El regreso más polémico del maestro Barenboim
10/7/2004 |
La vuelta de Daniel Barenboim a Madrid, el 9 de julio en la Plaza Mayor en un concierto al aire libre, se produce en medio de una polémica político-cultural que raramente se había dado en nuestro país en la que el músico ha sido protagonista de un extraño rifirafe entre administraciones. Un hecho que podría llevar a mayores consecuencias si se tiene en cuenta el probado interés de la Ministra de Cultura por vincular al director a Madrid.
Tras el cambio de gobierno y la llegada de Esperanza Aguirre a la Comunidad de Madrid, ésta optó por darle un giro al Festival de Verano prescindiendo de los servicios de la Staatsoper que había anunciado que asistiría en 2004 con una obra no especialmente popular como es Moisés y Aarón de Schoenberg. Sin embargo, tras el carpetazo de los responsables madrileños, la nueva Ministra de Cultura tomaba el relevo. De la mano del Inaem y a través de la Consejería de Cultura de Andalucía, se ha organizado una pequeña gira que le llevará a la Plaza Mayor madrileña, junto a sendos conciertos en Granada. Todo ello con un coste, hasta ahora, no reconocido.
El año ha sido muy intenso para el maestro argentino. A la tristeza por el fallecimiento de Edward Said, su compañero de fatigas, también galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, se sumaba la noticia de que dejaría la Sinfónica de Chicago en 2006. Pese a que una serie de músicos le pidió que se replantease la decisión, optó por confirmar su decisión.
Primera orquesta
Durante el tiempo que permaneció al frente de la que, para muchos, es la mejor orquesta del mundo recibió todo tipo de comentarios y críticas directamente por su política de programación e, indirectamente, por las dificultades económicas que vivía el conjunto norteamericano. Unas semanas más tarde era en Berlín, su otra ciudad, donde su colega Christian Thielemann anunciaba que se iba como responsable musical de la Deutsche Oper de Berlín, hermana a la par que competidora de la Staatsoper, compañía que lidera Barenboim. La gota que colmó la irritación de Thielemann, para muchos la gran esperanza blanca de la batutería de ese país, vino de la decisión del Gobierno Federal de subvencionar con algo más de un millón ochocientos mil euros más a la compañía de Barenboim. Thielemann, enfadado por la injusta comparación, optó por no esperar hasta 2007 que es cuando terminaba su contrato. La batalla entre ambos había sido especialmente virulenta. Las presiones han sido reconocidas por uno y otro lado con las inevitables conexiones políticas. Thielemann ha sido acusado de racista mientras que Barenboim es una persona, en el terreno político, bien relacionada con sectores de la socialdemocracia.
Parece que cumplidos los 61 años, Barenboim ha superado, con mucho, el mundo de la música para convertirse en un símbolo de artista comprometido políticamente, heredando, de alguna manera, el simbólico papel que ejerció hace unas décadas su colega Mstislav Rostropovich en la decadencia de la URSS. En alguna medida es la voz que más alto y más fuerte clama en relación con la difícil situación que vive Israel, su país de acogida. Así, en múltiples ocasiones ha denunciado al actual gobierno de Sharon porque estaba tomando una dirección “moralmente absurda y estratégicamente equivocada”, poniendo en peligro incluso “la existencia del propio Estado de Israel”. La configuración de una orquesta joven formada por israelíes y palestinos, la West-Eastern Divan Orchestra, con sede en Andalucía, era su apuesta por la convivencia frente a la confrontación que predican otros sectores judíos.
Mientras tanto, el relevo de gobierno en Madrid daba un cambio de tercio a su habitual presencia en la capital que ayudaba a enjugar las deudas de sus compañía berlinesa. Con la llegada de Esperanza Aguirre el Festival de Verano daba un vuelco. El consejero de Cultura, Santiago Fisas, lo justificaba recientemente afirmando que “el acuerdo entre el Real y la Staatsoper recogía un compromiso de reciprocidad que se ha incumplido todos estos años”. Pese a mostrar su respeto y admiración por el artista denunciaba “el elevadísimo coste de traer a la Staatsoper a Madrid”. Sobre todo teniendo en cuenta que, con un título tan poco popular como Moses und Aaron –cuya programación está prevista en futuras temporadas–, el coste de las representaciones superaría los dos millones de euros, unos cuatrocientos millones de las antiguas pesetas. De esta manera, cada localidad alcanzaba los 900 euros de los que cada espectador asumía 180, mientras que la Comunidad de Madrid debía hacerse cargo del resto. Al programar Tosca en producción del Real, se permitía el acceso a un “más amplio espectro de ciudadanos” porque el presupuesto se reducía a la mitad.
Mantener vínculos
El nuevo gerente de la Staatsoper, Georg Vierthaler, contestaba resignado, a través de la agencia Efe que “cada teatro tiene su política y nosotros, que somos teatro, la respetamos”. También señalaba que le supondría la pérdida de un millón de euros. Sin embargo, a renglón seguido, Vierthaler, tras una conversación entre Manuel Chaves, presidente de Andalucía, y Barenboim, anunciaba que “la Staatsoper quiere mantener sus vínculos con España y tras la decisión del Real, esa relación proseguirá en el verano de 2005 en Andalucía, donde tiene previsto llevar a Sevilla varias representaciones de Parsifal”, así como sendos conciertos en Granada.
Apenas unos días más tarde la Ministra de Cultura y el Ayuntamiento de Madrid llegaban de sorpresa a un acuerdo para ofrecer mañana un concierto gratuito como arranque de la programación de los Veranos de la Villa. La ministra Carmen Calvo lo justificaba señalando que “me daba muchísima pena que Barenboim no estuviera este año en Madrid” y afirmaba que “hice mucho para que se vinculara con Andalucía y haré todo lo posible para que no se desvincule de Madrid”. Un hecho que ha sorprendido porque el Ministerio parecía invadir competencias de las administraciones madrileñas. Y más equívoca resultaba la última declaración a Efe de Carmen Calvo en la que, tras certificar su interés por Barenboim, se preguntaba “¿a quién no le gustaría tenerlo cerca en una responsabilidad cultural? Le estimo mucho como maestro, como director y como persona. No me gustaría perderlo del todo”, lo que ha levantado cierta inquietud entre los responsable del Teatro Real.
Luis G. Iberni
El Cultural