Don Giovanni - La Gioconda
1/10/2005 |
El Teatro Real y el Liceo apuestan por las controvertidas obras de Mozart y Ponchielli para abrir sus temporadas
Lluís Pasqual dirige a Carlos Álvarez (primer plano) y a Alfred Reiter en el ensayo de Don Giovanni.
Dos obras muy diferentes, Don Giovanni y La Gioconda, han sido elegidas para inaugurar con total impacto las temporadas del Teatro Real y del Liceo. La de Mozart, “ópera de óperas”, llega en un montaje de Lluís Pasqual, mientras que la algo denostada obra de Ponchielli viene firmada por Pier Luigi Pizzi. Los maestros Víctor Pablo Pérez y Daniele Callegari serán responsables, respectivamente, del apartado musical para el que se cuenta con dos repartos excelentes. El Cultural analiza estos dos controvertidos títulos y plantea la polémica de la mano del alcalde de Madrid, Alberto Ruiz- Gallardón, y del reconocido médico Francisco Vilardell.
Los dos teatros principales de nuestro país han “tirado” materialmente la casa por la ventana en la inauguración de sus respectivas temporadas. No se han escatimado esfuerzos a la hora de reunir sendos espectaculares repartos para dos títulos muy diferentes, servidos por montajes ambiciosos. El Real apuesta por un Don Giovanni en lectura de Lluís Pasqual y dirección musical de Víctor Pablo Pérez, debutantes en plaza. El Liceo lo hace con una coproducción con la Arena de Verano –y el Real– con una Deborah Voigt que parece afrontar con éste uno de sus mayores retos.
Don Giovanni es fruto del talento de Mozart y de la habilidad de su libretista Lorenzo da Ponte, que realiza una hábil traslación a partir de los antecedentes literarios de Tirso de Molina (1630) y Molière (1665). El tratamiento de este tema por contemporáneos de Mozart se presenta en la forma del ballet dramático de Gluck Don Juan (Viena, 1761) y de la ópera de Giuseppe Gazzaniga (Venecia, 1787). De hecho, fue esta última, la que sirvió de modelo a Da Ponte. Nació a raíz del gran éxito que había tenido en Praga Le nozze di Figaro. El estreno de Don Giovanni tuvo lugar en la ciudad checa en 1787. Unos meses más tarde llegaría a Viena con algunas alteraciones que debió realizar por los cantantes. Participaría de aquel acontecimiento el propio Giacomo Casanova. Un par de décadas más tarde se convertiría en un referente para generación romántica, hasta el punto de ser calificada por E.T.A. Hoffmann como “la ópera de las óperas”. Los románticos veían en Don Juan una especie de contrapunto del Fausto de Goethe. Alfred Einstein concibe que la tesitura de barítono de Don Juan sirvió de “modelo a los héroes operísticos sombríos y taciturnos”.
De ahí que la ópera de Mozart alcanzara gran difusión en toda Europa a comienzos del XIX. Uno de los responsables de su divulgación fue el compositor, y cantante español Manuel García quien lo impuso en París o Londres. El padre de la Malibran y la Viardot, a pesar de ser tenor, haría del rol de Don Giovanni uno de sus grandes triunfos. Entre sus méritos está haberlo estrenado en Nueva York en la primera audición de esta obra en los Estados Unidos.
Drama o comedia
En sus memorias, Da Ponte recuerda que él enfocó Don Giovanni desde el punto de vista cómico y fue Mozart quien optó por abordarlo con seriedad, dando como resultado una obra cómica y seria a la vez. A ello se aferra Ethan Mordden cuando valora la genialidad de la obra como producto de la unión de dos Don Giovanni a un mismo tiempo: el que se refiere a la vida emocionante y a las andanzas de un sinvergüenza arrollador, mientras que el otro es una sátira de esa vida y ese personaje. Mozart descubre, en su opinión, “el humor de los ideales y la sinceridad de lo trivial, la atracción de la vileza y el enojo de la diversión. Su diversidad es sorprendente”. El director de escena Peter Brook, reconoce que Mozart rebasa en todo momento a Da Ponte: “Si se hiciera el libreto como una pieza teatral, podría resultar una cosa muy animada, pero no sería sino una pequeña comedia sardónica, cínica y algo mediocre. No surgiría esta obertura sobre la vida que nos da Mozart”.
Lluís Pasqual incide en este aspecto cuando afirma del libreto que es “desigual, lo que no quiere decir nada, porque puede que esa desigualdad sea incluso buscada... Hay que intentar darle al segundo acto cierta coherencia en el tiempo, pero así como dramatúrgicamente el libreto te puede fallar, la música te sostiene siempre”. El director de escena catalán comenta que “en Don Giovanni nos encontramos con un mito enorme, con una música de las mismas dimensiones que el mito y un libreto algunos escalones por debajo. En la ópera esto es posible porque los compositores ponen música no sólo a las palabras sino a los sentimientos que hay detrás de ellas, que pueden o no coincidir. Y por eso muchas veces las palabras son débiles, pero la música no lo es”.
