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Peter Ruzicka: “Salzburgo afronta este año el mayor reto de su historia”

21/7/2006 |

 

El 30 de julio se inicia el Festival de Salzburgo, en una edición muy especial que viene condicionada por la conmemoración del 250 aniversario de su hijo más querido, Mozart. También este año dirá adiós al Festival su actual director, el compositor alemán Peter Ruzicka. Por primera vez en su historia, cederá el testigo a un director de escena, el también alemán Jürgen Flimm. Con este motivo, El Cultural ha entrevistado al maestro Ruzicka que hace un balance de su gestión de estos años.

Con el nombramiento hace siete años del compositor Peter Ruzicka para hacerse cargo del Festival de Salzburgo se pretendía dar un vuelco a un evento –el “rey” en su género–, que había estado muy centralizado en la figura de su director, el controvertido Gérard Mortier, actualmente al frente de la Ópera de la Bastilla. Frente al gestor-estrella que viene ejemplificado por el belga Mortier y se caracteriza por su presencia permanente en los medios de comunicación o su actitud provocadora, la personalidad del alemán Ruzicka contrasta por su actitud más tímida, comedida, un tanto gris que, a lo mejor, apunta más a la obra y menos a sus ejecutores. Y si a Mortier se le acusaba de querer manipular a los divos a su antojo, consiguiendo en muchas ocasiones que aceptaran sus decisiones, a Ruzicka se le acusa de falta de capacidad de convencimiento para vincularles a su proyecto. En su anterior cargo, como director artístico de la Ópera de Hamburgo, se había valorado la solidez de un trabajo sin sobresaltos que no ha sido rubricada en la ciudad austríaca. También en su contra se ha citado el vínculo estrecho que mantiene con la agencia de conciertos Columbia Artists de Nueva York, que le representa mundialmente como director de orquesta.

Por otro lado, se ha señalado que su trabajo al frente de “este festival de festivales” ha limitado su labor creativa. “La organización del Festival me obliga a concentrarme en componer durante una época, por lo que, en cuanto acabe esta edición en septiembre, voy a dedicar un par de meses a la creación” afirma distendido aunque cauto. “Un festival de las dimensiones de Salzburgo es prácticamente incompatible con cualquier otra cosa. Siempre hay algo en la cabeza. No le voy a negar que estar en un lugar como éste suscita muchas ideas. Pero he aprendido a esperar para llevarlas a cabo en su momento. Hay una cierta esquizofrenia en mi vida”.

–¿No le contamina de alguna manera estar sumido en esta vorágine?
–Es difícil que eso no suceda con tanta música, directores, solistas, sentimientos... todo influye, incluyendo las obras de mis colegas. La unión proporciona una base, que me atrevería a llamar humanista, de gran validez en una vida artística. Surgen ideas diferentes, incluso confrontadas... aunque es un sentimiento muy característico de la música que a veces va y luego vuelve.

–Como compositor ¿qué le ha enseñado su permanente contacto con los intérpretes?
–Tengo que decirle que algunos de mis mejores amigos son directores como Harnoncourt y, como es lógico, hablamos mucho de música y de cómo hacerla. Quiero recordar, por cierto, que Harnoncourt volvió a Salzburgo porque yo se lo pedí. Por ello, de estas experiencias, he valorado la necesidad de ser lo más preciso posible en la partitura para no tener que hablar mucho con el intérprete y para que él y la partitura funcionen independientes.

–¿Como creador no siente que la gestión le ha quitado tiempo?
–Estos años han sido muy importantes en mi vida. Pero ahora, sobre todo, tengo la sensación de que necesito disponer de tiempo para componer o dirigir. Hay muchas ofertas que demandan mucho trabajo, especialmente una nueva ópera sobre textos de Hölderlin. Y es que, aunque la música esté en mi mente, llevarla al papel demanda demasiado tiempo.

Ciudad difícil
En el haber de Ruzicka como gestor en Salzburgo se valora su capacidad para atraer figuras (como José Carreras, James Levine o Hanoncourt) enfrentados con Mortier, aunque también la presencia de nombres que, se señala, no serían en otras épocas ni considerados teniendo en cuenta el espectacular precio medio de las entradas.

–¿Cuál cree que ha sido su aportación más señalada al Festival?
–De entrada tengo que decir que Salzburgo es una ciudad muy difícil y más este año que, con motivo del 250 aniversario del nacimiento de Mozart, afrontamos el mayor reto posiblemente de su historia, ofrecer todas sus óperas en un esfuerzo muy considerable. Me siento muy satisfecho de haber ayudado a recuperar a autores perseguidos durante el nazismo, como Zemlimsky, Schreker o Korngold. Gracias a la proyección mundial que da este festival hemos conseguido que esos nombres salgan a la luz. Entre los mayores eventos, el estreno de una obra importante como L’Upupa de Henze. Del propio Henze estrenaremos este verano su nuevo drama musical Gogo no Eiko basado en la novela de Yukio Mishima.

