Robert Wilson viaja al interior de la ópera de Janácek «Osud», en su estreno en España
1/11/2003 |
José Ramón Encinar, que dirige por primera vez esta partitura, estará al frente de la orquesta titular del Real, que ha realizado esta producción en colaboración con la Ópera Nacional de Praga
MADRID. El director de escena Robert Wilson estrena hoy en el Teatro Real «Osud», de Leos Janácek, en la que también es responsable de la escenografía y la iluminación. La cuarta ópera del compositor checo se verá por primera vez en España gracias a la coproducción realizada por la Ópera Nacional de Praga y el teatro madrileño.
Con un tono casi hipnotizador, Wilson, que ya dirigió con anterioridad en el Real «O corvo branco», con música de Philip Glass, y que es uno de los máximos exponentes del teatro experimental, desvelaba ayer, en un encuentro con la prensa, las bases sobre las que se sustenta su interpretación de «Osud» («El destino»). «El tiempo y el espacio son los pilares de la arquitectura de esta obra», explica este director, diseñador y escultor, figura de culto tanto en museos como en teatros. «El tiempo es una línea que va hacia el centro del mundo y el espacio es una línea horizontal, cuando las dos se encuentran en el centro, ese punto representa la acción».
Viaje al interior
Espacios abstractos, donde la luz y el color -aquí una paleta de azules- cobran un especial protagonismo, intentan reivindicar el valor interior de esta ópera, donde el papel de los cantantes va mucho más allá de la interpretación vocal. «El sentido musical es muy importante -subraya-, que los intérpretes sean conscientes del espacio que les rodea», a lo que añade la necesidad de «un gran sentido del interior».
Wilson disfruta jugando con el espacio interior y con el exterior y para ello hace un uso meditado y reflexivo del movimiento, donde el cuerpo se transforma en un instrumento capaz de escuchar y transmitir sonidos. Para el director, el escenario representa una máscara -como en el mundo clásico- a la que hay que sumar el texto y la música. «Los cantantes deben saber colocarse detrás de la máscara y crear un ambiente». Wilson es consciente de la dificultad que entraña para algunos intérpretes «Osud», «una ópera muy estática, porque el movimiento está en la quietud». Lo mismo sucede con la música: «Lo importante del sonido está antes y después, en el silencio». Unas coordenadas en las que el director deja moverse libremente a los cantantes: «No les impongo nada»; lo esencial es tener «una mente abierta», actitud que debe extenderse al público.
Experiencia con el silencio
Wilson, que confiesa su rechazo por el naturalismo, «porque mata el teatro; todo lo que se ve en él es superficial», es uno de los máximos representantes del teatro vanguardista en Manhattan, a lo que ha contribuido la creación en 1992 del Watermill Center, institución que persigue el encuentro entre distintas disciplinas artísticas y la formación de jóvenes abriendo diversas líneas de investigación. Después de una década, han pasado por este centro nombres como Philip Glass, Isabelle Huppert, Lou Reed o Susan Sontag. Y es que el propio Wilson, con una formación muy variada -Administración de empresas, Derecho, Arquitectura-, se reafirma cuando dice que su trabajo es producto de «mis vivencias» y no de una «escuela». «Es la evolución de todo lo que he realizado en mi vida. Si hubiera seguido estudios en alguna escuela -continúa- ahora no estaría aquí. La especialización nos separa de otras artes».
El director norteamericano recuerda uno de los momentos más importantes de su biografía: la adopción de un muchacho negro de trece años, sordo y abocado a la delicuencia juvenil. Una decisión que no estuvo exenta de problemas burocráticos en un estado tan conservador como el de Texas. «Yo era un hombre blanco, soltero... Todos me preguntaban por qué quería adoptar una persona así, que no era inteligente. Sin embargo sí lo era, porque tenía un gran sentido del humor». Su convivencia con el muchacho permitió a Wilson acercarse de puntillas al mundo del silencio, a la comunicación corporal. «Le dí un papel en una de mis obras en la que tan sólo tenía que repetir unos movimientos hacia atrás y hacia adelante -explica mientras lo escenifica-, y al final daba un grito. La obra se representó en París y fue un éxito».
Susana Gaviña
Abc