Sónar. Comienza en Barcelona la gran fiesta de la galaxia electrónica
17/6/2005 |
La estrella: Martin L. Gore. Lo último: el discurso sonoro de la realidad. El guiño: La Orquesta de Barcelona vuelve con los Dj’s.
Siempre revolucionaria, la imagen del Sónar 2005 está copada por estafadores célebres. Cada año, un concepto, en apariencia ajeno a la música electrónica, esencializa la mirada irónica que los responsables del festival de música avanzada más importante del mundo derraman sobre una cultura que supera los límites del posmodernismo. Y si en el siglo XXI la ironía es el lenguaje de la inteligencia, el Sónar, que se celebra desde hoy hasta el 18 de junio en Barcelona, sabe que reírse de los que creen que la música electrónica es una estafa es tan necesario como reírse de sí mismos.
Lo que significa que el Sónar está dispuesto a romper esquemas cuando las élites culturales empiezan a aceptar lo que a estas alturas resulta innegable: que la música electrónica es uno de los fenómenos más destacados y estimulantes de la escena artística contemporánea. Al contrario que el rock o el punk, establece vasos comunicantes con las nuevas tecnologías –y con las realidades alternativas que generan– sin renunciar a entender la música como arte sensorial y celebración colectiva. No hay más que pasearse por cualquiera de las actuaciones del Sónar de Día (en el CCCB) o de Noche (en la Fira Gran Vía 2) o visitar las actividades alternativas –desde Sonarmática hasta Sonarama, pasando por Sonarcinema– que visten de gala al festival para darse cuenta de hasta qué punto la música electrónica es sólo una de las manifestaciones de una cultura que se expande como un virus que carece totalmente de prejuicios. Y como buen virus, está dispuesto a mutar, a adaptarse a los cambios, a responder a las exigencias de un entorno siempre inconformista.
Experimento de laboratorio
Uno de los sambenitos con que ha tenido que cargar la música electrónica es la de ser un experimento de laboratorio, a menudo fruto de la mezcla aleatoria de creaciones ajenas y melodías preexistentes. El Dj niega su imagen pública y las formaciones de música electrónica trabajan con ordenadores; es decir, el tópico afirma que la música electrónica es fría y abstracta, y está lejos de la realidad de los conciertos. Una de las apuestas del Sónar 2005 es demostrar que dar más protagonismo a las bandas que a los laptops es demostrar que la música electrónica tiene un rostro sin forma de vinilo o pantalla de plasma; que, en definitiva, tiene sentido hablar de “directo” cuando hablamos de música electrónica más allá de una sesión de Dj (aunque sea tan atractiva como la de Martin L. Gore, voz de los míticos Depeche Mode que pinchará en el Sónar de Noche).
Ecléctico y estimulante
En este sentido, la presencia de un grupo tan ecléctico y estimulante como LCD Soundsystem es algo más que un argumento de venta. Es, en realidad, una declaración de principios: con su inclasificable e insolente mezcla de disco, punk y rock, James Murphy y Tim Goldsworthy están convirtiendo la música electrónica en un puente colgante que la une con naturalidad a todos los estilos que la han precedido. Lo mismo ocurre con las actuaciones de Le Tigre, Mouse on Mars o Durruti Column, para los que bajos, baterías o guitarras no son la antítesis de la investigación electrónica.
Incluso la actuación de los Chemical Brothers, que a estas alturas podría parecer un recurso fácil para un festival tan adulto como el Sónar, tiene un significado conceptual: con sus beats impregnados de influencias que van desde el rock hasta el pop, pasando por el hip hop y el soul, llevan trece años probando la eficacia rítmica de la música electrónica sobre los escenarios de medio mundo. Es entonces cuando la imagen del Sónar 2005 se carga de sentido, cuando la entendemos en toda su amplitud: junto a la idea del falsificador sonoro, o músico laptop, que aparece en escena con un ordenador portátil que es la chistera del artista contemporáneo, convive la idea de la banda, símbolo de un presunto clasicismo que no rehúye en absoluto la innovación musical.
