Marc Minkowski: “En Francia miramos con envidia la nueva red de auditorios españoles"
7/7/2007 |
No cabe duda de que Marc Minkowski es una de las grandes figuras del momento, además de uno de los más influyentes directores de orquesta. Sus discos siempre son acogidos con expectación, al igual que sus actuaciones, con las que levanta pasiones encontradas. Aún se escuchan los ecos de su versión de Carmen en el Châtelet, cuando Minkowski estrena mañana El rapto en el Serrallo de Mozart en el festival de Aix en Provence y será la estrella de la actual edición del Festival Via Stellae de Santiago.
Pese a ser una de las batutas más mediáticas, Marc Minkowski no es muy amigo de las entrevistas. Tímido, distante, aunque siempre amable, este antiguo fagotista es una de las figuras de referencia en el mundo de la dirección de orquesta. Creador del conjunto Les Musiciens du Louvre/Grenoble, con el que mañana estrena El rapto en el Serrallo en Aix y el próximo 26 de julio clausurará el recién estrenado Festival Via Stellae de Santiago, su repertorio abarca ya casi todas las etapas de la historia de la música.
Es de los contados intérpretes que pueden afrontar con los mismos estrictos criterios musicológicos, las óperas de Monteverdi y las obras de impresionistas. Se le ha tachado de caprichoso y aún permanece en la incógnita la razón última que le llevó a dar la espantada en La Flauta Mágica del Teatro Real. Su reciente Carmen, en el Châtelet, fue muy seguida por la prensa española, aunque los focos se dirigieran, sobre todo, a una de sus coristas, la esposa de José Luis Rodríguez Zapatero, Sonsoles Espinosa. Precisamente, esta Carmen ha sido considerada como el reflejo de su visión –incisiva, muy ágil y vivaz– sobre una obra que la tradición ha maltratado. Para afrontarla, él ha acudido a fuentes y referencias históricas, sin perder de vista su pertenencia al género “opéra comique” que, como la zarzuela o el singspiel, alterna partes cantadas y habladas. Y ha aplicado el mismo rigor que con otros compositores de la música francesa, trabajando hasta la extenuación todos los detalles.
Minkowski señala a El Cultural que “tal vez, el problema en la ópera francesa es que, durante mucho tiempo, se ha insistido por encima del texto, en la vocalidad y en el sonido en sí mismo. Pero, si se incide demasiado en la sonoridad, se pierde el concepto de la obra. Espero que el público lo comprenda por muy arriesgado que resulte”.
Basta repasar las fonotecas para constatar las palabras del director galo. Todavía son frecuentes las lecturas donde priman acentos muy marcados, muy italianizantes. “La forma de pronunciar las consonantes y vocales se ha ido perdiendo. La manera de transmitir el texto en la ópera francesa es muy particular. La ‘r’ francesa es una ‘r’ suave, pero no demasiado... Yo hago una lectura moderna en la que considero que se debe cantar como se habla”.
Ante todo, naturalidad
–¿Cree que hay una línea común en la dicción operística que va desde Rameau y Lully hasta Debussy?
–La declamación en la ópera francesa siempre ha sido determinante, aunque no más que en otros ámbitos geográficos. Y, aunque puede haber elementos comunes, es muy distinto de lo que sucede del Barroco a Debussy, y lo que pasa con Gluck y Massenet. Se puede decir que en Lully o Rameau la declamación es más poética, mientras que en Gluck es extremadamente fuerte. El XIX tiene sus propios conceptos; lo mismo pasa con Debussy. No obstante, hay que buscar la forma más natural de emitir los sonidos.
–¿Qué razones hay para que excelentes títulos del pasado hayan desaparecido?
–No lo sé. Creo que es un problema de los programadores que se han olvidado de ellos por ignorancia. Paralelamente, se ha ido perdiendo la escuela que pueda afrontarlos de un modo adecuado. Es un círculo vicioso: como no hay intérpretes, las óperas no se hacen y, cuando se recuperan, se hacen mal.
–Pero hay autores que aún se ven muy decadentes como Meyerbeer, a quien usted defiende.
