La creación española pide cuota
1/5/2004 |
Gestores y musicólogos, preocupados por su escasa presencia
¿Habría que crear una ley que protegiera la difusión y recuperación de nuestro patrimonio musical? Coincidiendo con la presentación del DVD de la ópera Merlín de Albéniz, el director de orquesta José de Eusebio planteaba la necesidad de que se estableciera algún tipo de cuota en la programación que nuestras orquestas y teatros líricos dedican a la música española. Lanzado el guante, El Cultural lo ha recogido y ha preguntado a varias personalidades sobre los pros y los contras de esta polémica propuesta.
No podemos olvidar que la música española, aunque en continuo crecimiento, se programa poco. El reciente informe de la SGAE referido a la dedicación que prestan las orquestas españolas en sus programas de temporada –criticable más por el rigor de su realización y las formas con que se presentó que por la realidad que transmite– habla de un 16 %. Posiblemente si se contabiliza en minutos en lugar de por el número de composiciones, ese tanto por ciento podía ser mucho más bajo. Así pues, el problema existe y en general, se palpa una sensibilidad colectiva de que algo hay que hacer.
La palabra cuota está encima de la mesa, aunque Antonio Moral, director del Festival de Cuenca y asesor musical de los ciclos de la Fundación Caja Madrid, la ve con bastante recelo. “Todo lo que es cuota obligatoria coarta y limita la libertad del programador. Hay que ir a principios equilibrados y con criterio, pero eso de que por real decreto se establezca una cantidad fija, no me suena bien”. Sin embargo, se pregunta “qué razones llevan a que algunos programadores no la incluyan. En mi opinión el problema viene de la falta de programadores profesionales. Porque a veces está al frente de instituciones gente sin imaginación que sólo sabe tirar de lista. Y así, venga otra vez el mismo repertorio y las mismas sinfonías. Eso me parece injustificable. Los políticos deben encargar estas labores a personas con criterio, que en España las hay y buenas”.
Tampoco es muy partidario de la palabra cuota Emilio Casares, catedrático de la Universidad Complutense y director del Instituto Complutense de Ciencias Musicales. “Cuando uno piensa en cuota, parece como una imposición, a lo que siempre el ser humano tiende a ser reacio. Pero, por otro lado, no es de recibo que el patrimonio musical español, que llega hasta ayer mismo, cuente con obras excelentes que no se programan nunca. ¿De quién es la culpa? Porque es evidente que hay gente que, ante esto, mira para otro lado. Entonces, lo mismo que pasa en otros ámbitos de la sociedad y de la cultura, es cuando no hay más remedio que plantearlo como cuota”. Casares apuesta, igualmente, porque los políticos sean conscientes de que “el patrimonio, que construye nuestro pasado, es algo más que cuadros, catedrales y castillos, porque también hay obras musicales que han de revivir. Estamos en la Unión Europea y debemos empezar a dejar de ser meros importadores para convertirnos en exportadores de nuestra cultura musical. Ya no pido que el Gobierno haga el mismo esfuerzo que en las artes plásticas, pero no estaría mal que se dedicara algo a nuestro terreno”, afirma con vehemencia.
El maestro Josep Pons, director de la Orquesta Nacional, y gran batallador de nuestras músicas, se muestra equidistante. “Como observador creo que resulta inexcusable no hacer música española. No sé si ha de ir en cuota o con otro tipo de planteamiento. Pero una formación sinfónica o un teatro subvencionado con dinero público debe atender el repertorio español, el contemporáneo y el histórico”.
Orden alfabético
Sin embargo, Pons percibe un peligro que viene, ante la falta de criterio riguroso, de que “se acabe tirando de la lista de teléfonos, por orden alfabético, como si todo el mundo pueda ser igual. En este sentido, las cuotas pueden resultar ridículas porque no se hace ningún favor programando algo que no tiene calidad. Pero esto vale para lo español y para lo extranjero”.
