Norma en un ovni
3/8/2004 |
El Festival Internacional de Santander (FIS) ha configurado a lo largo de más de medio siglo, una peculiar relación con la música que alcanza su apogeo en las líricas inauguraciones del primero de agosto. Tras las décadas nostálgicamente recordadas en las que desplegaba su esplendor en la plaza porticada, los grandes fastos tienen ahora, en el Palacio de Festivales de Cantabria, el perfecto escaparate para el lucimiento de la burguesía local, los políticos regionales y cientos de turistas de una de esas ciudades en las que el concepto de veraneo se mantiene vigente con fuerza.
Y en este contexto, la ópera, esta vez «Norma» de Bellini, fue protagonista de una velada que se inició fría en lo vocal y terminó con entusiasmo ante el alarde que aporta el belcanto romántico. No se trató de una versión de «Norma» ortodoxa. Todo lo contrario. Una «Norma» fuera de la norma. El FIS arriesgó encargando al provocador Dmitry Bertman su dirección de escena. Y el riesgo tuvo recompensa. El inicio de la obra impactó porque el mundo de los druidas y la ocupación romana viraba, mejor dicho despegó, en una suerte de ambientación galáctica, con un enorme platillo volante, del que surgen algunos personajes -otros son abducidos-, convertido en eje de la acción y abriendo sus entrañas contra un fondo negro que sólo se despeja en contadas ocasiones, gracias a una enorme luna que muestra el cielo terrícola, una ventana de aire fresco ante la opresión de la turbulenta historia. Sin renunciar a los elementos de la iconografía clásica del título, estos se reinterpretan en clave «Guerra de las Galaxias» con «espadas láser» estéticamente empleadas como escopetas defensivas y el uso de materiales plásticos en los cascos de druidas y vestuario. La coherencia de la propuesta es absoluta y en ella hay teatro, vida. Fuego que no encontró el mismo ardor en la alicaída dirección musical de Antonello Allemandi, conocedor del repertorio, cuidadoso con los cantantes, controlando todos los detalles y, de paso, aburriendo, sin aportar fantasía a una partitura que merece otro concepto.
Entre las «divas divinas» encarnar «Norma» es lo más. Y Maria Guleghina no quiere quedar atrás. La cantó en el Maestranza de Sevilla y repitió en Santander con similares resultados. O sea ejemplificando que está reñida con el belcanto. No se entiende cómo una cantante de su excepcional material vocal se tire sin red en un papel que ni entiende ni transmite con la cordura debida. Frente a la contención y los requerimientos belcantistas, su desquicie escénico y vocal no cuadran y encima, pasajes como el celebérrimo «Casta Diva» quedan apagados en una interpretación mediocre. Sólo se redimió un tanto en el segundo acto, más adecuado a sus posibilidades. El contrapunto llegó del canto bello, de la calidad y magisterio de una Luciana D´Intino en estado de gracia, Adalgisa de enorme belleza vocal, de color hermoso y excepcional adecuación estilística que convierte su interpretación en una clase magistral sobre cómo abordar este repertorio. Elemento que comparte con Richard Margi son, capaz de sacar provecho de un rol como Pollione que pocos quieren afrontar por su dificultad y escaso lucimiento. Margison canta con inteligencia y un nivel muy, muy alto. No busca impresionar, prefiere hacer música con frescura y pasión. Es otro planteamiento del que participó el bajo Giacomo Prestia, ejemplar Oroveso. Todos ellos, junto a Larisa Kostyuk y Nikolai Dorozhkin, aportaron sus capacidades dramáticas para que esta «Norma» espacial -de un espacio galáctico setentero- ardiese con el fuego pasional en el que se inmolan los enamorados.
Cosme Marina
Abc