La presencia de las bandas no ensombrecerá las actuaciones de Dj’s de relumbrón –desde Laurent Garnier a Luke Vibert, pasando por Ellen Alien o Jeff Mills–, pero representará una nueva tendencia que está cogiendo carrerilla en un universo tan poliédrico y transformista como el de la música electrónica. ¿Y quién dice que la música electrónica carece de vida? La introducción de elementos orgánicos –ya sea en forma de voz o de sonidos extraídos de la realidad– en sus melodías rotas, circulares o repetitivas es otra de las tendencias que se consolidan en esta edición del Sónar. Sin ir más lejos, la noche del sábado está dedicada íntegramente a demostrar la creciente influencia del hip hop en el panorama de la música contemporánea. No sólo contaremos con un par de clásicos del rap –uno de la escena internacional (De La Soul), el otro de la escena nacional (los imprescindibles Solo los Solo, que llegan con nuevo disco bajo el brazo, titulado Todo el mundo lo sabe)– sino con toda una pandilla de ejemplares hijos pródigos entre los que destaca M.I.A, coqueta abreviatura de la cantante de Sri Lanka afincada en Londres Maya Arulpragasam, cuya peculiar y seductora voz flirtea con el ragga y el dancehall.
Y a la originalidad de M.I.A se suma, en otro orden de cosas, la irrupción de experimentos acústicos que funden lo orgánico –en fin, el sonido de lo cotidiano– y lo musical en una experiencia única. Ahí está de nuevo el británico Matthew Herbert con uno más de sus marcianos proyectos: si hace dos años ensayó, con un éxito sin precedentes, la armónica conjunción entre el concepto de Big Band, los acordes electrónicos y los ruidos orgánicos grabados en directo, en esta edición se presenta con Plat du Jour, un manifiesto sonoro contra el fast food hecho con su propia materia prima y apoyado por la presencia de un cocinero en el escenario. No será el único en una iniciativa que el Sónar organiza coincidiendo con el Año de la Alimentación, la Cocina y la Gastronomía.
Cocina concreta
En este sentido, la propuesta de la sevillana María Durán, titulada (en honor al creador de la música concreta Pierre Henry) Cuisine Concrète, define a la perfección hasta qué punto es flexible y reconocible el concepto de música electrónica. Dice Durán: “El número de composiciones sonoras posibles es igual al número de recetas conocidas, y dentro de éstas, las variaciones son infinitas, en función de la proporción entre los distintos ingredientes”. Jordi Vilá, chef del restaurante Alkimia, preparará un plato mientras Durán trabaja con los sonidos desprendidos del proceso. ¿Conclusión? Al contrario de lo que se piensa, la música electrónica está cada vez más dispuesta a dejarse influir por el azar, construyendo un discurso sonoro tan casual como enriquecedor. Es imposible, pues, que sea previsible porque niega las estructuras predeterminadas.
Y si hay algo que haya entendido la música electrónica actual es que lo sonoro es sólo un punto de partida, el núcleo de una estructura genética que se expande hasta el infinito. Y que esa expansión necesita de las demás artes para existir por sí misma, para nutrirse a través de otros lenguajes que respetan su hegemonía sin doblegarse a ella. De este modo, los llamados “conciertos audiovisuales” de Sonarama, celebrados en el Centre d’Art Santa Mònica, demuestran que, al contrario que el rock y el pop, la música electrónica está llamada a habitar espacios que parecían exclusivos del arte, el video o el cine experimental. Los extravagantes shows multimedia de My Robot Friend o la combinación rítmica de flujos visuales y sonoros ideados por Slub y Nebogeo son la prueba de que el porvenir de la música electrónica también está en su matrimonio con otras disciplinas artísticas. Nada que no hubiéramos intuido, porque esto es sólo el principio del futuro: afortunadamente, aún hay muchos sonidos por descubrir, y todos pertenecen a la galaxia de la electrónica.
Sergi Sánchez
El Cultural