También Patrick Alfaya, gerente de la Orquesta de Galicia y presidente de la Asociación Española de Orquestas Sinfónicas, percibe el problema. “Para mí, las cuotas tienen una cosa positiva y una negativa”, comenta. “Son buenas en la medida en que ayudan a la creación y a la recuperación de nombres y obras olvidados injustamente. Hay creaciones fantásticas que, por las circunstancias de su estreno, no pasaron de ese momento”. Sin embargo, también ve el aspecto negativo en que “al final se acabe por hacer las cosas porque toca, sin otro fin, valorando solamente la cantidad. Eso siempre va a ser negativo, porque quien acabará perjudicado será el público”.
Y es que no todo vale para ser recuperado aunque ya hay algunas aportaciones que constatan la validez de nuestro repertorio olvidado como Margarita la tornera de Chapí, Merlín de Albéniz o La capricciosa corretta de Martín y Soler. Para Casares, “de las 10.000 zarzuelas y 800 óperas españolas que hay en los archivos, a lo mejor sólo tienen auténtica calidad 25 óperas y 150 zarzuelas. Pero, en eso, no cabe discusión. Cuando se reestrenó recientemente Mis dos mujeres de Barbieri, los comentaristas se llevaron las manos a la cabeza de cómo una pieza así había quedado en el olvido tantos años”. Pons plante una solución a la hora de resolver este problema. “Lo ideal es que exista y se constituya en las correspondientes instituciones lo que podríamos llamar un comité de selección. Esto daría una garantía al público, una especie de filtro y, a la par, expondría a sus miembros a la responsabilidad pública. Porque hay que hacer más, y eso no me cabe duda, pero no a cualquier precio. Las obras deben programarse con ensayos suficientes y rigor. Todo lo demás, es perder el tiempo y el dinero”.
El coste de la ópera
El problema se hace más complejo en el terreno del teatro musical, especialmente por sus costes. Ana Esteban, directora general de la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera comenta que la posibilidad de que las cuotas lleguen a la lírica, no le parece mal. “De entrada es positivo. Hay que dedicar un esfuerzo en sacar a la luz cosas que permanecen en los baúles, sobre todo teniendo en cuenta que el público de ópera es bastante conservador. Es una responsabilidad y, nosotros, tras la experiencia de Zigor! del pasado año, la valoramos”. Pero tampoco puede olvidar el coste extra: “Cualquier producción de este tipo de repertorios nuevos se hace con doble reparto porque no te puedes permitir que, por múltiples circunstancias, haya que cancelar. Por otro lado, hay un sector del público que es muy renuente. En nuestro caso, que somos una entidad semi-privada, el apartado de taquilla supone un 53% del presupuesto y no podemos permitirnos bajarlo. Sin embargo, si el Estado, directa o indirectamente, plantea algún tipo de ayuda que pueda equilibrar los vacíos de la taquilla, habría que valorarlo, ¡claro que sí!”. Otro vehículo vendrá de la coproducción con otros teatros, “ya que así se rentabilizaría tanto el esfuerzo como la vida de la obra”.
También Patrick Alfaya presenta el problema de la taquilla como muy importante: “En nuestra orquesta no representa una cantidad excesiva del presupuesto, pero no podemos prescindir de ella, así que se debe valorar también. Ahí podría venir alguna ayuda oficial, vía instituciones como la SGAE o con desgravación por patrocinios como pasa en las artes plásticas”.
El problema de los intérpretes no es menor. Cuando dentro del Liceo de Cámara se ha planteado la inclusión de algunos cuartetos españoles, éstos han sido devueltas por los conjuntos extranjeros ya que dicen que no están al mismo nivel de sus contemporáneos europeos. “Ahora que ya tenemos un gran cuarteto español, el Casals, lo que debemos fomentar es la creación y el Liceo de Cámara va a presentar próximamente tres encargos”, afirma Moral. En otros ámbitos es más fácil, caso de la música en los Siglos de Oro, porque su calidad es, a priori, reconocida internacionalmente”. En la misma línea se expresa Patrick Alfaya cuando comenta que “muchos intérpretes extranjeros son renuentes a aprender obras por obligación. Y cuando lo hacen, no dedican tiempo suficiente por lo que acaban oscurecidas frente a las que ellos proponen. Aquí el esfuerzo debe ser casi diplomático para que entiendan cuál es nuestra responsabilidad”.
Luis G. Iberni
El Cultural