–Frente a otras etapas, usted ha apostado definitivamente por la coproducción con otros teatros, ¿no corre el riesgo de desdibujar su carácter especial para convertirse en un teatro estacional más?
–Como norma, se plantea que el estreno siempre tiene que ser en Salzburgo. Pero no estamos en un momento en el que sobre el dinero (a pesar de lo cual el presupuesto pasa de los casi 44 millones de euros de 2005, a los 51 millones de este año) y no queda más remedio que llegar a acuerdos para abaratar. Con España, nosotros coprodujimos L’Upupa con el Real o La ciudad muerta de Korngold con el Liceo.

–Ahora lo deja en manos del director de escena Jürgen Flimm, ¿cómo puede evolucionar el Festival?
–Como hasta ahora. Todo ha sido fruto de un diálogo entre el público y la organización, pero con el problema añadido de vivir una etapa más complicada por las restricciones económicas en el campo de la cultura. Pese a todo, Salzburgo sigue siendo un lugar único, muy especial. Por supuesto, hay gente que sólo quiere a Netrebko y Villazón. Pero hay espectadores para todo. El pasado año se llegó casi a los 240.000 visitantes con un porcentaje de cerca del 94 % de entradas vendidas.

–Teniendo en cuenta que usted es compositor, ¿cómo ha sido su política en la difusión de la música contemporánea?
–Es muy diferente el concepto de un festival a una temporada. Nosotros siempre estamos haciendo requerimientos. En el caso español puedo citar el que hicimos a Cristóbal Halffter. Este año, sin ir más lejos, hay 15 encargos con nombres muy diferentes como Sebastian Claren, Gerd Kühr, Brian Ferneyhough, Johannes Maria Staud. Mi satisfacción es que la música nueva ocupe casi un 25 por ciento de la programación. No es demasiado pero, teniendo en cuenta las circunstancia es un paso.

Todas las tendencias
–Y como compositor, ¿no corre el riesgo de programar solo a quien coincida con su visión.
–Respaldo todo tipo de tendencias. Es verdad que tengo mis criterios, pero como programador me muestro pluralista. Aunque haya estéticas muy diferentes, contrapuestas incluso a mi sensibilidad, estoy abierto porque reconozco su lugar.

–¿Cree que tiene sentido presentar todas las obras de un compositor por muy Mozart que sea?
–Bueno, de Mitridate, re di Ponto se decía que era una obra menor y cuando la hicimos el pasado año tuvo mucho éxito. Incluso en las primeras óperas, si se hacen adecuadamente, se descubren detalles de calidad. Lo más importante es que, después de este verano, podremos tener una idea conjunta del pensamiento dramático de Mozart y de su evolución.

-–Usted tuvo que salir al paso, en el último festival, para señalar literalmente “que el espectáculo de Ana Netrebtko se sigue llamando aún La Traviata”.
–Mi intención no ha sido nunca crear un producto de consumo favorecido por el márketing. Era una nueva producción (de Willy Decker), que resultó muy bien. Como Netrebko hizo su debut, apareció en las revistas y todo se llenó con su imagen. Aunque las cosas, a veces, se desdibujan, no es ésa mi idea.

Mozart: todas sus óperas
El esfuerzo que se hace este año en el Festival de Salzburgo es directamente proporcional al márketing con que está viviendo el mundo de la música en torno a la figura de Mozart. Y, como no podía ser menos, se echa el resto programando todas las óperas de Mozart así como las obras dramáticas con su música o en torno a él y con una clara apuesta, en la interpretación, por la ya venerable figura de Nikolaus Harnoncourt, auténtico coprotagonista del evento. El despliegue es considerable aunque se echan en falta muchas batutas que parece certificar una huida de algunos de estos generales de cinco estrellas de la ciudad. De hecho, sólo destacan Muti en La flauta mágica (en la controvertida producción de Graham Vick), Harnoncourt en Le nozze di Figaro (con nuevo montaje de Claus Guth) y La clemenza di Tito, Daniel Harding en Don Giovanni (producción de Martin Kusej) y Marc Minkowski en Mitridate re di Ponto (en lectura arbitraria de Martin Kramer) entre nombres serios, pero no estrellas como Luisi, Honek o Bolton. Ni que decir tiene que el listado de cantantes es considerable, lo mismo que el de orquestas, aunque en este terreno, su vecino de Lucerna puede llegar a apabullar.

Luis G. IBERNI
El Cultural

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