Renée Fleming: “La televisión condiciona la forma de hacer ópera”
9/10/2004 |
onvertida en una de las grandes divas del momento, la soprano estadounidense Renée Fleming recala la próxima semana en Madrid y Barcelona. En los dos únicos recitales que ofrecerá en suelo español dentro de su gira internacional hará un recorrido por sus principales creaciones líricas, junto a piezas americanas y obras de Haendel que aparecen en su última entrega discográfica dedicada a este compositor. De sus inicios, sus roles preferidos y sus próximos proyectos habla con El Cultural.
Hace una década que fue bautizada como “La soprano favorita de América” tras una triunfal Desdémona en el Met junto a Gergiev y Domingo. Hija de dos profesores de canto, hoy Renée Fleming (Indiana, 1959) se encuentra en plena madurez de una carrera pausada e inteligente, que arrancó con Mozart para centrarse luego en el repertorio alemán y francés. Ha hecho suyos los papeles protagonistas de Der Rosenkavalier, Arabella, Capriccio, Louise, Thaïs o Manon. Su indiscutible Rusalka contrasta con su cuestionado acercamiento al bel canto. El pasado año hizo su primera Violetta en el Met, donde presenta en diciembre Rodelina de Haendel. “No quiero encasillarme en un repertorio –señala–, también está el mundo del recital. Entre mis cantantes favoritas está Victoria de los Ángeles, que hizo un poco lo mismo: fue una gran cantante de ópera y de concierto”.
La fidelidad que le ha otorgado el público norteamericano –allí criticarla resulta poco menos que antipatriótico–, ha restringido su carrera escénica al circuito operístico de ese país y a habituales apariciones en París o Munich. El viejo continente se conforma con conciertos y recitales como el del próximo martes en el Real junto a la Sinfónica de Madrid y con López Cobos en el podio, que se repetirá dos días más tarde en el Palau de Barcelona.
–Saltó a la fama, tras su Armida en Pésaro y unas Bodas en Houston, ya cumplidos los treinta...
–Fue sin duda una ventaja. Tuve más de diez años para prepararme. Creo que no hubiera aguantado esa presión a los veinte, mi voz no estaba todavía lista, tenía problemas técnicos que fue mucho mejor resolver entonces. Eso es imposible siendo una estrella, cuando el mundo entero te apremia. Además pude volcarme en el aprendizaje de diferentes idiomas, algo muy importante.
Artista versátil
–En Europa hay pocos artistas bien preparados en ese aspecto.
–Eso es algo que a menudo ha caracterizado a los cantantes de habla inglesa. Al ser ésta nuestra lengua materna, estamos obligados a ser muy versátiles, a aprender cuantos más idiomas mejor y a empaparnos bien de su estilo. Por ejemplo, mi pasión por el lied viene de los dos años que pasé en Frankfurt exclusivamente dedicada a ese repertorio. Hoy es una parte muy importante de mi carrera.
–Pudo aprender con los mejores.
–Siempre me ha sorprendido la generosidad de las grandes artistas. Marilyn Horne, a la que llamo cada vez que hay algo que no sé cómo resolver, fue durante varios años mi mentora. También fueron mis profesoras Leontyne Price, Renata Scotto o Joan Sutherland, que me dio su secreto para las notas altas. Ya como profesional, fue maravilloso trabajar junto a Caballé.
–¿En qué repertorio se encuentra hoy mejor su voz?
–Llevo a Mozart, Strauss y los franceses en mi corazón. Por otro lado, me apasionan algunos roles belcantistas –los más altos– y algo de Verdi. Disfruto mucho con los papeles checos, amo a Janacek y Rusalka sigue siendo hoy mi personaje favorito. Por otro lado, últimamente estoy volcada en el barroco, que es un calmante para mi voz, es pura miel. Es un repertorio muy amplio, pero todo está dentro de mi tesitura actual.
–Haendel protagoniza su último disco y en diciembre debuta en Rodelina en el Met. ¿Qué papel tiene este compositor en su carrera?
