Lluís Millet: “El Palau tiene una tremenda facultad para revitalizarse”
9/2/2008 |
El próximo sábado, el Palau de la Música Catalana celebrará su primer siglo de vida con La creación de Haydn, dirigida por Adam Fischer. Será la inauguración oficial de un año de conciertos y exposiciones, con un simposio de arquitectura, la publicación de varios libros e incluso una fiesta popular callejera a cargo de Comediants. Con este motivo, El Cultural ha hablado con el consejero musical de la institución y nieto de uno de los fundadores del Palau, Lluís Millet, sobre el pasado, presente y futuro del auditorio.
El concierto homenaje al Orfeón Catalán que se celebra hoy en el Palau de la Música Catalana será sólo el punto de partida de un programa especial de 15 conciertos con el que el auditorio barcelonés celebrará sus primeros 100 años de historia, “un siglo de absoluta supervivencia en el que se han tenido que superar etapas muy delicadas”, reconoce el consejero musical de la Fundación Orfeón Catalán-Palau de la Música, Lluís Millet (Barcelona, 1939).
Perteneciente a una familia de gran tradición musical, la vida de Millet está impregnada, desde su nacimiento, del Palau. “Es algo que me ha venido así”, admite no sin cierta dosis de resignación. Entre otros motivos, porque además de nacer en la sexta planta del edificio (hoy convertida en oficinas), donde vivió hasta bien entrados los 20 años, su abuelo, Lluís Millet i Pagès, fue uno de los fundadores del Orfeón Catalán en 1891, junto a Amadeo Vives, y uno de los máximos artífices de la construcción del Palau: “Hasta ahora, éste es uno de los pocos espacios emblemáticos dedicado desde su edificación a las mismas funciones para las que se levantó”, explica Millet a El Cultural.
Con un siglo de historia, un edificio de Lluís Domènech i Muntaner, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1997 y recién reformado, el Palau de la Música Catalana va a celebrar su centenario con música, exposiciones, un simposio de arquitectura, la publicación de varios libros y una fiesta popular encargada al Comediants. Iniciativas a las que la institución destinará unos seis millones de euros, de los que Millet prefiere no hablar y que proceden de la aportación de la Fundación Orfeón Catalán-Palau de la Música, de las Administraciones Públicas (Ministerio de Cultura, Generalidad de Cataluña y Ayuntamiento de Barcelona) y de la recaudación en taquillas. La celebración de este primer siglo será también el inicio de una etapa, “continuadora, pero innovadora”, que Millet mira con optimismo.
–A dos días de cumplir sus primeros 100 años, ¿hacia dónde se dirige ahora el Palau?
–Las metas más inminentes pasan por su internacionalización; tenemos cierta alergia a que el Palau perviva como una institución anclada en el pasado. Queremos que sea conocida no sólo por sus actividades y por su magnífico edificio de carácter modernista, sino también por otras acciones más concretas. En este momento, se está trabajando en la posibilidad de que el Palau entre en contacto con las organizaciones internacionales de Auditorios para intercambiar proyectos y tener relaciones con sociedades semejantes en toda Europa.
–¿Y entre esos objetivos futuros, entra la profesionalización de los miembros del Orfeón?
– Si hay algo que caracterice al Orfeón desde su fundación, es precisamente ser un coro vocacional. Sus miembros se dedican a otras profesiones con las que se ganan la vida. Son personas muy exigentes, que se someten a una disciplina musical férrea y que requiere de un gran esfuerzo. Eso es lo bonito... Pero a la vez, ése es también su lado más negativo, ya que sus miembros no pueden tener una actividad muy álgida a la hora de viajar, ensayar... Profesionalizarlo es una decisión de principios y algo casi prohibitivo a nivel económico para nosotros. Si no lo hace el Estado, el Palau no puede afrontar ese gasto.
Un siglo de altibajos
–A lo largo de su historia, por el auditorio han pasado algunas de las figuras más destacadas de la música...
–Sí (afirma rápidamente). Por eso mismo, el Palau es un referente de Barcelona y de la cultura musical de Cataluña. Durante estos 100 años ha sido la gran sala de conciertos de la Ciudad Condal. Por su escenario han recalado los intérpretes más selectos de cada época; tantos, que hacer una lista de todos ellos sería casi interminable; es como hacer un resumen de toda la música de un siglo.
–En el que no todo habrán sido buenas etapas, ¿no?
–Desde luego. El Palau ha pasado por algunos momentos muy difíciles, dos de ellos especialmente delicados: la Guerra Civil y la Primera Posguerra. Sin embargo, los periodos más duros han hecho que el auditorio aumente su valor simbólico. Es normal, todas las instituciones tienen altos y bajos. Pero en este caso, la clave de su pervivencia ha estado precisamente en saber mantenerse en su sitio y ser imperturbable. Para conseguirlo, en muchas ocasiones se ha realizado un importante ejercicio de equilibrio. El nuestro es un caso muy singular, en el que conseguir un modelo de gestión de carácter tripartito (Orfeón Catalán, Consorcio del Palau y Fundación Orfeón Catalán-Palau de la Música) ha sido determinante para su buen funcionamiento.
–¿Y en qué situación se encuentra ahora el Palau catalán?
–En uno de sus mejores momentos. Salvando las distancias
geográficas, se aproxima al Musikverein de Viena o al Concertgebouw de Ámsterdam. Fíjese, en la década de los 70 se discutió muy acaloradamente si este auditorio debía ser un espacio dedicado sólo a música clásica... Menos mal que aquello ya pasó..., y el tiempo dio la razón a los que defendieron que había que abrirse hacia otros caminos. Es curioso, pero lo que antes se discutía con tanta vehemencia, la evolución de la sociedad ha hecho que sea evidente. Eso nos permite, a pesar de no ser profetas, afrontar el futuro con más optimismo que en el pasado.
–¿Por qué generó tanta polémica la inclusión de ‘otras músicas’?
–Porque, por un lado, estaban quienes defendían que el edificio tenía unas condiciones de seguridad casi precarias que impedían la celebración de conciertos multitudinarios. Mientras que por otro, existían otras cuestiones más de fondo, que apuntaba hacia una mentalidad conservadora y defensora de la música clásica a toda costa. Eso llegó a provocar que se hiciera una encuesta muy matizada entre todos los socios del Palau. Al final, la votación se decantó por algo ambiguo, ya superado, que apuntaba hacia la opción de que se administrarían todas aquellas manifestaciones con dignidad suficiente y que no pusieran en riesgo la seguridad del edificio.
–Entre las grandes virtudes de su institución, ¿cuáles destacaría usted como las más importantes?
–Primero, que está muy arraigada en la sociedad catalana, ya que su construcción se realizó por suscripción popular... La gente lo ve como algo suyo... Segundo, su tremenda facultad para revitalizarse y regenerarse. Eso es sensacional.
María Jesús MOLINA
El Cultural