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El violín orante

1/12/2004 |

 

Se escucharon por primera vez en la última Semana de Música Religiosa de Cuenca. Han estado en la Quincena Musical donostiarra. Llegan ahora a Madrid. Las «Sonatas del rosario» de Biber no dejan de viajar y lo apasionante es que todos aquellos que tienen la oportunidad de escucharlas se sorprenden al comprobar que siempre queda (buena) música por conocer. Viene a hacer ahora un siglo de su descubrimiento y publicación, apenas quince de la aparición de una versión facsimilar del manuscrito, y ya son algunos los que, como La Risonanza, las estudian y divulgan en el convencimiento de estar ante una de las cumbres instrumentales del barroco. Dicho esto, convendrá aclarar que las dudas, las posibilidades y las dificultades que plantea esta colección unitaria, pero formada por quince obras para violín y continuo, y una «Passacaglia», son tantas como fascinantes sus consecuencias.

De entrada, La Risonanza entiende que la personalidad de los tres bloques en que se dividen las sonatas («Misterios gozosos», «Misterios dolorosos» y «Misterios gloriosos») admite la presencia de otros tantos violinistas distintos, cada uno aportando su personalidad. Olivia Centurioni, David Plantier y Riccardo Minasi se han dividido el total que ha podido escucharse a lo largo de dos sesiones del Liceo de Cámara, con el complemento de parte de la «Mensa sonora» del propio Biber. Y aún que, al margen de las continuos cambios de «scordatura», o afinación del violín, es posible intensificar las diferencias sonoras de cada sonata (fiel al perfecto correlato con la simbología religiosa que transmiten) sustituyendo en algunas de ellas el violín por la viola d´amore y la lira da braccio.

En la última sesión, Minasi, cuyo valor como instrumentista alcanza a estar al lado de un generoso espectro expresivo, de un virtuosismo que se expande hacia fuera a veces con tacha y de una notable variedad de recursos, intensificó el sentido de los últimos misterios con el muy distinto colorido de cada instrumento en un catálogo sonoro sorprendente. Fue muy elogiada su actuación, aunque no se debe dejarse de lado la de Plantier, capaz de proponer un mundo contrario, más cercano a la meditación, al virtuosismo de carácter introvertido, a las respiraciones más hondas, calmado y sereno, propio de un «dolor» sufrido. Todos fueron, en verdad momentos únicos.

Alberto González Lapuente
Abc

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