista. Tampoco lo hizo la resistencia con que su padre, un multimillonario industrial austriaco, trató de impedirle a él y a sus hermanos que se distrajeran con la cultura. Llama la atención semejante actitud porque el patriarca Wittgenstein fue mecenas y protector de artistas, pero no quería que la prole se le descarriara.

El caso es que dos de sus hijos se terminaron suicidando, que otro, Ludwig, dio cuerpo al “Tractatus” y que Paul, el pianista, aprovechó el deceso del padre para transformar la descomunal herencia en el recurso financiero de su carrera pianística.

La prueba está en que alquiló la sala del Musikverein, contrató a un maestro y reunió a una orquesta profesional para concederse el capricho de interpretar el concierto para piano número uno de Brahms.

La iniciativa fue un éxito porque Wittgenstein tenía personalidad y mucho talento. Había conseguido enderezar su vida y su vocación, pero la decisión de luchar en el frente durante la I Guerra Mundial le costó el sacrificio de la mano diestra.

La desesperación no llegó al extremo de provocar su retirada. Y el dinero le permitió dirigirse a los compositores en boga para que le escribieran un concierto a medida. Hoy conocemos mejor que ningún otro el de Ravel, habitual en el repertorio de los pianistas, pero Wittgenstein también hizo sus encargos a Strauss, Hindemith, Prokofiev y Korngold.

No le gustaron demasiado los resultados. Introdujo correcciones y florituras al de Ravel, despreció el de Prokofiev porque le parecía demasiado frío. Rectificó la orquestación de la obra de Korngold y, peor aún, enterró en un cajón el concierto de Hindemith.

Allí permaneció hasta 2004, tres años después de la muerte de su viuda, cuya resistencia a cualquier intromisión en la fortaleza familiar de Long Island redundó en el misterio de Wittgenstein y custodió la peripecia del clan en el exilio neoyorquino.

Paul, igual que su hermano, hubo de escapar de Austria al hilo de las persecuciones antisemitas. La familia se había convertido al cristianismo desde tres generaciones anteriores, pero el apellido y la fortuna la transformaban en trofeo de caza ejemplar.

Unos y otros detalles forman parte del interesante documental que ha realizado Michael Beyer para el canal Arte. Emerge un retrato contradictorio y severo de Wittgenstein. Nos los presenta como un tipo tiránico y ególatra, aunque el testimonio de Pierre Boulez nos recuerda que el pianista manco fue tan virtuoso con una sola mano que costaba trabajo echar de menos la ausente derecha.

Rubén Amón
Blog de Pecho

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