10/3/2010 |
Carles Balagué recrea el atentado anarquista de 1893 que causó 20 muertos.
En un pasillo del Liceu de finales del XIX se había instalado un bolsín cuyos vendedores voceaban las cotizaciones, mientras tenores y sopranos se esforzaban sobre el escenario en hacer audible la ópera de turno. Así era el Liceu de hace un siglo. El teatro creado para articular una nueva clase social enriquecida, rematar negocios, establecer alianzas, consolidar amistades, entrar en sociedad o lucir amoríos (había unos días señalados –y ojo con equivocarse– para ir con la amante y otros con la mujer oficial). La estructura de las óperas –nacidas como teatro de corte–, con sus arias y largos recitativos, se adaptaba a estas necesidades. "¡Que canta el divo!", alertaban y una multitud abandonaba la cháchara y se apresuraba a ocupar sus asientos para atender el aria o el dueto. El estrépito era tremendo y una vez acabado el papel del divo o la diva, la gente regresaba a sus tertulias. Este es el ambiente que recrean los expertos entrevistados por Carles Balagué para su documental La bomba del Liceu, que se estrena el viernes. Contra este templo burgués el anarquista Santiago Salvador arrojó dos bombas orsini (una no estalló) desde el quinto piso a las butacas 27 y 28 de la fila 13, y causó 20 muertos. Fue el 7 de noviembre de 1893 y unos meses antes Paulino Pallàs había atentado en la Gran Via contra el capitán general de Catalunya Martínez Campos y pocos años después, en 1896, otra bomba causó 12 muertos (gente humilde) durante la procesión del Corpus. Las tres bestias negras del anarquismo, burguesía, ejército y clero.
Al día siguiente del atentado, Salvador contemplaba el séquito fúnebre desde lo alto del monumento a Colón y se deleitaba imaginando que coronaba su faena arrojando más bombas sobre el cortejo. "Era un estajanovista", comenta con sorna Mendoza.
Balagué, autor de La Casita Blanca, recoge testimonios de escritores que han recreado aquella época, como González Ledesma, Antoni Dalmau o Eduardo Mendoza, liceístas como Roger Alier y cronistas como Lluís Permanyer. Alguno hay que señala la barbaridad de que la Setmana Tràgica fue peor que la Guerra Civil. No es un documental narrativo, sino entrevistas encadenadas. No hay investigación ni contraste entre el modo de vida burgués y el anarquista, ni indagación sobre los protagonistas. Hay un rico anecdotario y un único elemento de engarce con el presente, Santiago Salvador fue ejecutado en lo que hoy es la plaza Folch i Torres, junto a la vieja prisión Reina Amalia. En la plaza, con la misma perspectiva que la utilizada por Casas para pintar Garrote vil, se alza hoy un instituto con alumnos de varias culturas. Balagué mete la cámara en el aula, a lo Laurent Cantet (La clase), para que los alumnos –dos chicas con el velo islámico– debatan sobre la pena de muerte y el uso de la violencia como ajuste de cuentas.
Como contraste al atentado del Liceu, Balagué incluye una bomba en el popular restaurante Can Lluís. Entre otras anécdotas, en el filme figura una semblanza del verdugo Nicomedes Méndez, que cobraba veinte duros por ejecución. Estas eran públicas y los mejores sitios eran tan solicitados como ahora en los espectáculos más afamados.
Permanyer también advierte que la bomba que exhibe el Museu d'Història es una copia: la auténtica se la quedó el juez que condenó a Salvador y ahora debe estar en manos de un heredero cuyo paradero se desconoce.
JOSEP MASSOT
La Vanguardia