–Desde muy joven, en el coro que dirigía mi padre, tuve contacto con su música. Más tarde, en la escuela, trabajé con mi maestra su repertorio. Me hacía escuchar a Janet Baker, su belleza vocal y la honesta emoción de sus versiones me impactaron mucho. Luego, en 1999, vino el gran éxito de Alcina en la Ópera de París, mi primer Haendel profesional. Fui muy afortunada al poder debutarlo junto a una orquesta de instrumentos de época como Les Arts Florissants de William Christie. Ese mismo año la canté en Chicago con un conjunto moderno y comprobé la cantidad de cosas que te ofrece cualitativa y estilísticamente esa ligera oscuridad del sonido barroco. Es la forma más auténtica de hacer revivir su música.
–Ese aire de autenticidad se respira en su participación en la banda sonora de El señor de los anillos.
–Completamente, grabé las canciones justo después de las sesiones de Haendel. Fue muy útil para encontrar esa pureza en la línea vocal de influencia medieval que quería Howard Shore para su partitura original.
–Su Violetta fue algo tardía...
–Es el tipo de papel que muchas artistas cantan muy pronto, con lo que corres el riesgo de que tu voz se vuelva más pesada y te conviertas en una spinto. Creo que no la hubiera podido cantar antes, cuando todavía no tenía la mejor técnica.
–¿Es pronto para afrontar Norma?
–Hago mucha menos ópera que antes, tan sólo uno o dos nuevos roles por temporada, con lo que mi agenda está llena para los próximos cinco años. No quiero hacerla todavía, es un papel demasiado largo y dramático. Quiero esperar antes de afrontar un título que requiera semejante adrenalina y fuerza bruta. Ahora disfruto mucho con partes más delicadas. Pero me pasa con muchos títulos que me gustaría cantar pero que no creo que deba hacerlo: desde una buena parte del repertorio italiano a Wagner.
–Cuida mucho las producciones en las que participa.
–Vivimos un momento en el que la cultura está completamente dominada por lo visual, algo impuesto desde la televisión. La gente agradece ese componente en los montajes. Cuido ese aspecto exterior pero no es algo prioritario en el resultado. Me identifico con la idea que tiene de la escena Robert Carsen, responsable de mis últimos montajes de Rusalka o Capriccio en la Ópera de París, a lo mejor poco rompedores. Además, no siempre puedo elegir, y claro, hay teatros que arriesgan poco y otros más transgresores.
–Pero los montajes en los que participa son más bien conservadores.
–Tengo una mente abierta, no soy para nada conservadora. No es nada fácil que exista el equilibrio entre el cantante, el director y la escena, estamos obligados a colaborar. Sí que me esfuerzo en no llevarme sorpresas el primer día de ensayos con el vestuario o la escena. Pero me importa más dar la talla vocalmente y no defraudar al público. Por ejemplo, lo que hizo el pasado año Gheorghiu en el Real me pareció muy poco respetuoso hacia el público.
Honestidad del cantante
–¿Vale todo a la hora de “vender”?
–Lo único que importa es que el cantante mantenga su integridad musical. Debe ser honesto. Me parece válido mientras que el uso de las mejores técnicas de marketing no interfiera en la calidad del artista.
–Apuesta por grabar en vivo.
–En lo que a ópera se refiere, prefiero que la gente pueda saborear su frescura e inmediatez, lejos de la artificiosa perfección del estudio.
–En su gira española presenta un programa poco “purista”...
–Estoy para servir al público y hacerles felices, no para educarlos. Un recital no es una conferencia o una clase magistral. Diseño los programas que a mí me gustaría oír. Habrá arias de Haendel, de Thaïs, también algo alemán, Puccini, Verdi y Dvorák. Por supuesto piezas americanas como el “Summertime” de Porgy and Bess, o “I Want Magic!” de Un tranvía llamado deseo... Quiero que se diviertan.
Carlos Forteza
El Cultural