A partir de estas premisas, Pasqual ha optado por trasladar la acción a mediados del siglo XX. “Don Giovanni es seguramente la mayor obra musical sobre el Eros jamás escrita, muy transgresora desde el punto de vista formal y de contenido. Pero eso, en una época como el siglo XVIII, con una trama en la que la gente se va matando por la calle, engañándose los unos a los otros, nos puede parecer una realidad completamente ajena, distante. No creo que Mozart haya dedicado tanto tiempo a esta ópera sólo para explicar que los malos deben ir al infierno, sino para poner en juego un torbellino de sentimientos distintos, y eso necesita ser acercado al espectador. Pensé en trasladar la acción a una época en la que no se forzara nada, en la que la historia fuera creíble, que estuviera lo suficientemente cerca para que los sentimientos de esas personas nos tocaran y lo suficientemente lejos para que ya fueran historia: los años 40 pertenecen todavía a gente que conocemos y con la que hablamos, pero a la vez ya son para nosotros en blanco y negro: son fotos, filmaciones”.
El Real ha realizado en este montaje una de las mayores apuestas de su historia. El debut de Víctor Pablo Pérez en el foso del coliseo no debe ocultar las voces reunidas, empezando por Carlos Álvarez , que ha conocido el éxito por esos mundos, lo mismo que su colega Michele Pertusi, con quien se alterna. Donna Anna se la comen entre María Bayo y Tamar Iveri. Para Donna Elvira, los responsables artísticos del Real se han decantado por registros más oscuros: la italiana Sonia Ganassi encontraremos un Mozart alla Rossini, mientras que Veronique Gens puede trascender. También para Don Ottavio se cuenta con un José Bros en estado de gracia, mientras que Raúl Jiménez puede aportar su veteranía. Dos cómicos de fuste son Lorenzo Regazzo y Luca Pisaroni. Y pisando fuerte, María José Moreno como Zerlina, José Antonio López como Masssetto y Alfred Reiter como El Comendador.
Patrimonio de musicólogos
La Gioconda es otro cantar. Pertenece a otro de los grandes libretistas, el también compositor Arrigo Boito (que escribiera los del Otello y el Falstaff verdianos). Pero su autor, Amilcare Ponchielli (1834 - 1886), dista mucho de alcanzar en su época el lugar de Mozart en la suya. De hecho, es muy probable que se hubiera convertido en patrimonio de los musicólogos de no ser por el empujón que le diera Disney a su Danza de las horas en Fantasía. Hay un detalle que une a este autor con España. Cuando entró a los nueve años en el conservatorio de Milán, Emilio Arrieta ejerció las labores de tutor, que debieron ser considerables ya que, según el crítico Peña y Goñi, Ponchielli era “un niño indomable que se subía a las ventanas y huía como pequeña fiera encerrada”. Quien acabaría siendo maestro de Puccini y Catalani, entabló una estrechísima relación con Arrieta hasta el punto de ser éste quien le asistiera en sus primeras obras.
La trayectoria de Ponchielli –que llegó a ser celebrado incluso como el sucesor de Verdi –fue cronológicamente corta. Tras el éxito de I promessi sposi en su segunda versión de Milán en 1872, la capital lombarda le abrió las puertas para otras dos obras, I Lituani y La Gioconda. El libreto de Boito se inspira en un drama de Victor Hugo muy popular en los escenarios italianos en los años treinta. Ponchielli se sintió incómodo en principio porque veía el libreto tortuoso y enfático. El miedo a enfrentarse al exigente público de la Scala convirtió a su ópera en una especie de monstruo dispuesto a devorarle. Sin embargo, su estreno, el 8 de abril de 1876, diez años antes de Otello, fue un éxito. En 1880 vería su versión última, coincidiendo con la toma de posesión de su autor como profesor de composición. Tras su muerte, en 1886, La Gioconda se mantuvo en los escenarios.
Su recepción en España fue peculiar. El estreno en el Real fue “gélido”. Subirá afirma que “mientras algunos la consideraban fiel exponente de intersecciones itálicogermánicas (sic), otros la creían esclava del estilo verdiano y varias la juzgaban influida por Meyerbeer”. El compositor Ruperto Chapí, escribió que “se estrenó La Gioconda en Madrid con un éxito glacial, pero Gioconda siguió en los carteles uno y otro día y una y otra temporada, y ha llegado a aplaudirse hasta con entusiasmo. ¿Por qué? Porque ahí está Ricordi para imponerla a artistas y empresas”, comentaba con cierta tristeza.
Venecia onírica
Ambientada en la ciudad de los canales, cuenta un drama complicado, lleno de pasión, intriga, violencia y muerte en el cuadro espléndido y siniestro, de la capital mediterránea. Su responsable escénico, Pier Luigi Pizzi la ha situado “en una Venecia onírica, hecha de imágenes abstractas relacionadas con sus elementos más característicos, como son el agua, los puentes, las góndolas, el oro, el rojo y el negro, y con la amenaza de la muerte como motivo conductor de la obra”. Pizzi cree que La Gioconda, “no se encuentra en la Venecia de 1600 sino la imagen que los artistas del siglo XIX –y muy especialmente Boito– se habían construido de aquella época”.
El despliegue vocal reunido por el Liceo es admirable. A lo mejor sorprende la wagneriana Deborah Voigt, que parece ampliar así su repertorio. Atención a Elisabetta Fiorillo, que bien puede oscurecer el protagonismo de la anterior sin olvidar el imponente timbre de Ewa Podlés. El segundo reparto femenino se apoya en los valores de Susan Neves, Mariana Pentcheva y Elena Zaremba. El capítulo masculino no se queda atrás. Richard Margison, Carlo Guelfi y Carlo Colombara, alternan con Francisco Casanova, Joan Pons y Alastair Miles. En el foso, la buena artesanía de Daniele Callegari.
Luis G. Iberni
El Cultural