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Penderecki por Penderecki

12/12/2004 |

 

Partiendo de una base en la cuerda de ocho contrabajos, el prestigioso y admirado maestro polaco Krzyzstof Penderecki desparrama (que ésta es la mejor palabra) sobre el palco escénico una muy rica plantilla para la interpretación de su «Concerto para piano y orquesta», escrita como consecuencia de los terribles atentados del 11-S neoyoquino. Un colosal grito de desesperanza predomina en esta colosal partitura, aunque existan remansos de placidez contrastante con «soli» confiados al violonchelo, corno inglés, viola, etc. Desde sus famosos «Threny» por las víctimas de Hiroshima, el compositor sabe «volver» con un infatigable piano solista sobre unas raíces que, partiendo de un tema lúgubre, podría constituirse en eje de la gran página de media hora de duración; el solista no excede la marca lisztiana, y la obra culmina en un hermosísimo momento coral de la dilatada composición, que nos prende en su espléndido total grandioso. Ocupó toda la segunda parte de esta sesión del último jueves.

Siete percusionistas, además de dos timbaleros, el coro mixto, piano, celesta, órgano, sin cuerda y con sólo diez viento-madera, nuestro José Peris sabe crear climas muy sugerentes, en los que el coro expresa un añadido que no es solamente color, sino expresión de un texto poético sobre el que giran sus tan cuidadas «Variaciones sobre un villancico antiguo alemán». Peris sabe jugar la ternura con una bien lograda brillantez, utilizando un lenguaje que por libre no deja de perfilarse con actual sesgo, sin dejar de adivinar la sabia elaboración armónica perturbada con notas extrañas que vivifican un interés vertical. Peris saludó y con el director del coro compartió con Penderecki un franco éxito de sus «Variaciones».

En medio de los dos estrenos anteriores, escuchamos la «Segunda sinfonía», del gran músico que es siempre Arthur Honegger, en la que tan sólo utiliza la cuerda con el aditamento hacia el final de una trompeta inesperada; el tema hermosísimo de la viola lo repasa muy sabiamente el autor desde su exposición en el primer tiempo, seguido por la desolación terrible del segundo y esa suerte de tocata que se denota en el final, con el emotivo coral de su cierre.

En la intepretación de tan difícil programa, brilló el mando responsable de la batuta de Penderecki, el bien hacer del intrincado cometido del pianista coreano Kun Woo Paik y los excelentes profesores de la RTVE, ejemplar vehículo traductor de las tres complejas obras programadas y recibidas con gran éxito.

Antonio Iglesias
Abc

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