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Carlos Álvarez: «Soy un niño mimado»

1/11/2004 |

 

Tiene mañana doble cita en Madrid. A mediodía recibirá el Nacional de Música; por la tarde cantará en el Real la primera función de «Macbeth», un papel en el que se encuentra a gusto.

Es difícil, cuando se oye cantar a Carlos Álvarez, no sentir admiración por esa voz sedosa y punzante que le ha convertido en uno de los barítonos más aplaudidos y reclamados de nuestros días. Y es imposible que la admiración no se vuelva cariño cuando se le conoce despojado de sus personajes, libre ya su acento malagueño, fija la mirada pícara y feliz que se ilumina al hablar de Carlitos y Alejandra, sus dos hijos. Mañana, Carlos Álvarez recibirá a mediodía el premio Nacional de Música, categoría de interpretación, concedido hace un año, y sin decir palabra alguna correrá a concentrarse, porque por la tarde tiene una cita que él considera más importante: la ópera «Macbeth» en el Teatro Real. «Recibir el premio es un honor extraordinario, pero la fecha no puede ser más inoportuna. A mí se me ha dado el galardón por mi trabajo, y no quiero que nadie pueda decir que descuido mi trabajo por ir a recibir premios. En los días de función yo necesito estar concentrado en la ópera y no tener distracciones. Hasta mi familia se quita de en medio esos días».

-Cada actuación suya en Madrid resulta un acontecimiento. Se ha convertido usted en uno de los cantantes favoritos del público y de la crítica.
-Soy un niño mimado, sí. Y por eso quiero estar a la altura de las expectativas del público y responder con mi trabajo al cariño que me da.

-A pesar de que la ópera es un trabajo colectivo, el foco está centrado en usted. ¿Pesa la responsabilidad?
-Pesa lo que tiene que pesar. A veces resulta más difícil interpretar a un personaje que no es el protagonista. Estos están descritos con la propia musica, y hay que crear un personaje determinado a partir de ella. Hay otros personajes con menor relevancia, como por ejemplo el Belcore de «L´elisir d´amore», y hay que conseguir que tenga la medida justa dentro de la ópera; hace poco canté en Viena el «Sulpice» de «La fille du regiment», un papel que no tiene un gran peso dentro de la obra. Se incluyó, como se hace en otras ocasiones, un aria dentro de la escena de la clase de canto para darle un poco más de relevancia, pero no intento buscar un protagonismo donde no tiene que haberlo.

-¿Es usted consciente de la expectación que despierta?
-Esta profesión me ha dado mucho, y yo tengo que empezar a devolver todo eso que se me ha dado. Por eso cuando recibí el premio Nacional el año pasado tenía claro que tenía que donar los 30.000 euros que me daban. Y por eso quiero seguir cantando en teatros «pequeños», y hacerlo igual en el Metropolitan de Nueva York que en Jerez. Esa es mi visión de este trabajo. La ópera tiene que ir allí donde está el público.

-La suya es una profesión muy dada al halago y a la adulación. ¿Le cuesta encajar las críticas?
-No, las acepto con naturalidad. Es cierto que mucha gente me halaga y me felicita, ya he dicho antes que me sentía un niño mimado. Pero cuando no estoy a la altura y se me dice lo acepto perfectamente. No podemos pretender gustar a todo el mundo, ni me parece reprochable que alguien tenga una cultura operística basada en los discos y juzgue a partir de sus recuerdos y sus sensaciones.

-Estos días tiene en Madrid a su mujer y a sus hijos. ¿Le siguen por los teatros?
-Ya no pueden. Sí vienen en época de vacaciones o algún fin de semana como ahora, pero los estudios son sagrados.

-¿Le ha hecho replantearse la carrera esta obligación de vivir buena parte del año lejos de su familia?
-No, porque el trabajo está también en un plano muy importante en nuestra vida. Yo trabajo para mí mismo y también para los míos.

