Bayreuth Thielemann, un gran «Siegfried»
31/7/2006 |
La tercera parte de la tetralogía de «El Anillo», «Siegfried», es el punto de inflexión de las escenificaciones de la obra. Unas naufragan, como sucedió con la de J. Flimm en el año 2000, y otras se levantan, como puede suceder este año.
El primer acto se desarrolla en un aula destartalada. Ocupa verticalmente sólo la mitad del escenario y está seccionada diagonalmente, que concentra la atención en los dos cantantes. El decorado del segundo muestra una inconclusa autopista sobre pilones. En el tercer acto sólo se ve negritud al correrse el telón. Wotan (desigual F. Struckmann) incursiona en ese espacio amorfo tenebrista para enfrentarse a la nada de su destino en el diálogo con una Erda iconográfica (M. Fujimura, esta vez menos aplomada en su canto). Una escena de enorme fuerza plástica en su simplicidad, con una pausa general thielemanniana de contener el aliento. El decorado de las escenas siguientes es la misma cantera de «La Valkyria».
Felizmente, ha habido cierta dirección actoral con cantantes no estatuarios. ¿Habrá comenzado T. Dorst la escenificación por el final, debido a la premura de tiempo en la preparación del montaje? Y ha habido también un debut absoluto en el difícil papel de Siegfried, que, con Tannhäuser y Tristán, son, según Wagner, inaccesibles para un tenor normal. El norteamericano Stepehn Gould, una vocación operística tardía, había cantado con éxito «Tannhäuser» durante los dos años pasados en Bayreuth. Defraudó ahora, pues se esperaba más de él. Algo habrá ocurrido en los meses pasados, pues su voz ha perdido vigor y brillantez. Ahora es relativamente opaca, y eso hace más patentes las carencias técnicas: insuficiente agilidad, versatilidad y cierta tosquedad inexpresiva. Pero aguantó hasta el final, que no es poco. Además de los citados, intervinieron: A. Shore (discreto Alberich), J. Korhonen, un buen dragón Fafner, si su bajo tuviera más profunda oscuridad y rudeza; L. Watson, esta vez incolora y chillona en demasía; y, finalmente, G. Siegel (Mime), quien fue el gran triunfador.
Thielemann está tratando de recuperar la tradición directoral alemana. Acompaña con mimo a los cantantes, como prescribe Wagner. Los cambios rítmicos del primer acto son problemáticos, pero desde el mismo primer compás su batuta estuvo certera y tensamente inspirada, con gran precisión, cristalina transparencia y un controlado mayor dinamismo. Logró engarzar una serie casi continua de momentos mágicos -preludios, interludios, el despertar de Brünnhilde, etc.- y revelar con mano diestra en un par de segundos sugestivos detalles inauditos de la partitura, como, por ejemplo, la tremolante desintegración cromática descendente superior a una escala del motivo de los Nibelungos. En el foso está el verdadero protagonista de este «Anillo». Puliendo déficits vocales y ciertas insuficiencias emotivas podría ser un «Siegfried» antológico, de los que marcan pauta. Para bien.
OVIDIO GARCÍA PRADA
Abc