–Hay óperas de Meyerbeer y de compositores de su generación que son magníficas, aunque sean muy complejas, al resultar muy difícil encontrar tenores capaces de superar todo lo que demandan. Algo similar sucede con Massenet y con otros. Para mí, sin ir más lejos, Cendrillon, de este último, es una obra maestra. Pero la experiencia vivida con las creaciones del XVIII ha permitido que fructifique y se amplíe nuestra visión del pasado. La apuesta por el Barroco ha sido positiva y ahí están las obras que inundan los teatros. Todo se corregirá poco a poco.
Cambiar de tema resulta complejo ante la personalidad del maestro francés, ya que Minkowski parece rehuir cualquier cosa que se aleje de lo que está realizando en ese momento. “Me resulta difícil hablar de obras que acabo de hacer, ya que en cada proyecto intento sumergirme a fondo. Ahora, lo que me interesa es El rapto en el Serrallo, que dirijo en Aix. En general, no desprecio ninguna etapa de la historia de la música. Paso del mundo sinfónico a la ópera, del Barroco al Impresionismo, del mundo germano al francés... ”
–En su participación en el Festival de Santiago llevará a cabo un programa muy ambicioso...
–Muy francés (se ríe con un tono irónico). Se incluye La Arlesiana de Bizet, que es una música incidental para una obra dramática, pero cuya suite tiene un efecto muy interesante, incluso al margen del teatro. Bizet es un compositor extraordinariamente refinado y fantástico, aunque en el caso de La Arlesiana prefiero un enfoque menos sinfónico y darle una lectura más teatral.
–¿Cómo ve el españolismo de Carmen que viene de afrontar en el Châtelet? Las opiniones han sido muy positivas ante su concepto renovador, ¿encuentra un carácter español en ella?
–Bueno, sí hay elementos españoles. Sin embargo, Carmen está más allá de las consideraciones geográficas. Es una España vista desde París. Es difícil siempre porque es un título muy habitual en los teatros y la gente se la sabe casi de memoria. Pero siempre es bueno ir más allá. En muchos aspectos, Bizet preludia a Ravel por su refinamiento y sensibilidad.
Un salto casi milagroso
–¿Cómo palpa la situación en España? Su experiencia en el Real no fue positiva por su discrepancia con la Fura, pero sí lo fue en la ONE.
–España vive una situación buena. El programa que hice con la Orquesta Nacional era muy diferente, debido a que era un repertorio desconocido para los profesores. Fue una progresión notable. En cuanto a la vida musical española, como francés, no puedo más que sentir envidia por la red de auditorios nuevos y fantásticos, algo de lo que carecemos en Francia. El salto que se ha dado en España es casi milagroso. Espero que por aquello del contagio fronterizo, nos lleguen nuevas salas, ya que las necesitamos de verdad.
–En el programa de Santiago incluye Las noches de estío de Berlioz con Anne Sophie von Otter. ¿Berlioz sigue siendo un incomprendido?
–Hay algunos intérpretes y públicos que lo comprenden. Quizá para entenderlo no basta con estudiar su música, sino conocerlo en sus escritos. El personaje es fundamental y ayuda en gran medida a poder rastrear su faceta como crítico, polemista y teórico.
Via Stellae: De Gardiner a Curtis
El modelo que plantea el Festival Via Stellae de Santiago puede ser un ejemplo para muchos programadores futuros, al estar centrado, sobre todo, en artistas que trabajan con criterios historicistas y con orquestas de instrumentos de época, aunque no de forma excluyente. El despliegue de figuras reunidas en esta edición es una muestra de la capacidad de convocatoria de la ciudad y de la inteligencia de su apuesta. Sir John Eliot Gardiner, enamorado de la capital gallega, interpretará la Misa de Difuntos del compositor francés André Campra (12 de julio). En día sucesivos, participarán Andrea Marcon al frente de la Venice Baroque Orchestra (16 de julio) y Les Violons du Roy con Bernard Labadie, que acompañan a la excelente Vivica Genaux (16 de julio). Sin olvidar Il Complesso Barocco de Curtis, que interpretará la ópera Tolomeo e Alesandro de Scarlatti en versión de concierto (23 de julio).
Luis G. IBERNI
El Cultural