Pedrell y su herencia
19/2/2003 |
«Los Pirineus». Música: F. Pedrell. Libreto: V. Balaguer. Intérpretes: O. S. del Liceo. Coro del Liceo. Dirección: E. Colomer. Versión de concierto. Liceo de Barcelona, 17 de febrero.
Hablar de una partitura tan significativa como «Los Pirineus», la más influyente de la música catalana de comienzos del siglo XX -aunque desconocida para muchos de quienes así la enarbolaban-, resulta tarea ingrata y compleja. La exhumación de esta ópera, clave del nacionalismo musical panhispánico, es el mérito que hoy conviene subrayar; mantenerla dormida era un pecado cultural.
Estrenada ahora en su libreto original en catalán -en 1902 se escuchó en el Liceo en italiano y en 1910 en Buenos Aires en castellano-, «Pirineus» es un ambicioso laboratorio compositivo, una obra experimental con mucho de racional que apunta a un objetivo concreto: definir las pautas de una escuela operística nacional. Se decanta por lo wagneriano en cuanto a solución de continuidad y paleta tímbrica, mientras su instrumentación -podada, mensurada y reestructurada por la edición crítica de la partitura- es atrevida y no tiene piedad para con las voces solistas. Su textura se ve aligerada con la utilización de materiales provenientes de la polifonía española, música popular, arábiga, de canto gregoriano, con guiños al verismo y a la ópera francesa, construyendo un manifiesto imaginativo, denso y efectista.
Tan superficial análisis no puede aplicarse al libreto: si teatralmente funciona, sólo podrá verse cuando la ópera se escenifique (si se considera viable), ya que este concierto fue cantado de manera ininteligible por la mayoría de los solistas. No hubo teatro musical.
Con la orquesta en el foso para intentar equilibrar el caudal sonoro, la prestación de la Sinfónica liceísta fue la suficiente, lo mismo que la del coro, de concepción hiperproteica y predecible, aunque la coherencia que desde el podio Edmon Colomer mantuvo casi siempre entre foso y escenario no pudo con «Lo cant dels almogàvers».
De entre los solistas destacó la Lisa de Ofelia Sala, porque su Gemèsquia no se escuchó; Elisabete Matos hizo lo que pudo, sin problemas en el centro, y Vicente Ombuena le ganó a la orquesta en sus postreras intervenciones. Stefano Palatchi pareció más cómodo como Llegat del Papa y Stella Doufexis se adaptó con paciencia a una tesitura infernal. Decepcionaron tanto Joan Cabero por su emisión insegura y, especialmente, Maria Luïsa Muntada, de preocupante estado vocal.
Pablo Meléndez-Haddad
Abc