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Emilio Sagi: "Que nadie piense que con El barbero quiero dar el campanazo"

15/1/2005 |

 

El Teatro Real afronta, desde el 13 de enero, uno de los grandes retos de la temporada con el estreno de la obra maestra de Rossini, El barbero de Sevilla. Sube por primera vez al coliseo madrileño con dos impactantes repartos de figuras actuales como Juan Diego Flórez, María Bayo, Ruggero Raimondi, Ildebrando D’Arcangelo, Laura Polverelli o Carlos Chausson. En el foso estará Giuanguili Gelmetti, mientras que el nuevo montaje viene firmado por el máximo responsable artístico del Real, Emilio Sagi, quien ha hablado con El Cultural.

Después de afrontar el reestreno de Margarita la Tornera de Chapí o una nueva lectura de otro clásico, Carmen de Bizet, Emilio Sagi se enfrenta en plena madurez a uno de los toros más difíciles de lidiar: El Barbero de Sevilla de Rossini. Un título que forma parte, desde su estreno, de la columna vertebral lírica y de ahí que sus revisiones hayan sido infinitas. Todo un reto, además, si se piensa que ha estado vinculada a nuestro país desde su creación, tanto por el ambiente –más idealizado que real, también hay que decirlo– como por haber tenido en su primer Almaviva al célebre tenor sevillano Manuel García. Sin embargo, este director de escena asturiano, que ejerce de ovetense por el mundo que recorre con sus montajes, no tiene miedo ante el desafío del cisne de Pésaro. “Ante todo, hay una gran ventaja y es que la obra de Rossini es rotundamente genial. Cuando tienes delante de ti una pieza tan buena no tienes ningún miedo a meterle mano”, señala con el entusiasmo que le caracteriza.

–¿Cómo afronta una obra tan leída?
–Primero con fascinación. Es una ópera dotada de una vitalidad asombrosa. El concepto de los personajes que presenta Rossini resulta muy moderno. Hay un modelo de nuevo héroe en Fígaro; Rosina es la imagen de la mujer rebelde; el Conde que, al principio, parece interesarse por ella sólo como si fuera una seducción rutinaria, acabará enamorándose... Mi intención es sacar adelante toda esa fuerza que transmite la música que, con la ambigüedad que caracteriza a Rossini, lo mismo puede ser cómica que dramática. Es como un juego matemático, en palabras de Alberto Zedda, una especie de “locura organizada”.

–La estructura en arias y conjuntos conlleva problemas.
–Siempre, porque tienes que contar la historia completa sin olvidar que cada aria o conjunto es como un pequeño espectáculo en sí mismo. He jugado mucho con este montaje y hay momentos que se transforman delante del público para palpar ese tono tan teatral que resulta inherente a la obra. También juego con el ambiente español porque creo que a Rossini le resultaba muy próximo. A él le gustaba mucho la música nuestra y la actitud externa de la gente, ¿por qué no optar por ello?

–¿Ha utilizado alguna referencia de montajes previos?
–He visto muchos Barberos. Algunos me maravillaron y otros me disgustaron. No busco ser original. En realidad, yo pienso que en teatro todo está inventado. Rossini me resulta muy vecino y, la verdad, no intento emular a nadie, ni pretendo trasladar el Barbero a Albacete. Los cambios de época o geográficos no tienen sentido si se hacen porque sí, y el ambiente del Barbero es obviamente andaluz. Además, por mucho que te plantees, nunca sabes dónde va a ubicarse tu trabajo.

Trabajar en casa
–Monta esta obra en “su” teatro, ¿ventaja o inconveniente?
–Lo más positivo es poder trabajar con mis compañeros, especialmente los de escenario, que son maravillosos. Y no lo digo porque soy el responsable artístico, sino porque la estructura del Real funciona muy bien. Por otro lado, está el problema de la responsabilidad añadida, pero no pienso en ello. De todos modos no soy nada pretencioso, no estoy montando algo para que se diga “esa es la referencia absoluta de la temporada”. No. Creo que hay otros títulos que ofrecen idéntica calidad. Sí que aspiro a que quede bien y se pueda reponer en el futuro con buenos resultados. No es la guinda del pastel ya que la temporada se armó con coherencia, con espectáculos que ofrecen un nivel similar. Ahí está el caso reciente de L’Upupa que, para mí, ha supuesto una gran satisfacción ya que el encargo se hizo, conjuntamente, junto al Festival de Salzburgo. Que los repartos sean muy buenos lo demanda una obra muy importante del repertorio. Que nadie piense que he ido a dar el campanazo.

