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La Scala de Milán abre temporada con la sombra de la guillotina económica

7/12/2005 |

 

Berlusconi, con las finanzas publicas en bancarrota, aprobó un recorte del 40 por ciento en los presupuestos de 2006: los 464 millones de euros se reducirán a 300.

El ajuste de cuentas en la Scala no ha terminado, y las cabezas van a seguir rodando a medida que los políticos del centro derecha -la Alcaldía de Milán y el Gobierno de Roma- aprieten en su revancha contra los sindicatos «izquierdistas» que lograron cortar la cabeza al maestro Riccardo Muti y al sobreintendente, Mauro Meli, el pasado mes de abril. La sombra de la guillotina económica amenaza el futuro del primer teatro lírico de Italia, al que Berlusconi acusa de malgastar dinero a espuertas.

El «annus horribilis» del gran escenario milanés se cobró su primera víctima el pasado mes de febrero cuando la Fundación la Scala -presidida por el alcalde, Gabriele Albertini, de Forza Italia- echó a la calle al popular sobreintendente Carlo Fontana, reo de haber chocado una y otra vez con el maestro Riccardo Muti. Los músicos y el personal auxiliar, ya resentidos con el maestro, celebraron en el propio teatro una asamblea furibunda en la que pidieron, casi por consenso, la dimisión de Muti y de todas las autoridades de la Scala.

Aquel infausto 16 de marzo Muti llegó a escribir su carta de dimisión, pero el alcalde le pidió «congelarla» durante dos semanas para intentar calmar los ánimos. Era ya inútil. Aunque Muti llevaba la batuta desde hacía veinte años y era el activo más valioso, la rebelión de los músicos no admitía pasos atrás. También Claudio Abbado, su predecesor, había sido «insustituible» durante 17 años hasta que la orquesta lo echó a la calle en 1985. El 2 de abril, Muti tiraba la toalla y abandonaba Milán.

Abatido el gigante, los músicos echaron enseguida al sobreintendente, Mauro Meli, colocado por el maestro en el puesto de Fontana. El 21 de abril la Fundación entrega el cargo al francés Stéphane Lissner, quien había llevado con éxito el timón del Festival de Aix-en-Provence o el Chatelet de París.

Deshacerse del Arcimboldi
Pero la guerra no había terminado. El mundo empresarial milanés nunca llegó a aceptar la humillación de Muti, a quien el alcalde Albertini, de Forza Italia, defendía a capa y espada. El presidente de Mediaset, Fedele Confalonieri, brazo derecho de Berlusconi en todas sus aventuras desde que cantaban juntos en las naves de crucero, dimitió de su cargo de presidente de la Orquesta Filarmónica de la Scala y dio a entender que las televisiones del «Cavaliere» dejará de comprar los derechos televisivos de algunos conciertos.

En el mes de septiembre, Marco Tronchetti Provera, jefe de la Pirelli, anunció su retirada del Consejo de Administración la Fundación la Scala. La gran empresa de neumáticos había pagado la parte del león del Teatro degli Arcimboldi, que acogió las actividades de la Scala durante la modernización de su sede histórica al coste de 100 millones de euros. Recuperado el escenario original, la Fundación la Scala perdió interés por el Teatro degli Arcimboldi, y el nuevo sobreintendente, Stéphane Lissner, insistió en que no podían seguir administrando una sede secundaria «igual que el Metropolitan de Nueva York no se ocupa de gestionar otros teatros de la ciudad».

Mientras tanto, el Gobierno Berlusconi, con las finanzas públicas en bancarrota, aprobó un recorte del 40 por ciento al Fondo Único para el Espectáculo en los presupuestos de 2006: los 464 millones de euros se reducirán a 300 por mucho que protesten intelectuales y creadores. Ante el aluvión de críticas, incluidas las de la Scala, Silvio Berlusconi subió a la red: «En la Scala trabajan mil personas, cuando bastarían sólo 400. Y, por encima, todos tienen sueldos de artistas». El teatro es famoso, pero muy deficitario. Las nubes de tormenta se vuelven más oscuras. El rayo está a punto de saltar.

Juan Vicente Boo
Abc

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