24/3/2005 |
Jóvenes putinistas se enfrentaron a jóvenes comunistas que defendían la ópera «Los hijos de Rosenthal», en la que un científico alemán huye de los nazis, se exilia en la URSS y no sólo clona obreros «estajanovistas», sino a cinco grandes de la música >MOSCÚ. La mayoría ultrapatriótica de Putin en el Parlamento ruso amenazó con despedir a la directiva del Bolshoi por escenificar este libreto, obra del «pornógrafo» y «comemierda» Vladimir Sorokin. Con estos calificativos recibía al público, frente al teatro, una pancarta de «Los que van juntos», movimiento de jóvenes putinistas que vela por la pureza ideológica en la nueva Rusia y famoso por destrozar en público las obras de Sorokin. Sin embargo, cómo habrán cambiado los tiempos, porque ayer salieron en su defensa nada menos que los militantes de la «Vanguardia de las Juventudes Rojas», que echaron de la plaza a los putinistas en medio de una trifulca a la que sólo puso fin la intervención de los antidisturbios, informa Efe. El director del teatro, Gueorgui Ixánov, el compositor Leonid Desiátnikov y el director de escena, Eymuntas Niakroshus, han subido al escenario este libreto de Sorokin, que cuenta la historia de Alex Rosenthal, un científico alemán que en la década de los años 30 descubre la clonación y que, perseguido por los nazis, huye a la URSS, llegando a ser el niño mimado del «Padre de los Pueblos», José Stalin. Clonaciones a granel Rosenthal se dedica a clonar obreros «estajanovistas» por encargo del Politburó y en escena puede verse cómo los espermatozoides, rodeados por unos mimos y por el coro, con una legión de clones al fondo, luchan por abrirse paso «a la cálida matriz», bajo la efigie de la oveja Dolly. Pero Rosenthal también consigue el sueño de su vida, rescatar para la Humanidad a cinco genios de la música: Verdi, Chaikovski, Wagner, Mussorgski y Mozart, quienes crecen, criados por la misma nodriza, mientras se suceden los jerarcas soviéticos y sus planes de clonación, hasta que en 1993 Yeltsin cierra el programa por falta de fondos y muere Rosenthal. Quedan huérfanos sus genios, condenados a tocar su música en la plaza de las Tres Estaciones de Moscú ante vagabundos, prostitutas, chulos, trileros, vendedoras ambulantes y refugiados indocumentados. Allí nace el amor entre Mozart y Tania, una buscona a la que él decide sacar del arroyo. Pero su chulo, celoso, los envenena a todos, y sólo Mozart, que guarda de su vida anterior la inmunidad al veneno, escapa a la muerte. En la última escena, rodeado de los espectros de sus seres queridos en un hospital de Moscú, llora a su «padre», a sus hermanos y al amor que lo han dejado tan sólo en este mundo. En fin, con compositores de esa talla como protagonistas, Desiátnikov da rienda suelta a la imaginación y estiliza con humor la música de cada uno de ellos. En cuanto al libreto de Sorokin destacan algunas perlas, por ejemplo,cuando el coro de prostitutas entona «Ya es hora, las Tres Estaciones esperan nuestras carnes»; o cuando el chulo, Kela, llora la traición de la que «vestí y enseñé a ganar dinero». La diputada nacionalista Irina Savelieva fue categórica: «Esto es un aquelarre. ¿Qué hace un coro de putas en el Bolshoi?»; mientras Sorokin sostiene que es el público, y no unos «diputados bestias», quien debe valorar esta ópera que, a su juicio, es «digna del Bolshoi.
Abc