–Y, ¿cómo va el Real?
–Estupendamente. Con un ritmo productivo incesante. Es una delicia trabajar con gente positiva. Particularmente no tengo queja alguna, ni con el nuevo gerente, Miguel Muñiz.

–Algún cambio habrá en relación con Inés Argüelles.
–Cada uno es cada uno. Mi trabajo con Inés durante estos años fue muy positivo y Muñiz es otra persona. Pero gracias a los dioses y al trabajo de todo el mundo, el teatro ha consolidado un bagaje de primera y tiene una fuerza motriz absoluta. Con los problemas inherentes a un centro cada vez, pese a su juventud, más considerado internacionalmente. No olvidemos que se reinaguró en 1997 y las puertas se abren con éxito día a día y pase lo que pase. Hay un staff importante, los artistas, cuando vienen, siempre quieren volver y, a fe mía, que no es por los cachés, ya que este teatro no los paga muy altos. Pero los tratamos con cariño, con respeto, en lo que ha sido un principio de actuación nuestra.

–No negará que en los siete años se han superado los récords de directores artísticos, gerentes y musicales. En otros teatros, y no hay que mirar muy lejos, eso no pasa.
–Ciertamente. Lo único que sé es que a mí, en un caso u otro, se me ha dejado trabajar adecuadamente. Claro, no soy Aramís Fuster y no sé qué va a pasar conmigo en el futuro.

–Sin embargo, las declaraciones al llegar de la ministra de Cultura Carmen Calvo, fueron tremendas.
–Yo creo que la ministra tiene todo el derecho a decir lo que quiera sobre el equipo que va a gestionar un teatro que, en gran medida, depende del Gobierno. Si ella quería cambiar y por qué no lo hizo luego, no lo sé. Yo estoy aquí y nunca he recibido una mala contestación por su parte, ni un mal gesto y me gustaría seguir así. Porque yo tengo una profesión que, al margen del Real, me permitiría vivir muy bien de ella, con trabajo suficiente por años.

Poco tiempo en el Teatro
–Por cierto, se le acusa de estar poco tiempo en el Teatro.
–Eso no es verdad y, de hecho, a mí nadie me ha insinuado nada. Cuando se me contrató en 2001, pedí que me dejaran unos días al año para afrontar mis compromisos. Pues este año me han sobrado 40 y no me he ido de vacaciones al Caribe, sino que he estado aquí. Yo digo que no a muchos montajes y sólo sí a aquellos que me parecen interesantes. Pero nunca quemo los días así como así.

–También se dice que se le ha ofrecido a usted la dirección artística del nuevo Palacio de las Artes de Valencia.
–Se dirá lo que quiera, pero a mí nadie me ha tentado. Pero nunca aceptaría ir a un sitio mientras estoy en otro y menos cuando en él trabaja una excelente amiga –Helga Schmidt–, una mujer muy competente.

–Usted sigue velando por la temporada de Oviedo.
–Creo que está llevando una línea de trabajo muy positiva y en el futuro va a ir a más. Ahí está su reciente Elektra que tenía un nivel internacional. El nuevo director artístico, Javier Menéndez, que ha trabajado con Joan Matabosch, –otro enorme profesional–, tiene las ideas muy claras y en el futuro va a ir a más.

–El éxito de Ildegonda el pasado año supondrá un espaldarazo para el patrimonio propio.
–Cuando Jesús López Cobos y yo pusimos en marcha el ciclo “Clásicos del Real”, en colaboración con el ICCMU, estudiamos varias partituras. Yo creo que el éxito de Ildegonda se va a revivir con Elena e Costantino de Carnicer en febrero y para el año siguiente hay otro Arrieta en cartera. Claro estas óperas fueron pensadas para la escena y yo espero que vayan subiendo a ella. Que el argumento pueda ser más o menos absurdo, también sucede con algunas obras de Verdi.

–¿Qué le queda por hacer?
–Muchas cosas. Pero la que más me interesa es la Academia, porque hay voces excelentes y artistas con energía que potenciar. No es nada nuevo. Ya existe en la Ópera de París o en la Scala. Además de llegar al máximo de funciones posibles.

–Y, ¿de qué se arrepiente?
–De nada. Esto no es construir un coche. En el teatro hay cosas que, por razones múltiples, no funcionan y no sale todo como uno quiere. Pero, como dice Billy Wilder, “nadie es perfecto”.

Luis G. Iberni
El Cultural

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