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NOTÍCIA

“Aquí está todo Verdi, incluidas todas sus trampas”

10/3/2007 |

 

Pasqual al abordaje de Simon Boccanegra.

El 9 de marzo se estrena en el Palau de les Arts de Valencia la ópera de Verdi Simon Boccanegra. La gran obra marítima del compositor en la que rescata la figura histórica del corsario Boccanegra convertido en dux de Génova es llevada a escena por el director Lluís Pasqual, que contará con el apoyo de Lorin Maazel en el foso. El barítono Carlos Álvarez y la soprano chilena Cristina Gallardo-Domâs encabezan el reparto.

El edificio del Palau de les Arts de Calatrava, una fortaleza sonora de perfil náutico erigido sobre el Turia, bien podría ser el castillo de Simon Boccanegra con el simbólico mar de fondo. Será la primera vez que suene en él una obra de Verdi. El director teatral Lluís Pasqual, conocedor del universo del compositor, lleva a escena una ópera compleja, estrenada en 1857 en La Fenice con libreto de Francesco Maria Piave – basado en la obra de Antonio García Gutiérrez– y que 25 años más tarde el compositor revisó con Arrigo Boito como libretista. El barítono malagueño Carlos Álvarez vuelve a encarnar, por segunda vez, la figura de Boccanegra, un corsario que se convierte en dux de Génova.

–Se cumplen 150 años de la primera versión de Simon Boccanegra, la que se estrenó en La Fenice en 1857. ¿Tiene este montaje algo de conmemorativo de aquella fecha o se ha decantado la segunda versión?
–Hemos optado por trabajar la segunda versión, que es la que dirigió Claudio Abbado en la Scala en el año 1978.

–Su primer Verdi fue Falstaff, luego vinieron Don Carlo, La Traviata... y ahora este Simon Boccanegra. Parece que su relación con Verdi sigue un camino inverso al transcurrir creativo de compositor.
–Es cierto. Lo que sucede es que muchas veces estas decisiones no dependen de uno mismo sino de las propias óperas. Falstaff, por ejemplo, es una obra que he hecho tres veces. Durante un periodo se representó mucho, pero en la actualidad se hace muy poco. Ahora es la música más sinfónica y romántica la que vuelve a estar, por así decir, en “el candelero”. Simon Boccanegra es un Verdi muy distinto de Falstaff y La Traviata; se parece más al Don Carlo.

–Cuando estrenó Mariana Pineda aseguró que “todo hay que pensarlo siempre”. Ante un proyecto así, ¿qué es lo que un director de escena tiene que valorar?
–Cuando me encargaron este montaje supe que lo que tenía que poner en escena era la música porque el libreto de Simon Boccanegra es espantosamente malo. Y eso es lo que hemos hecho en esta propuesta: apostar por la partitura, que es la que realmente da garantías. Me di cuenta que con Lorin Maazel, Carlos Álvarez y Cristina Gallardo-Domâs sí podía acometer este proyecto.

–Ante el fracaso del estreno de Simon Boccanegra Verdi escribió: “Pienso que hice todo correctamente bien, pero al parecer estoy equivocado”. ¿Cuál es la mayor dificultad de esta obra?
–En Simon Boccanegra está todo Verdi: desde la Traviata o Il Trovatore a Un ballo in maschera... El gran Verdi y también todas sus trampas. Parece una gran ópera épica pero, salvo algunos momentos, es una obra muy íntima, casi de cámara. Boccanegra es una ópera hecha de silencios, de grandes densidades. Así que he trabajado eso, hasta el punto de intentar que ni los mecanismos que mueven los decorados se oigan.

Dirigir y pasar la escoba
–Su puesta en escena ¿subraya el interior del castillo o la presencia del mar?
–Yo digo que en esta ópera es más importante saber cuánto no hay que hacer, más que cuánto hay que hacer. Así que he apostado por una escenografía muy abstracta y limpia que acote espacios. Pese a ello, el mar, que Verdi amaba profundamente –como el vino y las mujeres–, tiene mucha importancia. El vestuario es muy potente y estilizado, es de la época, no hay “modernizaciones” en ese sentido. Ni quería acarrear con decorados que se apoyasen en una historia banal, porque lo que me interesa es concentrar la atención en los personajes más que en dónde ocurre la acción, que es irrelevante. Esta propuesta no tiene nada que ver con esas historias góticas llenas de polvo en las que tienes que soplar para llegar al fondo. Yo me he metido con la escoba y el plumero para quitarle el oropel que la ópera de por sí a veces tiene.

–¿No se ha dejado tentar por el teatro?
–Digamos que me he dejado tentar más por la música.

–¿Y por Shakespeare, que tanta influencia tiene en algunas obras de Verdi, y del que usted acaba de lleva a escena Hamlet y La Tempestad?
–Por él sí, hay mucho Shakespeare aquí, algunas escenas recuerdan a obras como Julio Cesar.

–La historia nos ha legado un perfil bastante cruel del personaje de Boccanegra. ¿Cómo es el protagonista de este montaje?
–Simon Boccanegra era un pirata que pasó a gobernar la ciudad como si fuera una nave. En él se concentraban la muerte y, de algún modo, la poesía. Eso también ha sucedido con figuras como la de Lenin. Es ese tipo de autócrata que defiende una idea hasta el final y con pasión, y que es algo visionario. Verdi lo utiliza para hablar de su tiempo, y yo subrayo su concepto moderno: el de la soledad del poder. A través de esta figura el compositor estaba pidiendo la concordia a los distintos reinos italianos.

–¿Qué ejemplos actuales de Simon Boccanegra podrían servir de inspiración a Carlos Álvarez?
–Carlos no tiene nada más que abrir los periódicos: 30 segundos de Chávez, un minuto de Fidel Castro, varios de George Bush, algunos de Zapatero... Es el poder de la política.

–Vuelve a trabajar con Carlos Álvarez y con Ezio Frigerio. ¿Facilita eso las cosas?
– Sí, porque el equipo es maravilloso. Ezio es un hombre de pocas palabras en el trabajo. Yo también. Y respira Verdi por todos los poros. El problema con los cantantes es que, a veces, son buenos actores y otras no, pero Carlos Álvarez es un intérprete maravilloso que canta con el corazón, como Cristina Gallardo-Domâs. El maestro Maazel también es un trabajador de pocas palabras, así que fue fácil ponernos todos de acuerdo.

–Acaban de cumplirse cuatrocientos años del nacimiento de la ópera. ¿Cómo cree que se afrontarán los siguientes?
–La ópera, como todas las artes de ricos y apasionados, se va renovando. En las últimas décadas ha paso del verismo al belcantismo, se ha renovado vocal y estéticamente, y su público sigue igual de apasionado. Pero es un arte antiguo y tiene sus reglas, así que el día que se incorpore el micrófono dejará de ser ópera. Será otra cosa. No puedo predecir su futuro, pero no tengo muy claro que ese horizonte esperanzador esté en la ópera contemporánea.

Itzíar DE FRANCISCO
El Cultural

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