Bravos y abucheos en la apertura de la etapa post-Muti de la Scala de Milán
8/12/2005 |
El Idomeneo de Mozart abrió la era de Stéphane Lissner, primer director no italiano del mítico coliseo, que salió con buen pie del reto pero sin nota.
Con el derroche de lujo y ostentación habitual de este acto, con unas pocas menos caras famosas y con grandes medidas de seguridad, tuvo lugar anoche la prima de la Scala, quizá el acontecimiento más célebre de la temporada operística internacional o, como mínimo, el más caro, pues buena parte de las entradas puestas a la venta -todas las de la platea y las mejores de los palcos- costaban dos mil euros. Sí, lo han leído bien: 2.000 euros la butaca, que, al parecer, en la reventa se doblaron.
Esta prima -o primera- lo fue por partida doble o triple, pues además de la primera función de temporada fue también la primera prima sin Muti en 19 años, los mismos que el famoso director de orquesta ejerció como director musical del teatro, hasta abandonarlo el pasado abril ante las movilizaciones en su contra de toda la plantilla. Y también ha sido la primera prima concebida por el nuevo director artístico y superintendente del teatro, Stéphane Lissner.
¿Pasaría el primer director no italiano de la Scala en sus 227 años de historia la prueba de fuego de su debut? ¿Cómo lo recibirían los muchos seguidores milaneses de Muti? O, más exactamente, ¿cómo recibirían el trabajo de las dos figuras que Lissner eligió como máximos artífices de este Idomeneo, debutantes también en este teatro, el veterano director de escena suizo Luc Bondy y el director de orquesta británico Daniel Harding, éste de sólo 30 años.
A tenor de la acogida al final de la función, Lissner y sus colaboradores salieron con buen pie del reto pero sin nota. Se debe puntualizar. Daniel Harding recibió grandes aplausos y bravos, mientras que Bondy recibió, mezclados con los aplausos y ovaciones, una buena ración de abucheos. Desde luego, Harding logró hacer olvidar la sombra de Muti, con una dirección cuidada, detallista, brillante, y con la orquesta respondiéndole con entrega. Por su parte, la puesta en escena de Bondy es de esas que algunos califican de exquisitamente sencillas, mientras que otros las ven irritantemente simplonas, con una escenografía integrada tan sólo por unas pequeñas dunas de cartón piedra y unos diaporamas con distintas escenas marinas como telón de fondo. Y con el toque final de convertir la supuesta estatua de Neptuno en un gran cubo que recuerda al monolito de 2001, la película de Kubrick.
En cuanto al elenco de jóvenes cantantes, la mayoría también debutantes en la Scala, las sopranos Monica Bacelli (Idamante), Camilla Tilling (Ilia) y Emma Bell (Electra) -en especial esta última, que se llevó los mayores bravos- brillaron en general a gran altura, pero el principal intérprete masculino, el tenor de origen australiano Steve Davislim (Idomeneo) apenas convenció, entre otras cosas porque se le atragantaron todas las agilidades. El coro de la Scala estuvo tan fabuloso como siempre. Bondy traslada esta ópera de amores pasionales en una Creta mitológica -con reyes, dioses y monstruos- a un contexto moderno pero intemporal, con un vestuario que mezcla estilos de las décadas de mediados del siglo XX con detalles actuales, casi todo en tonos grises y marrones.
La lista de invitados estaba encabezada por el presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi. Los milaneses siguieron la representación en directo a través de grandes pantallas instaladas en lugares céntricos de la ciudad. Entre las numerosas manifestaciones que cada año se convocan frente a la Scala en este día, destacaron los estudiantes de formación profesional, en desacuerdo con los cambios que el gobierno regional quiere introducir en sus estudios, que fueron apoyados por el premio Nobel de Literatura Dario Fo.
Marino Rodriguez
La Vanguardia