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«Idomeneo» ahuyenta la sombra de Muti en la Scala de Milán

9/12/2005 |

 

Si pretendía evitar una transición cruenta, Stéphan Lissner se ha salido con la suya. En el «Idomeneo» que inaugura su reinado tras 19 años de Muti en el trono no se ha vertido más sangre que la del «atrezzo».

Primer milagro de Mozart en el acto -prólogo al largo año centrado en los dos siglos y medio de su nacimiento, el día de San Ambrosio, patrón de Milán, fecha inaugural de la temporada del teatro- referencia de la lírica. Los nervios de la transición, y el malestar por el reciente anuncio de recorte presupuestario a las artes escénicas, le ponían las cosas difíciles a Lissner, que, además de demostrar sus aptitudes, debía hacer olvidar la larga sombra de Muti que pesa en el Teatro, evitando comparaciones de este «Idomeneo» con el suyo, 15 años atrás. Con todo, Lissner logró convencer en la línea que parece consigna para cerrar filas con los que le han parapetado: conciliación. Como un segundo San Ambrosio, mediando entre sus huestes y las fuerzas vivas.

El primero, Daniel Harding, el gran triunfador de la noche, que aparcó los impulsos que caracterizan a una batuta de 29 años, cuajando una obertura sobria, en un tempo ligeramente lento que mantuvo hasta el aria de Ilia con que arranca esta ópera seria con libreto de Gianbattista Varesco. Desde ahí, la tensión musical discurrió a una velocidad de crucero convencional, donde las voces se encontraron cómodas. Con una buena respuesta de la dúctil orquesta, marcando las dinámicas con disciplina, fruto de mucho y buen oficio, al igual que los coros, brillantes en sus numerosas intervenciones, que el público reconoció con largueza en el capítulo final de ovaciones, en el que hubo premios para el equilibrado reparto de voces jóvenes apenas conocidas, algunas con trato de excepción.

Rosas amarillas
Las mayores ovaciones fueron para la soprano inglesa Emma Bell, por una Elettra que, en línea ascendente dramática, redondeó el personaje en el desesperado aria final. Bravos también para Arbace (el barítono genovés Francesco Melli) por la belleza de su aria «Sventurata Sidon», en la que Harding y orquesta se empeñaron con mimo. Pétalos de rosas amarillas desde las alturas para ellos y para sus compañeros de reparto, a los que igualmente se dispensó buena recepción.

Correcto en el papel que da nombre a la ópera, el tenor de origen australiano Steve Davislim, con dificultades en las agilidades. Al contrario que Elettra, Ilia, la sueca Camila Tilling, tras comenzar con buen pie, se fue reduciendo a lucida discreción tras la delicada Zefiretti Lussinghier que abre el tercer acto. Por su parte, Monica Baccelli se esmeró componiendo el ambiguo personaje de Idamante, escrito para un contratenor para la première en Munich, que el propio Mozart trasladó en su estreno vienés para tenor lírico-ligero y que, con el tiempo, ha sido asumido por mezzos. Contento general en la sala, incluidos los habitualmente insatisfechos «loggionisti» del último piso, después de soportar 24 horas de cola para conseguir una de las 140 localidades puestas a la venta tres horas antes de la función. Los mismos que, tras la ejecución del Himno de Mameli, saludaban a Ciampi, presidente de la República, que compartía palco con el alcalde milanés y tres ministros. Entre ellos, Rocco Butiglione, encargado de asestar a los teatros el golpe por el que un grupo de manifestantes, contrastando con el colorido de los Carabinieri, protestaba a prudencial distancia de la entrada mantenida por la policía.

A las voces de los actores se unían las de estudiantes descontentos y otros grupos disidentes. Como los trabajadores de Alfa, que abanderaba Dario Fo. A sus espaldas, en la galería Vittorio Emanuele, aficionados y curiosos observaban en pantallas gigantes lo que ocurría en la sala.

Abucheos contra Bondy
También en el Teatro degli Arcimboldi se pudo seguir la retransmisión, mientras en el dal Verme, hacía lo propio público de más edad. Entre ellos, Rosa Berlusconi, madre del primer ministro, en lo que se puede ver como signo de buena voluntad del cavaliere hacia el nuevo habitante scalígero. En el intermedio, los periodistas inquirían sobre el primer año sin Muti, pero el aplomo musical demostrado por Harding les dejó sin la respuesta que muchos esperaban. Entre las caras conocidas, el bailarín Roberto Bolle lamentaba la desaparición de los ballets del «Idomeneo», decidida por los responsables de la producción, cofinanciada por la ópera de París y el Real madrileño y firmada por el suizo Luc Bondy, y única causa de disidencias entre los espectadores. Los abucheos, no generalizados, fueron a estrellarse contra Bondy y su equipo. ¿No gustó la traslación a un momento más cercano, en una Grecia «del éxodo y el llanto»?. ¿O fue la sencillez del montaje en un día marcado hasta ahora por majestuosas escenografías, aquí reducidas a una playa? Eso, y un gran paralelepípedo para la presencia de Neptuno en el cuadro final. Un gigantesco cilindro y un cubo descomunal: los mismos elementos que en los cambios arquitectónicos para la reapertura de la nueva Scala perturbaron al público milanés que hoy los asume en su geografía local. Un primer paso que animará a Lissner para insistir en su línea programática.

Juan Antonio Llorente
Abc

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