-Tiene también, imagino, ese deseo natural de que sus hijos tengan una vida mejor que la que tiene usted.
-Es difícil porque yo soy un privilegiado. Pero sí tengo naturalmente una preocupación por su futuro, lo que no quiere decir que quiera que lo tengan todo resuelto. Hay que hacer más fácil la vida de nuestros hijos, pero hay que inculcarles también la importancia del esfuerzo, del trabajo, de la disciplina, una palabra que está muy en desuso hoy en día y que me parece fundamental para la educación del ser humano. Creo que les estamos haciendo a los jóvenes la vida demasiado fácil. Se oye hablar mucho de derechos y poco de deberes. Hace poco asistí a una reunión de padres en el colegio de mis hijos y había quien estaba más preocupado por el plan de evacuación del centro para un caso de emergencia que por la educación que estaban recibiendo sus hijos. Me parece un error. Considero que he recibido una buena educación y no me he sentido oprimido en absoluto. Soy de los que creen que la razón es fundamental, que hay que saber crear el criterio en las personas que están a tu cargo y para ello lo más importante es el ejemplo.

-Acaba de crear una Fundación para promocionar la ópera, el canto y la música.
-Es por lo que hablábamos antes. Yo quiero devolver todo lo que la música me ha dado. Y me parece que esta Fundación puede ser una buena vía. Yo me he visto favorecido por una cierta actitud profesional; cuando empecé a cantar se daba oportunidades a los cantantes noveles. Ahora en Málaga, mi tierra, ha bajado mucho el número de producciones operísticas, y sólo se hacen dos o tres al año. Y me gustaría que pudiéramos ser receptivos a la demanda del público, que quiere más. La Fundación va a intentar potenciar ese ambiente profesional en Málaga, con el apoyo de las Administraciones y del patrocinio privado. Habrá una parte pedagógica, que será complementaria de los estudios tradicionales; está en proyecto la creación de un concurso de canto, se promoverán conciertos, y queremos contactar con compañías de ópera para que puedan acoger, como si fueran becados, a cantantes jóvenes que puedan aprovechar la experiencia y el ritmo de trabajo. Tengo que devolver todo el beneficio que se me ha dado.

-No se despega de Málaga.
-¿Para qué? Si necesito desplazarme, me da lo mismo hacerlo desde Málaga que desde Madrid. En Málaga la gente se comporta conmigo con naturalidad, está mi familia, está el mar...

-Usted que está tanto tiempo fuera de España, ¿cómo ve la percepción que existe de nuestro país?
-Existe un cariño y un respeto muy grande por España. De hecho, uno de mis compañeros de reparto en «Macbeth» no sólo se ha venido a vivir a España, sino que quiere conseguir la ciudadanía. En nuestra profesión se nos considera cantantes, y así me lo han dicho en muchas partes, que no damos problemas, que tenemos preparación y capacidad para resolver los problemas. Y eso que los artistas españoles siguen surgiendo por generación espontánea porque no hay una base sólida. Y la educación para mí sigue teniendo forma piramidal. Cuanto mejor sea la base, mejores podrán ser los profesionales, y cuanta mayor cantera haya, habrá más posibilidades de que salgan grandes artistas. El fomento de la educación es algo que corresponde a las Administraciones, y son ellas las que han de asumir el problema.

-¿También vive el mundo de la ópera el síndrome de la inmediatez?
-En cierto modo sí. La naturalidad es cada vez más difícil, no se da tiempo a los artistas para que haya un crecimiento artístico y se les otorga enseguida injustamente una responsabilidad que no les corresponde. Ahora es un momento muy ingrato para la gente que empieza, porque se le pide que sea brillante desde el momento en que empieza, y ésta es una carrera de fondo, no de velocidad.

-Usted interpreta a Macbeth, un hombre que elimina a aquél que le estorba para lograr su ambición. Parece que se ha escrito hoy.
-Macbeth es un soldado acostumbrado a matar y por eso el asesinato no le supone ningún tipo de reprobación ética. Hoy se elimina al rival de otras muchas maneras, y hay gente capaz de muchas cosas con tal de ascender. Pero supongo que depende de la generosidad de cada uno. Queremos ser tratados de manera distinta a como queremos que se nos trate y eso no es justo.

-Eusebio Poncela, que ha interpretado recientemente a Macbeth, decía que Lady Macbeth no es la inductora de los crímenes de su marido, que éste es en realidad un psicópata y un asesino nato.
-En cierto modo tiene razón. Lady Macbeth sí induce a su marido a matar, le hace tener una visión más amplia de la que él tiene; pero la responsabilidad ética es superior a cualquier empuje y, si existe, como es el caso, una semilla en el interior, a poco que la riegues, crece. Lady Macbeth despierta el asesino que Macbeth lleva dentro.

Julio Bravo
Abc

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