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El dueño del martillo no empuña la batuta

26/3/2005 |

 

Sólo Mahler, entre los grandes compositores que se han dado a la dirección, superó en su día a Boulez en su celebridad como astro de la batuta. Claro que el francés puede presumir de ser el más famoso sin ella, ya que toda su carrera en el podio se ha basado en esos gestos de medios brazos –dirige de codos a manos, los hombros apenas se mueven–, puños abiertos o cerrados según los casos, y dedos a veces inquisitoriales. Una singular “anti-técnica” que, salvadas enormes distancias estéticas, lo empareja con Harnoncourt, que no facilita la existencia de discípulos, aunque en España dos artistas se aproximen a su modus operandi' un alumno directo –el único asistente que ha tenido– Ernest Martínez Izquierdo- y otro espiritual, Arturo Tamayo.

El joven Boulez de los años 40 y 50 no pensaba en dedicarse a la dirección, pero tal trabajo fue un modo de ganarse la vida, que se convirtio en algo más que la otra mitad de carrera. “Al principio yo no tenía ninguna intención de dirigir, empecé a hacerlo por necesidad, porque cuando era joven no había directores que interpretaran las obras de mi generación, sobre todo en Francia. Pensé que había que formar un grupo capaz de tocar bien aquella música. Empecé a organizar conciertos en París, con el Domaine Musical, y después a dirigirlos. En Alemania el panorama era similar. Rosbaud estaba a la cabeza de la Südwestfunk y enfermó de repente, así que tuve que sustituirle. Así empecé mi carrera de directo”. En la misma conversación, Boulez “explica” su escuela: “Descubrí mi propia técnica sin estudiar, a partir de hacer determinadas cosas. A los estudiantes hay que darles trucos sobre lo que no tienen que hacer. A dirigir sólo se aprende dirigiendo un grupo de gente”. Que Boulez “reina” –con permiso de Gielen– en la Escuela de Viena es casi doctrina, y su itinerario junto a Mahler –que lleva media vida tocando– ha entrado en el ámbito de lo clásico.

Todo lo anterior es aplicable a sus más recientes resgistros para D.G., la compañía para la que “fichó” hace más de tres lustros: canciones de Mahler, Conciertos para piano de Bartók, y obras propias, su mítico Marteau sans Maître, que ha llevado al disco por quinta vez (¡todo un record para un autor de nuestro tiempo!). La sabiduría mahleriana que destila el álbum que recoge los Lieder de éste es impresionante. No menos formidable es el disco Bartók, que reclama otros tres solistas instrumentales y una orquesta distinta para cada obra: Zimerman y Chicago para el Primero, Andsnes y Berlín en el Segundo, Grimaud y la London Symphony en el Tercero. Si hay una fascinante “lucha” –como la hubo, años ha, entre Barenboim y el mismo Boulez, como tuvo que haberla entre Furtwängler y Bartók en el estreno de la obra– que va de la tendencia a lo expresivo de Zimerman a la desnudez ideológica de Boulez, y si esa contradicción se suaviza con una Grimaud que sólo se permite acercar levemente a Ravel el Adagio del terminal Tercero, la conjunción maquinista de Andsnes y el viejo maestro es rotunda a la hora de cuajar una traducción dramáticamente hermosa del hosco Segundo. Y es que Boulez sigue empeñado en entrar en las antologías.

José L. Pérez de Arteaga
El Cultural

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